Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Desde España
En mi visita anual a
la ginecóloga derivamos en una conversación informal sobre las consultas que
recibía y cuál no fue mi sorpresa al decirme que ella creía, según los datos
que constataba a diario en su consultorio, que, en general, una gran cantidad
de mujeres no decidían libremente sobre su vida sexual. Y me aclaró: “Podría entenderlo en señoras grandes que a
veces me dicen, dame algo que me alivie cuando mi marido quiere sexo, pero me
sorprende cuando son jóvenes, en la veintena o menos”. ¿Cómo?
No salía de mi asombro. Yo pensaba que las mujeres más jóvenes tenían una relación
más abierta con su cuerpo que las generaciones anteriores. Le pregunté si no
creía que las jóvenes estaban más expuestas a una educación y libertad sexual
y, por tanto, sabían mejor lo que querían. “Creo
que menos que nuestra generación. Ha habido un retroceso. Yo les digo incluso:
¿no deberías decir primero si tú quieres tener sexo con este chico en lugar de
hacerlo porque él te presiona? ¿No tienes otras motivaciones en la vida que lo
que piense tu novio?” Salí de
la consulta meditativa. Es natural y comprensible que los cambios sean lentos
pero ¿un retroceso? Pensé que se trataba de un solo testimonio y que no debía
generalizar.
Días más tarde, sin
embargo, participé en un encuentro de profesionales de la lengua al que
asistían periodistas, escritores, correctores, profesores y un gran número de
traductores. Durante la comida del último día comentamos las distintas
ponencias y también los talleres a los que habíamos asistido. Un compañero
comentó que él siempre iba a eventos de lengua, y que
allí el
70
%
de los participantes eran mujeres pero que siempre al final un “tipo les contaba cómo iba la película”. En efecto, hice un
cálculo y de los 30 instructores de todos los talleres, 19 eran hombres; y de
los 6 ponentes, 4 eran hombres en este encuentro en concreto; el porcentaje era
justamente inverso al de asistentes; casi el 70 % de los
que contaban la película eran hombres. De hecho había más colaboradoras y
organizadoras que ponentes. Entonces, nuestro compañero dijo: “Chicas, ¿cuándo van a agarrar el control
remoto y empezar a dirigir todo esto?” Hubo un
poco de revuelo en la mesa. Lamentablemente, estamos más acostumbradas a hacer
que las cosas pasen mientras permanecemos en la sombra que a convertirnos en
referentes para otros, y si lo hacemos, muchas veces es con el beneplácito o
aprobación de una figura masculina, de la forma más tradicional.
Estoy de acuerdo con
mi colega en que las mujeres tenemos que agarrar el remoto pero también pienso
que estamos todos, hombres y mujeres, tan acostumbrados a unos referentes
anticuados que tendemos a juzgar con unos baremos muy exigentes y no
equitativos a aquellas mujeres que ostentan posiciones de referencia. Y que la
crítica que hacemos no está basada en lo que hacen sino en lo que creemos que
deberían ser. No es que no se pueda criticar o alabar la ponencia, la gestión
política, la clase de traducción de una mujer, es que
debemos dejar de hacerlo por lo que creemos que son y más bien
ceñirnos a
lo que hacen. “Se cree superior”, “Es
una mandona”, “Quién se cree que es”, “Es ambiciosa”, “Va vestida de tal o cual
manera”, “No sólo es inteligente sino guapa”, “Es simpática además de organizar
bien”.
No tenemos que “ser” nada para
desempeñar un cargo, debemos saber o tener experiencia en ese campo. Debemos de
dejar de creer que todas las mujeres tienen que saber y ser dulces, amables,
conciliadoras, transparentes y perfectas mientras buscamos en los hombres la
aprobación implícita de lo que es política, cultural, económica o éticamente
correcto.
Ya sé que muchas
mujeres dirán que a ellas no les pasa esto y que incluso negarán estar supeditadas
a una aprobación de una sociedad “patriarcal”, pero
quizás sean las mismas que se morirían antes de decir que son feministas
precisamente por miedo a ser rechazadas y perder ese lugar cómodo al que se acostumbraron.
Esto no es una guerra, sino que simplemente ya nos llegó la hora
de tomar el control remoto de nuestra vida.
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