DILEMAS DE UNA VOCACIÓN
“DE DIOSES Y HOMBRES”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
De dioses y hombres (“Des hommes et des dieux”) es una película francesa del año 2010, dirigida por Xavier Beauvois. Fue nominada al Oscar como mejor película extranjera, ganó dos premios en Cannes y fue un éxito de taquilla en su país de origen. Vale la pena remarcar todas estas referencias, ya que proyectan la gran repercusión que tuvo. Es decir, su lanzamiento produjo un gran impacto no sólo a nivel competencia cinematográfica, sino en los espectadores. Basada en hechos reales, recrea la historia de un grupo de monjes trapenses en un monasterio en Argelia, cuya apaciguada existencia se ve totalmente sacudida por una sangrienta y violenta guerra civil, en la que quedan atrapados.
Corren los años ’90, ajenos a toda identificación política, estos religiosos franceses sólo dedican su tiempo a trabajar el campo o llevar adelante liturgias propias de su orden. Los primeros veinte minutos, la película testimonia la tolerante integridad entre la pequeña comunidad musulmana argelina, en donde está emplazada la abadía, y los hermanos católicos. El imponente paisaje rural, montañoso, apartado de las grandes urbes, donde la naturaleza se muestra con todos sus colores, repentinamente se transforma en territorio inseguro y amenazador. Grupos terroristas son la sombra cruenta, que acechan desde la oscuridad. La crueldad e impunidad son los pilares de su accionar, sostenidos en una férrea creencia religiosa. Sin embargo, los de la GIA (Grupo Islámico Armado) son tan intimidantes como los militares argelinos, quienes resueltamente se muestran tan despóticos y brutales como aquellos a los que persiguen.
En medio de todo este caos y confusión, están los monjes. Seres de apariencia endeble y conmovedoras miradas. Maduros y pacientes. Los recientes sucesos necesariamente los llevan a debatir acerca de cómo continuar. Las opciones se sintetizan en dos: quedarse en Argelia o volver a Francia. Por encima de todos, se destaca la figura del abad Christian (grandiosa interpretación del actor Lambert Wilson). Hombre reflexivo, un líder nato. Cuando la cámara lo muestra estudiando, vemos que en su escritorio conviven “Las florecillas de San Francisco” y el “Corán”. Esto es así, porque su idea de religiosidad está por encima de cualquier encasillamiento. Se interesa por destacar lo sincrético de las doctrinas, la trascendencia de la unidad por sobre las diferencias, causantes, estas últimas, de desacuerdos desaforados.
Dos momentos sobresalen en el retrato del transcurrir diario, dentro del monasterio. Por un lado, los cantos litúrgicos, estremecedores y funcionales al argumento. “No existe nada salvo el amor. No existe nada salvo este lugar de esperanzas ruinosas”, entonan en Navidad, con inquietante ternura y convencimiento. Y por otro, los momentos en que se congregan a deliberar. Escenas que reflejan la conformación de una comunidad “democrática”, donde la opinión de cada uno es igual de importante y de decisiva.
Como muy claramente lo enuncia el abad, la única misión de ellos es ser “hermanos de todos”. Es el amor al prójimo, el principal responsable de enlazar las existencias diferentes, no las religiones. La valentía acompaña sus decisiones, como también una paz interior que los reconforta. La película se interesa por denunciar la irracionalidad de las causas fundamentalistas, las contradicciones que estas acarrean. Ya que, son los propios habitantes musulmanes de la región, los que les piden que se queden. Los monjes católicos, un poco aturdidos por toda esta situación, se describen como “pájaros en una rama”. Entonces, una mujer replica: “Nosotros somos los pájaros, ustedes la rama. Si se van no podremos posarnos”. Enormes y bellas palabras, que grafican el valor inestimable de la presencia de estos hermanos en un lugar tan distante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario