REGALOS
Por Marroco
Subí hacia la plaza. Las gomas de un micro golpeaban el empedrado; hacia ambos lados las casas, ocres y grises, hacían más triste la tarde.
Bajando la esquina un chico de unos 9 años, desconsolado, miraba sin ver. Las lágrimas caían por su rostro redondo. Sus pómulos quemados por el sol, ahondaban su dolor. Me acerqué a él y puse mi brazo en su hombro, abrigado apenas por un pullover de lana raída.
¿Qué te pasa?, me miró a los ojos, sin dejar de llorar.
¿Sabe qué pasa siñor? ¡Mi he perdido el dinero dil diario siñor! Al llegar a mi casa mi han de castigar…
¿Cuánto perdiste?
Unos ciento veinte siñor, respondió mientras secaba su nariz con el antebrazo.
Saqué de mi bolsillo los ciento cuarenta que me quedaban y los puse en sus manos.
¡Andá a tu casa!
Se le iluminaron los ojos y salió corriendo. Me quedé parado en el cordón de la vereda. Respiré hondo y empecé a caminar.
De repente apareció un joven de unos 25 años: ¡gracias por el niño!, me dijo, apretó mi mano y se fue.
Me sentí feliz. Recibí uno de los mejores regalos de mi vida. Un apretón de manos y un gracias, por la sonrisa de un niño.
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