El mundo


Por Mariano Fernández

El mundo está cada vez más complicado. A lo largo de la historia se consiguió que los argentinos saboteemos nuestros éxitos o virtudes. Siempre, debíamos mirar cómo lo hacía algún vecino, preferentemente de Europa o de América del Norte; eso si no teníamos un hermano latinoamericano ejemplificador, al que recurríamos para decirnos: “mirá x”  (siendo “x” un país que resolvió un problema generalmente aplicando medidas que creíamos correctas). Cuántas veces escuchamos o dijimos la aleccionadora frase de que “los argentinos tenemos el gobierno que nos merecemos”. Con ese criterio los italianos deben tener una debilidad por las pasiones carnales en proporción a las de su Berlusconi. Y ejemplos sobran. El primer ministro japonés renunció a su sueldo hasta que se resuelva la crisis producto del tsunami. Hubiera sido mejor que reconociera la magnitud del siniestro en la planta nuclear de Fukushima rápidamente y así el daño no hubiera sido tan terrible. Hubiera ahorrado vidas. A los japoneses también les mienten.
El FMI le pidió medidas extremas al país del norte para palear su déficit (que dicho sea de paso es muchísimo mayor que el de todo Latinoamérica junta), justo una semana antes de que el Sr. Khan, funcionario de dicho organismo, quedara envuelto en un escándalo acusado de violación en EEUU. No hay casualidades, los pases de factura existen en cualquier latitud. Claro0 que Mr. Khan no es un corderito, ya tenía antecedentes en el tema, pero hoy es demonizado por la prensa estadounidense adepta al gobierno de Obama. Y Obama mismo… el Premio Nobel de la Paz que no retiró un solo soldado de Afganistán, bombardea Irak a voluntad y usa el asesinato para proteger la paz. En internet circulan centenares de bromas al respecto del destino del cadáver de Bin Laden: “tomé una foto de un unicornio, pero la tiré al mar”.  El mismo Bin Laden que fue entrenado y financiado por el gobierno de EEUU en la década de los 80. Hipocresía.
El mundo es un lugar complejo. España en estos días, por ejemplo, nos trae remembranzas de diciembre del 2001. Me acuerdo de un periodista argento que hablaba elogiosamente del Pacto de la Moncloa, donde los políticos españoles acordaron salvar diferencias en pos del bienestar ibérico. Ese bienestar que se derrumbó junto con sus bancos cuando estalló la burbuja financiera estadounidense. Hoy no quedan dudas que en España se reprime de igual manera que en Sri Lanka, la policía usa los mismos bastones en ambos lados. La Unión Europea se debate entre la zozobra de sus miembros débiles, con Alemania golpeando la puerta de Grecia para cobrar con intereses la ayuda económica prestada para salvar inversiones e intereses alemanes; con Irlanda -sí sí, la misma del “milagro Irlandés”- en la peor crisis de su historia; con Inglaterra que les cobra a sus súbditos la boda real pero no los invita, en una crisis sin precedentes; y con Francia, y con España.
Todos los milagros son mentira. El milagro Hindú, un país con capacidad nuclear pero con tremenda mortalidad por desnutrición infantil, donde nadie mata una vaca por ser sagrada. El milagro chino, con un salario mínimo de un dólar al día. El milagro brasileño, con medio Amazonas convertido en sojales y las favelas de Río y Sao Paulo que crecen vertiginosamente.
Los milagros no son gratuitos. La división en países exitosos y países destinados a fracasar, es mentira. Tampoco es cierto que estemos bien. No es un argumento simple y  burdo del tipo: “bueno, pero a los otros también les va mal”. Es mi forma de ver que la división real es entre quienes mandan y quienes luchan; entre los poderosos y los débiles, dentro de un mismo país y entre países. A mí también me mienten mis gobiernos, como a un inglés, como a un español, como a un chileno. No somos tan distintos después de todo, los pueblos del mundo. También las recetas que nos llevan a la crisis, son similares; los encargados de aplicarlas, son parecidos; e idénticos en cualquier parte del mundo, quienes pagan las consecuencias. Cambiarlo, empezando por aquí, es la tarea.
Ah… y no somos tan malos los argentinos.

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