Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
El mundo de los
adultos -haciendo culto de su superioridad de tamaño- mira al mundo de los
niños desde arriba, en el mejor de los casos observando en forma risueña, la
forma de comunicación que los pequeños utilizan para poder conocerse.
Por
eso, si bien algunos se esconden detrás de la pierna segura de su mamá,
espiando al otro cuando cree que no es descubierto, otros se animan a dar los
primeros pasos en la sociabilización y comienza a dar forma a un intercambio
simbólico que le genera placer, no sabe aún que es jugar, pero, sin más, se
larga a experimentarlo.
Para
Karl Groos (1902), filósofo y psicólogo, el juego es una preparación para la
vida adulta y la supervivencia porque contribuye en el desarrollo de funciones
y capacidades que preparan al niño para poder realizar las actividades que
desempeñará cuando sea grande.
Más
allá de lo que acordemos o no, y de citar en otro momento a autores como Freud
y Piaget, sabemos de lo importante del juego como constitutivo de la
subjetividad, por eso es utilizado como herramienta terapéutica en los
tratamientos psicológicos con niños.
Aquello
que aparece como fundamental al pensar el desarrollo de la subjetividad,
enciende la señal de alerta cuando toma otra relevancia en la adolescencia y/o
la adultez. Cuando el juego comienza a ser patológico…
Los
estudios epidemiológicos revelan que la legalización del juego es un factor de
riesgo de gran importancia. Si bien el juego clandestino existe en mayor o
menor grado en todos los países y es fuente de jugadores patológicos, la oferta
social que supone la legalización, considerada por muchos autores como una
forma de incrementar las arcas del estado sin aumentar los impuestos, supone al
menos la duplicación en la prevalencia de la ludopatía entre adolescentes y un
incremento en el número de jugadores problemáticos.
Suelen
ser factores de riesgo la participación en juegos de azar en edades tempranas -fundamentalmente
en la infancia y la adolescencia o al inicio de la edad adulta-, la situación
laboral precaria, el alcoholismo paterno, tener padres jugadores y la
existencia de ganancias en la fase inicial como potencial factor
desencadenante, o al menos coadyuvante, en la aparición del trastorno en casi
la mitad de los jugadores compulsivos.
Aquí
comienza el inconveniente: ¿cuál es el límite entre lo normal y lo patológico? ¿Cómo
distinguir una distendida salida a tirarse unas fichas, o las apuestas a cada una
de las loterías que sortean jugosos premios virtuales, de una compulsión al
juego?
Aún
con el riesgo de caer en el despertar de varios improvisados detectives de la
patología psíquica, es posible decir que existen algunos indicadores, signos y
síntomas, que, sin asustar, pueden ayuda a prevenir: 1) Preocupación por el
juego. 2) Tolerancia: necesidad de jugar, con incremento de tener dinero
llevándolo a la excitación. 3) Abstinencia: inquietud o irritabilidad cuando
deja de jugar. 4) Escape: el juego es el camino para escapar de los problemas o
para aliviar el humor disfórico. 5) Pérdidas: después de perder dinero vuelven
al día siguiente con la fantasía de recuperar lo perdido. 6) Mentiras: mienten
al terapeuta, a la familia, a los amigos, etc. 7) Pérdida de control cuando
vuelve a jugar. 8) Actos ilegales: se cometen actos ilegales secundarios a la
necesidad de conseguir dinero para seguir jugando. 9) Relaciones con alto
riesgo: arriesgan o pierden relaciones significativas como el trabajo, estudio,
etc., por jugar. 10) Dependencia: Depende de otros para que le den dinero o lo
habiliten aprobándolos.
La
legalización del juego hace que la mirada sobre lo normal y lo patológico sea
diferente. Seguro que al finalizar de leer estas palabras, varios rostros
conocidos harán su aparición en escena. ¿Jugamos?
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