Letras

UN TEMA INAGOTABLE

EN LENGUA MATERNA

Por Julieta Nardone

Desde siempre, y por siglos, la figura materna ha sido el tópico de diversos campos. Tal vez el más espeso y complejo desarrollo lo haya propiciado la psicología; pero –y dejando a un lado la disquisición del huevo o la gallina- todo humano tiene madre, y largos pensamientos e infinitos sentimientos fueron fruto de su mirada o su palabra en la historia personal de cada uno de nosotros. Por esta razón, un poco ecléctica y apretadamente, vamos a intentar reflejar el misterioso espejeo que capturaron algunos artistas en el lenguaje de los sueños -y de las pesadillas también-, al haber sido hijos siendo otras tantas cosas a la vez...
Valga la aclaración: en muchos de estos versos lo que prima quizá no sea el trabajo sobre la forma literaria, pero casi nunca falta sangre y alma. Y a mano, tomemos el ejemplo de Pappo, quien advierte en su estilo rudimentario de “chico malo”, que nadie se atreva a tocar a su vieja, por la sencilla razón de que es lo más grande que hay... Desde otra orilla, canciones como Mother de Pink Floyd nos muestran ese lado oscuro del amor filial, casi inaudible desde adentro, desde el seno tibio de la conocida familiaridad: Mamá te va a guardar justo aquí bajo su ala... ella no te dejará volar, pero podría dejarte cantar... Mamá te ayudará a construir el muro... Igualmente, Lennon -pareciera que con más melancolía que sarcasmo- se suma a esta desolación con la paradoja de una vida: madre tú me tuviste, pero yo nunca te tuve... yo te quise, pero tú nunca me quisiste...
Por otras latitudes, suena el bandoneón lastimero de los atrapados en el vicio o el olvido, quienes a última hora o justo a tiempo, se aferran al cariño incondicional y a la redención del lazo. “A su memoria”, de Homero Manzi, bien lo ilustra: En el silencio triste de mi fracaso, resuenan tus canciones, rondan tus pasos. Y siento que retornas, pálida y buena, para borrar las penas de mi soledad. Y en el milagro extraño de ser tu niño, revivo la presencia en tu cariño. Hay otros, sin embargo, en situación límite, que se saben sin remedio, y de cualquier modo persiguen todavía nombrar la verdad como si esa confesión fuera la única justicia posible en la tierra: mamá he matado a un hombre... mamá no quise hacerte llorar... si no vuelvo mañana a esta hora, continúa, continúa como si en realidad nada importara... mamá no quiero morir, desearía no haber nacido después de todo (Bohemian Rhapsody, Queen).
Más allá de yerros propios, con el paso de los años y con la otra alternativa que es mucho más dura de digerir (la muerte misma), se filtra la ausencia en la cotidianeidad del presente cada vez que se torna tierra el bocado que no brinda la MADRE... cuando ya se ha quebrado el propio hogar, y el sírvete materno no sale de la tumba, la cocina a oscuras, la miseria del amor (Trilce XXVIII, Vallejo).
Pero desde el humor, todo parece ser otro cantar: Mi mamá es el lado triste de Carlitos Balá, el revés de su espejo de cartera. Qué gusto tiene sin sal? parecen decir sus ojos cuando se ve obligada a refrenar sus ojos con bajo contenido de sodio… No obstante, quizás a causa de su coquetería reeditada, nunca pudieron estos ojos, ver las nieves del tiempo plateando su sien. Culpa de Coleston 2000 seguramente; no mía lo juro, no de mis miedos a perderla (El show de Luisita Balá, Eduardo Espósito). Por su parte, el poeta Luis Chaves admite que la suya esperaba demasiado: Mamá quería que yo fuese mujer y que no lloviese nueve meses al año y que papá la sacase a bailar de vez en cuando. Pero era más probable amanecer un día con tetas o un cambio anómalo de clima, antes que don Luis la convidara un bolero. Aun así, tamaños delirios eran preferibles para el hijo, a que ella dejara de soñar y se echara a esperar a la vejez como un último trámite.
Como cierre -totalmente inconcluso, por lo inagotable del tema-, congelamos dos imágenes de alto voltaje pertenecientes a distintos poetas (Alejandro Monzón y Jorge Boccanera, respectivamente) para regalar, a la manera de un bricolage, a aquellas mujeres que habiendo sido hijas, supieron cómo ser madres: mi madre desabrocha los días en el pan de los tibios, sus ojos en subida empuñan el secreto amarillo de los toboganes... Y te recuerdo, madre, como cuando la única luz era tu sombra.


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