Dos enigmas, ninguna solución



 “LA PESQUISA”


Por Julieta Nardone

Juan José Saer (1937-2005) nos ofrece una de sus creaciones en forma de novela corta, bastante atípica por cierto, pues no se caracteriza por una prosa expansiva, colmada de descripciones y detalles minuciosos alrededor de la “materialidad hormigueante de las cosas”. Aun así, el santafesino tampoco abandona la tenaz y siempre fragmentaria necesidad de producir sentido; manifestación de una obsesiva pregunta por la elaboración de la experiencia. Esa inquietud por el hombre, su habitar y su percepción de la realidad, además, aquí toma dimensiones misteriosas a causa del entretejido enigmático que supone el policial, aunque en este texto dicho género se encuentra sometido a una escandalosa tergiversación. Dos intrigas se cruzan a lo largo de una extensa conversación que ocupa toda la novela: el descubrimiento de un manuscrito extraño y sin autor declarado; y, en otra faceta de la trama, el caso de un macabro y sagaz criminal que asesina viejitas y no da descanso a la investigación policial. El primer misterio es parte del contexto inmediato de los personajes; el otro, es un caso verídico que les relata Pichón a sus amigos, ocurrido en París (lugar donde reside el personaje), y a partir del cual se abre una aguda reflexión sobre la coherencia de la locura, las hilachas de la razón y las regiones insondables de la subjetividad humana.
Pichón (un personaje ya conocido de otros libros de Saer) está de visita en su provincia santafesina. La noche transcurre en el patio trasero de un bar, entre picada y cerveza, y el típico calor de esta zona del litoral. Aquí, amerita una larga digresión: esas reuniones habituales en el mundo saeriano siempre parecen representar algo más que un ritual entre viejos conocidos. La costumbre y la desmesura por haber compartido los años de la juventud, las tensiones y desencuentros pasados, nunca llegan a afectar una cierta sensación reconfortante, un espacio íntimo y contenedor que emerge en el momento más disipado de la reunión; es decir, en ese momento en que después de las novedades, los temas “serios”, las debidas explicaciones, se pasa a un presente puro, un dejarse estar entre ocurrencias, comentarios agudos y chistes ligeros. Palabras sin rumbo que, no obstante, encabezan una posición frente a la manera de vivir, de existir de cada quien en su esfera independiente. Las inscripciones o marcas de lo convivido. Así, a pesar del océano de rostros, lugares y calendarios, que los separan cotidianamente, esa tenue incidencia encuentra su manifestación como experiencia intransferible, pero que cruza –de tanto en tanto durante la charla- los pensamientos de los congregados:
“Alertas y volubles, graves y juguetones, reconcentrados y al mismo tiempo disponibles, durante un par de horas han obligado a las fuerzas que tiran hacia lo oscuro a quedar fuera de sus vidas, sin dejar de saber ni un solo instante que, en las inmediaciones, dispuestas como siempre a arrebatarlos, esas fuerzas palpitan todavía”.
Por último, la imposibilidad de resolver segura y definitivamente los enigmas expuestos, se traduce, para los personajes, en la imposibilidad de establecer una verdad única de los acontecimientos. Saer parece querer afincar lo verosímil en el terreno conjetural de las versiones, en la ambivalencia de la fabulación, ya que "en un mundo gobernado por la planificación paranoica, el escritor debe ser el guardián de lo posible".
Hasta el próximo libro.


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