“El periodismo es
libre o es una farsa”.
Rodolfo Walsh
Por Mariano Fernández
Pretender que los medios son entidades absolutamente
objetivas, es una falacia. Sostuve eso siempre. Pero además de ello, creí en la inexistencia de la independencia periodística casi como un dogma. En nuestro país, el periodismo, fiel a intereses de clase, ha sido partícipe en más
de un derrocamiento. El día que asumió Yrigoyen, Crítica tituló en
su tapa "Dios Salve a la República".
Nefastos artículos y editoriales malditas fogonearon golpes de estado,
distrajeron la atención pública, o nos contaron un relato. Atemorizan o
generan confianza, escandalizan. Otras veces los medios, simplemente muestran
culos. Con esos prejuicios o certezas, tuve la suerte de ver surgir un
proyecto periodístico de cero. Nació un verano entre dos cuadras. Vino con la vida abajo del brazo. El
capital inicial, además de la solvencia intelectual y técnica del escasísimo staff, constaba de una notebook, un pincho y una bicicleta. A pesar
de los pronósticos más agoreros, el proyecto prosperó y comencé a participar prácticamente sin interrupciones de este espacio, casi desde el principio. Y si
bien nada más lejano que sentirme periodista (mis respetos a los que lo son, por formación o idoneidad), ccomprendí desde adentro cómo funciona un medio con contenido periodístico. Nadie crece de un
árbol; y lo que pensamos, las lecturas que hacemos de la
realidad, se disparan desde ese lugar en el que nos plantamos frente a la
vida. Llámelo ideología si quiere, así lo hago yo. En estas páginas, vi desfilar muchas posiciones,
divergentes, opuestas, me atrevería a decir
irreconciliables con respecto a algún tema en particular. Conocí a otros
redactores, no sólo por leerlos (admirarlos en algunos casos, lo confieso),
sino también por charlas cara a cara, y aunque no hacía falta,
ratifiqué que esas diferencias existían en verdad. Y allí, amigo lector, si bien estaba la confirmación de lo que expresé al principio -que no existe la
objetividad de los medios-, yacía una cuestión más profunda e importante: la independencia del periódico y la libertad con que trabajamos. Me enorgullecí más de una vez de ver las tapas épicas logradas por nuestra diseñadora, de las editoriales impecables. Se me
mojaron los ojos con alguna contratapa. Me sonrojé de pudor por haber alcanzado
ese espacio. Me envanecí de ver mi nombre en el staff. Pero mucho más orgullo sentí,
de pertenecer a un medio verdaderamente independiente. Desafío al lector, a encontrar otro. ¿Y qué es independencia después de todo, sino el ver que lo que pensamos, transpira
desde nuestros teclados a las páginas? Ser independientes, es, sencillamente
que nuestras páginas no tienen precio. Que nadie pudo comprar una línea en una nota en este medio. Que aunque la dirección no estaba de
acuerdo con la idea final de una crónica, ni medio carácter le era cambiado; sépalo, pareciera una obviedad, pero en estos tiempos que corren quiero,
necesito aclararlo. La
rígida corrección sintáctica es la única barrera que tenemos los redactores en El Observador. Y que debería existir en
todos los medios, por supuesto, para beneplácito de nuestros ojos.
Ningún poder corrompió la idea de hacer periodismo libre, cerrando la mano o
abriéndola. Por eso, orgullo, nada menos,
es lo que siento. Dignidad, creo que es también una palabra que puedo usar. Escribir al lado de Medina o Muape, es un
lujo extra que me doy.
El capital del diario hoy consta de la misma
notebook, de un pincho extra, y de cantidades astronómicas de credibilidad y dignidad. 4 años, casi 5,
de dignidad. Dos niños corriendo más uno en brazos de la Directora, en la oficina de diagramación. La misma bici levantando publicidades. Todos los meses
buscando otro Noviembre, ese número a superar cualitativamente.
Año tras año, El Observador se ha transformado en una voz. Si usted cree lo mismo que yo, sosténgalo, ser
independiente es carísimo. La voz de la que
hablo, es justamente la suya.
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