De reojo - Mandato

Por Sebastián Muape / sebasmuape@gmail.com

Los sábados a la mañana Sandro lleva a Maxi al polideportivo. Caminan ocho cuadras, colectivo, tren y más cuadras. Los viajes en la semana son más relajados, Maxi hace como un año que empezó a ir solo y siempre se encuentra con alguno de los muchachos de las categorías mayores y hay tiempo para uno de milanesa con gaseosa. Los sábados son distintos; si fuera por él, esa hora y pico se pondría los auriculares y listo, pero para Sandro es el tiempo de machacar sobre las fallas y las debilidades que ve en el juego de su hijo. No sólo en la forma de pegarle a la pelota o saltar a cabecear, también insiste con el futuro y con que esta puede ser una oportunidad única para la familia. Revisa en la revista “El otro Fútbol” las formaciones de los equipos que sigue y al reconocer algún apellido cercano, parece enervarse; al joven jugador en cambio lo reconfortan esas noticias, guarda buenos consejos de los muchachos, sobre todo acerca de no darle pelota a los padres, que para eso están los entrenadores y que nunca un padre puso o sacó a tal o cual jugador. Vos decile todo que sí, pero escuchá al Técnico, no seas gil…
Sandro presiona con lo mal que anduvo el pibe en la prueba del año anterior, cuando lo citaron en Talleres. En tu vida vas a volver a pisar una cancha como esa, dejaste pasar la oportunidad tristemente, me gasté una fortuna en los botines, en el viaje, ¡¿Y para qué, eh?! ¡Para qué, decime! Esta vez el pendejo no va a intentar explicarle a su padre, que el que lo marcó era el cinco titular de la tercera, que es profesional, que lo recagó a patadas y que a los tres minutos lo desinfló de un codazo, porque estaba defendiendo su puesto. Boludeces, tiene dos piernas igual que vos, no me vengas con mariconeadas. No le va a repetir que cuando vas a una prueba no te pasan una pelota y si te la dan viene larga o alta, para que el defensor te revuelque; y que cuando la perdés te gritan a propósito, no sea cosa que el DT no se entere de la cagada que te mandaste.
Los reclamos siguen. Mirá Carriego, Evaristo, Spina, el Tarta, ¡esos meten! Pero claro, ellos tienen necesidades de verdad, hambre; todos jugando el Argentino, cobrando buena guita y viviendo en la pensión del club, en cambio el señorito enamorado del “Poli”, te gusta más jugar entre cascotes que sobre la gramilla, tenés miedo de extrañar, la verdad es que no te entiendo.
Mirando por la ventanilla con ganas de pegar el salto, advirtiendo que la señora que va sentada enfrente decodificó hace rato el entuerto, calculando cuánto le falta en años para mandar a cagar a su padre, al fútbol, a los videos del diez de Vélez, a los partidos televisados del sábado a la noche -mientras los pibes escuchan música en la esquina- y a todas las tribunas, alambrados, charlas técnicas y mandatos del  mundo, Maxi sigue en silencio y apretando fuerte el botinero se anticipa a la frase que viene, escuchar antes de escuchar, tragar saliva (Mirá Maximiliano, si realmente)…
- Mirá Maximiliano, si realmente no levantás cabeza, si no te tomás en serio el fútbol, yo dejo de bancarte, no estamos para tirar la guita; hablo con Emilio, te mete en la herrería y listo, ya no sos un nene.
Late profundo Maxi, igual que cuando va a empezar a rodar la pelota.
- ¿Cuántos partidos jugaste en Primera vos? –pregunta a su padre.
- Me rompí el rotuliano a los 14, que si no…
- ¿Cuántos?
- Ninguno.
El joven asiente en silencio con su cabeza y vuelve a mirar hacia el paisaje móvil del conurbano, pensando en vaya uno a saber qué…


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