¿POR
QUÉ Y PARA QUÉ?
Por Mariano
Fernández
Los
bancos hoy omnipresentes, surgen en la edad media, por si algo le faltaba a esa
época para ser nefasta. Los caballeros templarios, adinerados luego de cruzadas
a tierra santa, emitían documentos que garantizaban que el portador tenía una
suma de valores en un monasterio de la orden y podían ser pagaderos en otro, de
cualquier parte de la Europa cristiana. Así surgieron, justamente, trascendiendo
fronteras. Actualmente siguen operando
entre países, tomando depósitos y algunas veces siendo el centro de la escena
en algún escándalo por corrupción, por conocerse cuentas de tal o cual
funcionario de uno u otro país que mantienen sus ahorros a varias fronteras de
distancia. La fiebre de los depósitos en el extranjero, “overseas”, no es algo
nuevo. Los banqueros que oficiaron de tenedores, existieron siempre. Flandes, en lo que hoy es actualmente
Bélgica, fue el destino del oro y la plata que salía de las entrañas de América
durante la conquista española. Minerales que financiaron guerras en el viejo
continente, para ver qué gallo era el dueño del gallinero. Durante la segunda
guerra mundial, basta con ver un mapa de tierras invadidas por los nazis para
darse cuenta que existió una pequeña isla en el medio de un mar de territorios
ocupados. Ese sitio, rodeado de campos de batalla, y alejado de las bombas, era
(y es) Suiza. Allí, el dinero de aliados y partidarios del eje, estuvo seguro,
y en un alarde de discrecionalidad, se garantizó que ningún banquero
preguntaría el origen del mismo. Hoy no sólo Suiza es un destino de fondos.
Andorra, Islas Caiman, Uruguay, Israel, Islandia, Luxemburgo, por nombrar
algunos, son los destinos del dinero del mundo. El atractivo de estos países
como depositarios de monedas, superficialmente, y en los propios argumentos de
los bancos, es la seguridad a largo plazo basados en una excepcional
estabilidad del sistema financiero de esos mismos países. La confidencialidad
de las cuentas, es un motivo un tanto más subrepticio. Esto es, que las
cuentas, no son necesariamente nominales. Usted o yo, si contáramos con un
número interesante de billetes, podríamos abrir una cuenta, donde no estaría
registrado nuestro nombre. Lo apropiado del caso es que podríamos recibir
depósitos a esas cuentas y que salvo para la entidad bancaria, sería un secreto
quién es el titular. En un mundo corrupto, pagos por servicios dudosos, coimas,
tráfico de influencias, evasión de impuestos, etc., podrían utilizar las
cuentas a tal fin. La intangibilidad de los depósitos garantiza que nadie puede
tocarlos, cambiarlos por títulos, o modificar tasas de interés en algunos
casos. La discreción absoluta sobre el origen de esos dinerillos es algo que a
grandes rasgos se mantuvo hasta nuestros días, si bien los países pueden emitir
exhortos a los bancos para aclarar el titular y el origen de los fondos y,
ciertas legislaciones actuales, lo tienen como eje para prevenir el lavado de
activos. Más en criollo: el dinero lavado y planchado sigue siendo papel moneda
mal habido, que en las bóvedas no se diferencia del de origen noble, si lo
hubiera, y se han endurecido las medidas para entorpecer el flujo de este
dinero que puede ser producto de actividades ilegales. Las medidas llegan
algunas décadas tarde tal vez, cuando los ingresos por tráfico de armas y
droga, ya habían copado las arcas de varios países cunas de las finanzas
mundiales. Para tomar una idea somera del volumen de estas transacciones y de
su repercusión en el concierto de la economía mundial, basta el ejemplo de
Islandia. En 2009 este país escandinavo, tuvo una crisis similar a la del 2001
de Argentina, con corralito incluido (lo que pone cuanto menos en duda sobre la
estabilidad absoluta del sistema). Islandia tiene alrededor de 300.000 habitantes y tres bancos
mayoritarios. Había en la isla, 350.000 cuentas de ingleses y holandeses por
más de diez mil millones de dólares, que quedaron obviamente acorralados. El
entonces primer ministro británico, Brown, amenazó con represalias de no
recuperarse las cuentas. En una lectura ligera, saltan a la vista los motivos
del atractivo que representa para funcionarios, empresarios y gobernantes,
mantener este tipo de cuentas, el silencio fundamentalmente, en todo sentido.
Los circuitos complejos que recorre el dinero, hacen perder las pistas sobre su
origen cuando así se desea. Las bóvedas, además de los ahorros de miles, contienen
secretos, como los monasterios de los cruzados; y aún, el voto de silencio, se
mantiene.
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