“ST. VINCENT”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Mudarse, cambiar de
domicilio, implica aventurarse en el terreno de lo desconocido, conlleva la
velada incertidumbre acerca de no saber exactamente quiénes son esos extraños
que repentinamente viven al lado nuestro, los vecinos; de entrada, seres
humanos extraños, anónimos, un interrogante por descifrar. El día en que Maggie y Vincent se conocen, cuando por primera vez se ven las caras,
resulta ser un día un tanto enrevesado. Tan pronto como llega la mujer a su
nuevo hogar se sucede un incidente: los de la mudanza chocan contra un árbol,
ocasionando la caída de una gran rama sobre el auto del roñoso vecino, quien
sale rápidamente a protestar. Su aspecto es pavoroso: totalmente desaliñado,
con media cara ensangrentada producto de un profundo corte en la cara, su
figura patentiza los evidentes estragos de una contundente borrachera. Sin
lugar a dudas, el hombre no ha dejado una buena impresión. Aun así, poco más tarde,
se suscita un acontecimiento fortuito que cambia todo, promoviendo una sacudida
emocional general, categórica, de la que nadie saldrá ileso.
Probablemente el actor Bill
Murray tenga mucha responsabilidad respecto al éxito de la película, su
actuación enternece, divierte, complementa perfectamente el carácter de su
personaje, el “viejo” Vincent, un ser
solitario, cínico, cuyos pasatiempos preferidos consisten en ir al bar, apostar
en las carreras, cuidar a su hermoso gato Fénix,
fumar recostado en su desolador patio escuchando música en el walkman. Los
nuevos vecinos alteran lo establecido, el pequeño Oliver (Jaeden Lieberher) arriba al vecindario con su madre, Maggie (Melissa McCarthy), la cual pasa
los días enteros trabajando en el hospital. Ellos también están solos tratando
de acomodarse a su flamante realidad: ella, una madre recién divorciada,
engañada, un poco enojada y preocupada; él, un jovencito de unos diez años,
circunspecto, querible; ambos están esforzándose para hacer que todo funcione. Circunstancias
no deliberadas impulsarán el acercamiento entre Oliver y Vincent,
rápidamente el joven se acoplará al ritmo de vida del sexagenario, oficialmente
su nuevo “niñero”. El chico y el hombre son opuestos, el menor es correcto,
educado, inocente, mientras que el mayorcito acarrea una vida tan difícil que
lo ha curtido sin piedad, convirtiéndolo en un ser huraño, sarcástico,
antisocial. Pero algo tienen en común, ambos sienten un profundo vacío o pesar
que no siempre sale a luz, un pasado que les duele, que no pueden dejar atrás y
los condiciona. Un cuarto personaje se suma al trío, al igual que los
anteriores también está sola y en apuros, su nombre es Daka (Naomi Watts), de
profesión prostituta, el negocio no anda tan bien porque está embarazada, solo
su “amigo/cliente” Vincent parece
acompañarla, ella hará lo mismo con él en los tiempos difíciles que no tardarán
en llegar.
La historia que el
director Theodore Melfi cuenta en “St. Vincent” no se destaca por su
originalidad, desde la genial “Up”
hasta “Un gran chico”, por ejemplo,
las duplas compuestas por parejas generacionalmente distantes y personalidades
antitéticas, siempre dan resultado, en tanto y en cuanto dejen asomar ese
costado sensible, humano, representado en la enseñanza recíproca de valores
auténticos. En este caso, el film es, obviamente, efectivo en su propósito de
conmover, emocionar, seducir al público. Aquellos que quieran pasar un rato
agradable, sonreír y llorar al mismo tiempo, la tienen que ver.
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