Astronomía

COPLAS DE LA LUNA LLENA*

EL OBSERVADOR DEL CIELO

Por Sergio Galarza

Los enamorados cantan su amor bajo la luna y los hombres lobo sienten el llamado de lo salvaje cuando ella está llena; las banderas de muchos países la llevan en su paño y los poetas de toda época le han escrito sus mejores versos. En la antigüedad, los hombres contaban lunas para saber cuándo nacerían los niños; de allí que uno de sus nombres sea Artemisa, diosa de lo femenino. Luego se le llamó Selene y por ello Cyrano de Bergerac, tras su famoso viaje, nos habló de los selenitas.
Ella nos acompaña desde siempre… siempre que la observemos con los ojos de la gente; si buscamos en su ayer con los de la ciencia, la verdad es otra.
Hubo un tiempo en que no tuvimos el gusto de su compañía.
La Luna es hija de una de las tantas carambolas que se dan en un sistema planetario como el nuestro. Hace 4.500 millones de años, mucho antes de que hubiese algas sobre la tierra, un planeta algo más chico se nos vino encima. El golpe ha de haber sido prodigioso: luces y polvo arrojados al espacio en fuegos de artificio inolvidables. Un bello espectáculo para observar a ojo desnudo, desde Marte, por ejemplo.
Semejante impacto fue la causa de aspectos tales como el campo magnético terrestre, la inclinación de nuestro eje de giro y, la más notoria, que el polvo y los escombros arrojados al cielo –los cuales quedaron dando vueltas a nuestro alrededor, años y años allí, pálido cinturón de cenizas-, se aglutinaran miles de años después cual harina húmeda, borrosa y lenta, hasta consolidar en lo que hoy vemos, una carita sucia, toda granos y manchas, que llamamos Luna.
En el siglo XVII fue observada por hombres y mujeres por medio de telescopios. Uno de tantos, Galileo Galilei, tuvo la mala dicha de publicar sus observaciones en un libro que cambió el curso de la ciencia. Dije mala porque el profesor de Padua sufrió grandes castigos al derrumbar los absurdos que entonces enseñaban los claustros; entre ellos, que la materia supralunar era perfecta e incorruptible. Ante este dislate aristotélico, Galileo dijo: ¡Puras macanas, la Luna está hecha pomada!
Tal fue el rechazo que los pensadores de la época se negaban a observar por el telescopio, decían que era truco lo que allí verían; mientras, el libro escrito por el florentino se vendía a montones.
“El mensajero de las estrellas”, tal su título, está lleno de dibujos que describen su superficie en detalle: los mares (de lava seca, no de agua), las montañas, los cráteres, los cañones. Galileo era un científico moderno, esto es, sólo creía en lo que podía comprobar mediante experimentos. Con uno de ellos, desde su ventana, en la Italia Inquisidora, midió la altura de las montañas lunares ¡vaya proeza!
Observar la luna es un placer, en cualquiera de las fases en que se encuentre; es decir, en cualquiera de los ángulos en que nos muestre su cara iluminada, que de eso se trata.
Sus fases cambian día a día o noche a noche, como más te guste. De hecho, pocos la reconocen como astro de observación diurna. Cuando se acuesta cerca del sol, así como cuando amanece con él, es fácil verla inclinar su sonrisa brillante, siempre mirándolo, como enamorada. Cuando muestra su cara llena, por el contrario, verás que siempre está muy lejos del sol, espera a que este se oculte para mostrarse, cual si estuviese ofendida. Cuando no la vemos, pues tenemos Luna nueva, en realidad está situada en línea al sol y muestra su cara oscura hacia nosotros. Estas razones dictan que sólo durante las Lunas nuevas, puedan darse eclipses de sol; y cuando haya Luna llena, es cuando puedan suceder los eclipses de luna. Son las únicas posiciones en que los tres astros -sol, Tierra y Luna- forman una línea recta en el cielo y pueden taparse unos a otros, jugando a las escondidas.
Detrás de este baile de máscaras se halla la más pura geometría; con ellas puede medirse la hora. Mis alumnos han realizado relojes de Luna. Si ves a uno de ellos por las calles de Chabás, dile: Ey, niño, mira la Luna y dime ¿qué hora es?
Te responderán con acierto.


* Título de una canción de Jorge Fandermole.



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