Por Verónica Ojeda / Tec. en Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com
Aprovechando mis
primeros días de vacaciones y de caminatas por las mañanas, voy andando una a
una las callecitas más recónditas del pueblo, el caserío con sus moradores en
algunos casos ya despiertos, ventilando el calor del verano, dejando entrar el
aire fresco de la mañana; otros sentados sobre el césped verde estrenando
reposera y mate en mano, la radio, la señora que barre la vereda, la gente que
va a trabajar, el paisaje urbano y los sonidos que por suerte todavía podemos
escuchar.
De vez en cuando se
oye algún silbido de un señor que riega la quinta.
En el recorrido
existe un lugar por donde me gusta pasar, una casa desahitada con un extenso
terreno y un jardín que algún día fue, por delante de ella, en donde una
palmera sigue erguida. Me imagino allí admirando sobre ese césped grueso unas
azucenas rosadas florecidas, quitando la maleza, limpiando y pintando unas
macetas medio desvencijadas, con unas alegrías que irían muy bien a la sombra
del alero.
Un camino de
ladrillos hace las veces de acceso a la entrada principal; nada me gustaría
más que ver unos cuellos de agapantos recibiéndome, puedo
imaginarme allí, quitando las hojas secas, amarilleadas por el sol, dándoles al
atardecer el agua fresca para que vuelvan a brillar.
Habitan algunas
especies raras en el fondo del terreno, unas hojas enormes brillosas de tallos
rosados, apenas se mueven con el aleteo de un pájaro; la flor de la canela, que
ha florecido en un ramillete carnoso hace ya unos meses, la limpio, la podo e
intento hacer nuevas plantas, siempre encuentro alguien a quien regalar.
Puestos sobre una
ventana de rejas, unas latas teñidas por el oxido albergan algunos cactus
apretados pero que a pesar de ello han florecido a borbotones.
Charoles, helechos,
conviviendo bajo la sombra de un paraíso de los que ya casi no se ven.
Unos pasos más
atrás casi escondido y lleno de tierra y yuyos el mejor hallazgo, un piletón de
cemento gris, lo rescato sano sin grietas y pala en mano lo entierro y pongo
acuáticas para dar un toque de misterio a la escena, seguramente me llegaré al
vivero y traeré algunos plantines de estación para rodearla y darle color.
El jazmín ya
terminando de florecer pide la poda de flores secas, las rosas claman por
abono, por último el olor a césped recién cortado me anuncia que tengo que
seguir camino, otros jardines me esperan, retomo la caminata y busco algún que
otro lugar para darle un final feliz.
Usted, si quiere,
puede comenzar también el año con las manos hundidas en su patio. Verá lo bien
que le hace al alma.
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