Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
Las redes sociales suelen ser el
espacio donde se manifiestan sentimientos que, quizás personalmente, no se dirían.
Hace unos días un papá hizo catarsis
por Facebook, un generoso insulto en iniciales (que todos comprendemos),
dedicado a una niña, sin mencionar nombres, que le había arruinado el sentido
de la Navidad
a su hija.
La catarata de respuestas no se hizo
esperar, todos asumiendo que la niña había echado por tierra la ilusión de la
existencia de Papá Noel, personaje emblemático que reemplazó al Niñito Jesús, a
él nosotros le pedíamos obsequios en nuestra infancia.
Las respuestas aludían a cosas
diferentes. Algunos insultando a los padres “progres”, que no dejan que los
niños crean una mentira; otros ofendidos por el insulto a esa niña; y los
demás, alentando a volver a crearle la ilusión (como si fuera tan fácil), desde
nuestro herido niño que aún recuerda el fatídico momento en que alguien, con la
verdad en la boca, dijo la frase de la que no se vuelve: “Papá Noel y Los Reyes
Magos no existen; son los padres”.
Podría narrar el instante en que sentí
que mi infancia se me iba, una punzante sensación de dolor y desencanto me
atravesó, ya la Navidad
no sería lo mismo…
Es que hay tradiciones que se
sostienen sin cuestionamientos. Es cierto que no es posible que yo le haya
visto la mano a Melchor una noche de 5 de enero después de las doce, cuando mi
mamá, misteriosamente, estaba levantando la ropa del tendedero… Pero, aun así,
la niña que fui sigue sintiendo la emoción de ver esa mano tan querida y el
respeto de no salir corriendo hacia la ventana de mi habitación para ver, sin
dudas, a los cansados camellos cargando entre sus gibas a los tres reyes de
Belén. No vaya a ser cosa que se enojaran… Nunca me gusta que se enojen
conmigo…
¡Es que era tan fácil que nos dijeran
por dónde ir en la vida! Aunque me revelara por dentro cada vez que me decían
que no, no aceptando el cruel límite que me alejaba de mi deseo, cada paso que
daba era seguro, mis viejos no me dejarían caer…
Cuenta una historia que tres reyes del
Oriente llegaron a Belén después de seguir a una estrella que se detuvo, alta y
brillante, sobre un pesebre en el que había nacido un niño; y que a él le
ofrendaron mirra, pero además, todo su respeto. Es que Melchor, Gaspar y
Baltasar, no temían equivocarse. La estrella los guiaba.
Está terminando el año, punto y coma
del tiempo, nunca el punto final. Deseos y promesas se entremezclan con los
razonamientos y las ilusiones. “En el 2014 empiezo dieta, comienzo a estudiar,
empiezo a buscar un hijo, me caso, me defino, hago un viaje, me decido a ser
feliz”.
El 1° de enero se renuevan las
esperanzas de pensar que todo va a estar mejor… o al menos que no empeore.
Vamos buscando el norte. Aquel punto
que nos guíe hacia donde corresponde, que no nos deje perder, que nos marque el
camino correcto.
¡¿Qué importa sostener una ilusión que
parece una mentira?! Con ella logramos que se genere el movimiento de los adultos,
que vuelven a jugar a ser niños. Y la alegría que no pueden esconder porque en
sus ojitos sí han visto a Papá Noel: “la vida es triste si no la vivimos con
una ilusión”.
Así como un día la “crueldad” de una
avezada amiga nos rompió el arraigo a la inocencia, otro nos enfrenta a la
realidad, no menos dolorosa, de saber que los padres no son superhéroes, son
seres fallidos que cumplen lo mejor que pueden (o podemos) con la función
parental.
Al norte habrá que buscarlo desde el
deseo plasmado en proyectos que nos permitan levantarnos cada día con la
claridad de saber que estamos vivos.
“Hay aquel que sigue al norte como el
que lo hace sin rumbo. Quizás se pierda el primero pero jamás el segundo”,
versa una chacarera.
Buen año, brindo porque nadie se pierda…
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