Golpe al "caretaje"



“FRANNY Y ZOOEY”

Por Julieta Nardone

“Franny y Zooey” es, como reza el título de esta reseña, un golpe al “caretaje”. El relato se estructura en dos partes, una titulada precisamente Franny, y la otra Zooey. Ambos son miembros de la familia Glass; los más jóvenes de ese círculo de parentesco que será parte de una saga en la obra de Salinger, ya que el autor hace protagonizar muchas de sus creaciones a alguno de los siete hermanos que la componen.
Todo comienza con una crisis existencial de juventud, de la hermana menor, Franny. Una estudiante bonita y ejemplar, pero agotada y sobreexcitada que ha estado leyendo demasiados libros religiosos. Desencantada del ámbito universitario, aburrida de tantos egos y fantoches, se ve sumergida en una metamorfosis destructiva y ya no podrá contenerse en disparar mordazmente, aunque también apenada, ante los discursos sofisticados de la bandada intelectual: “Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto. Me da asco de mí misma y de todos los que quieren causar sensación”.
Vale decir que ella es una más de un grupo de hermanos “prodigios”, que de muy pequeños triunfaban en concursos por su llamativa memoria e ingenio; niños dotados que en el presente encarnan sujetos en etapa de maduración que cargan con el mal de “sabelotodos”, siempre un poco al costado de todo el mundo, pero tan desprotegidos como cualquiera de nosotros. El padecimiento crónico, la pata de palo de esos chicos precozmente “listos” que alguna vez fueron los Glass.
El segundo relato, continúa y complementa en sentido al primero. Zooey, sarcástico actor, y el único bonito de la familia (el narrador se encarga lo suficiente de remarcarlo), intentará ayudar a encontrar respuestas a su hermana, ya para entonces en plena depresión, de vuelta al hogar, y a punto de abandonar la carrera y todas sus actividades diarias. Ya casi por completo entregada a un misticismo religioso que le da justificación para sentirse lejos de todo, y de todos. Pero también de Dios, dirá su hermano como un gran sacudón a la dignidad de Franny: “Si vas a declarar la guerra al sistema, dispara como una chica buena e inteligente: porque el enemigo existe y no porque te disguste su peinado o su maldita corbata…” Y más adelante, Zooey será más crítico todavía de la postura de su hermana: “…la mitad de todo lo desagradable que hay en este mundo está provocado por la gente que no usa su verdadero ego”.
La novela es puro diálogo, vertiginoso y fluido, como una “especie de largometraje en prosa”. Mucha expresión diáfana y coloquial, puja de intenciones; y poca acción, trama débil, aunque plena de emocionalidad descarada, tanto que remite a escenas teatrales donde los personajes entran y salen de foco para dejarse hablar, ser, aproximarse al otro, a sí mismos… por y en la palabra.
Su autor, Jerome David Salinger (1919-2010), fue un escritor americano que repitió la actitud de otros artistas del ostracismo: la soledad y el silencio literario como renunciamiento al exitismo. Un hombre más –entre los raros especímenes- que decide hacerlo a su manera, sin medias tintas ni concesiones. El alejamiento del sistema socio-cultural en el mejor momento de su carrera; y junto a esto, el “no” rotundo ante la tentativa de volver a publicar, lo ubican en la estirpe de un Rimbaud, o –para dar un ejemplo más a mano- de un Rulfo. Hay una cuota de desesperación en artistas así, como también, creo, un alto grado de pureza y coraje; y lo grandioso (fascinante al menos para los lectores) es que los personajes claves de sus universos ficticios son la más exacta manifestación de ese desapego voluntario.
Esta novela corta (Edhasa, 2003) alcanza difusión por primera vez en 1961, para expandir una idea en apariencia escuálida. En apariencia, sólo en apariencia. Pruebe leerla, y luego me dirá…

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