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Película muda

Por Marcela Rodríguez Zampa
marcelaurarodriguez@hotmail.com

Hace unos minutos el viejo banco de madera estaba solo, durmiendo su siesta al sol. Ahora es el escenario en el que se desarrolla esta historia que no es mi historia, sino la de ellos. Película muda. En colores. Los dos, ella y él, cargan con su adolescencia y su mochila. Ella llora, quizás sobreactuando un poco su angustia. Él enciende un cigarrillo y se acomoda el largo flequillo. Estoy a una cierta distancia. No los oigo. Pero no los oigo porque, además, no están hablando. Todo se desarrolla en una serie de gestos gastados y, hasta cierto punto, convencionales. Están aprendiendo los recursos del melodrama que luego irán perfeccionando en su vida adulta y matrimonial. Él intenta pasar su brazo por sobre los hombros de ella, pero ella, ofendida, reticente, rechaza el abrazo y esconde su cara entre las manos, un poco para subrayar la intensidad del llanto, otro poco para disimular la flagrante falsía de esas lágrimas que no convergen en un llanto; mucho menos, intenso. Y la escena sigue. Avances y retrocesos, vanas súplicas y fingido desprecio. Hasta que llega el beso del final. Real. No como el de las telenovelas. Real. Ese beso es tan real que el guión que estaban actuando queda reducido a un bollo de papel en el fondo del cesto de un libretista frustrado. Sólo queda el viejo banco de madera como testigo mudo de la definitiva reconciliación. El universo recupera su equilibrio y yo vuelvo mi mirada al libro que estaba leyendo.


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