Paisajismo


EL COLOR DEL INVIERNO

Por Verónica Ojeda de Razzini / Téc. en Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com

El invierno tiene también sus galardones y puede llegar a ser un tiempo de hallazgos. Muchas especies de árboles dejan ver sus cortezas y ramajes desnudos; transforman el follaje que gentilmente antes de caer nos regala una postal efímera, pero que quedará grabada en la retina y que cobra un valor especial en nuestra memoria visual.
Es el tiempo de la grevilleas, el encanto de las magnolias, narcisos, fresias y rosas.
También podemos contar con la presencia de los pastos de invierno, es decir, gramíneas ornamentales que lucen mejor su follaje en la estación invernal. Con su estilo despojado aportan gracia y movimiento a nuestros jardines; son ejemplo, panicum, miscanthus sinensis, poa y algunas otras que completarán el paisaje desierto por estos días fríos.
Para armar nuestras macetas podemos optar por violetas de los Alpes. Recuerden que menos es más, así que al diseñar utilicen un solo color, el efecto será más imponente.
Si queremos ver frutos rojos recurriremos a Crataegus, Cotoneaster, Nandinas, que a la vez transformarán el follaje de rojo al igual que Acer Palmatum, Rhus, Photinia.
Las recomendaciones son utilizar manta anti helada sobre todo en las tropicales, palmeras, crotones y las sensibles al frío. Tapar siempre hasta el cuello de la planta, no sólo la copa, y hacer riegos preventivos para darle al suelo la temperatura adecuada y así mermar el efecto del frío sobre el mismo.
Incluyan algún objeto de color que desvíe la atención si el jardín está completamente seco y sería un buen momento para el replanteo del mismo, con la utilización de algunas plantas de follaje persistente que velarán todo el año por nuestro patio.

PARA COMPARTIR CON LOS MÁS  PEQUEÑOS…
El árbol de las risas
Esta historia comienza así: hace muchos años existía un famoso pueblito, alejado de la ciudad, llamado Glabilú. En el medio de la única placita que tenía, había un árbol, con hojas grandes, chicas, medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores más. No sólo era hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente. Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al árbol y automáticamente se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que así lo llamaban a su árbol, era un amigo más. Esperaban ansiosos que llegara la tarde para poder ir a jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban canciones, se divertían mucho.
Una noche, el Señor Gogó, que era del pueblito vecino, fue hasta la placita. Miró para todos lados, se fijó que no hubiese nadie, y se acercó al árbol en puntitas de pie. Era un hombre muy malo y serio, y no le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres. Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas y a patearle su tronco ¡con mucha bronca! El pobre árbol empezó a reír cada vez menos... hasta dejarlo de hacer por completo. Y cuando lo hizo, el Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.
A la mañana siguiente el árbol amaneció enfermo, casi muerto. La gente se puso muy triste cuando lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre ellos se miraban y se preguntaban: ¿qué le habrá pasado? ¿Quién lo lastimó? Se pusieron a juntar sus hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas seguía igual. Hasta que un día, decidieron que la forma para curarlo era darle lo mismo que él siempre les dio a ellos: RISAS. Se juntaron todos, hicieron una ronda alrededor del árbol, se agarraron de las manos y empezaron a reír. Y rieron cada vez más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron a salir sus coloridas hojas y con ellas, su alegría.
Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan alto que hasta contagió al sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su alrededor y se formó un arco iris, el más bello que habían visto en toda su vida.
La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos y llegó hasta la casa del Señor Gogó, y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas.
Y colorín, colorete, a este cuento se lo llevó un cohete.
Autora: Mariana Ramos

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