Por Alejandra Tenaglia
¿Hay algo más
bonito que un inicio cualquiera? Trae el futuro en los bolsillos, la ilusión en
la mirada, las manos prestas para las tareas, el entusiasmo en la voz, el miedo
haciendo temblar las piernas y el corazón apurado por escuchar el disparo que señale
la largada.
Un libro, un
cuaderno en blanco, un proyecto laboral, un romance, una amistad, un viaje, el
calendario o tan solo el mismísimo día que comienza para nosotros en el
instante en que abrimos los ojos cada mañana, puntos de partida hacia los más
variados destinos. Esa libertad amplia como el mar y la conciencia de que no
existen dos almas iguales en el ancho mundo, hacen que toda posibilidad
aparezca como un brotecito tierno, al que cuidar con toda nuestra dedicación
personal. En el que dejar crecer expectativas, anhelos, sueños, flores y ramas
donde puedan posarse ruiseñores, corbatitas y canarios que nos pueblen el patio
de melódica algarabía. ¿A quién no le gusta el canto de los pájaros? ¿Y el ir y
venir de la madre llevando en su pico comida a los pichones? ¿Y los grillos
punteando las breves noches de enero? ¿Y las chicharras blandiendo sus violines
sin cesar, tardes enteras? ¿Y los chicos jugando en las piletas, sin pausa ni
fin que no sea una riña entre pares o un mayor obligándolos a salir del agua
que ya es tarde? ¿Y los abuelos buscando la brisa del atardecer, con el sillón
en la vereda y el televisor enfocando hacia afuera para poder ver la doma
adobada de coplas? ¿No es acaso el verano el comienzo del año? ¿No es el año
otra oportunidad que nos ha sido dada, para enhebrar el ser con el hacer, y
entonces poder? ¿No es así visto, cada inicio, un milagro frente a cuya
magnificencia no podemos resistir, boquiabiertos y ansiosos por construir a
partir de allí, la obra que más nos venga en gana?
No es que los
quiera convencer, señores, de lo positivo de todo comienzo. Es más bien que los
quiero contagiar, si es que ello fuera posible a través de estas pocas líneas, del
entusiasmo que produce el desafío de diseñar cada día, aún cuando haya
estructuras que respetar, otras voluntades interfiriendo en nuestros planes,
imponderables imposibles de presagiar, y hasta cuando el azar haga su parte
inclinando la suerte para aquí o para allá. Porque, hasta en las más apretadas
circunstancias, hay al menos dos opciones entre las cuales se puede elegir. El
ojo avezado verá seguramente, siempre, algunas más. Y hablando de sabiduría,
quiero recordar a la abuela de una amiga, a quien entrevisté cuando cumplió sus
90 años; en medio de la charla la doña me dijo en cierto momento: “A mí lo que
me gusta, es vivir”. Toda la complejidad de la simpleza, concentrada en esa
breve frase a la que usaré de trampolín para lo que venía a decirles en estas
líneas: vivir, es un inicio cotidiano. Y valga la paradoja: ¡qué maravillosa
continuidad!
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