Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
Como
todo mobiliario, la mesa tiene múltiples funciones que sirven fundamentalmente
para apoyar… lo que deseemos. Pero lo que alimenta nuestros recuerdos y nos
llena de diferentes emociones, es la relación que tiene con la comida.
La
mesa está servida, y nos convoca a una familia distribuida por los diferentes
vericuetos de la casa, quienes, al llamado imperioso del cocinero, se aprestan
a recibir los deliciosos manjares que aquellas manos laboriosas prepararon con
el cariño de convocarnos alrededor de la mesa familiar…
La
mesa está servida, y los esperados platos suculentos se transforman en tazas
humeantes de un mate cocido hecho con lo que alguna vez fue utilizado en el “mate
bombilla”, y los restos del pan, que con certeza milimétrica se repartió
durante el largo día entre las tristes bocas que ya ni siquiera demandan, son
el único acompañamiento sólido.
La
mesa está servida, y la vajilla desborda de comida que es devorada con ansiedad
y falta de registro, por aquel que no
puede controlar el impulso de ver los platos vacíos.
La
mesa está servida, y se transforma en la tortura de aquellos sujetos cuya imagen
ante el espejo le devuelve una figura obesa, cuando la conjunción entre los
huesos y la reseca piel no da lugar a ninguna formación muscular… ni grasa…
Las
diferentes corrientes inmigratorias trajeron consigo, además de la nostalgia,
el dolor de la partida, los sueños nuevos, el temor de pasar nuevas hambrunas
como la que la guerra y las pestes habían instaurado para quedarse.
Entonces,
la promisoria tierra argentina, tan fértil como fiel, comenzaba a devolverles
el fruto de su trabajo y las reuniones familiares y entre paisanos se sucedían
alrededor de largas mesas de manteles blancos donde las comidas típicas de
tierras lejanas, los envolvían con sus olores y sabores con gusto a dulce
melancolía. Aunque las temperaturas y climas poco tenían que ver, se adaptaban
para no sentir todo lo que habían perdido, como el idioma, que se negaba a
dejarse tentar por la cadencia criolla.
Estas
tradiciones culinarias aun nos acompañan. Entonces, cualquier reunión social
está ligada a la comida, suculenta en general, no vaya a ser cosa que el
invitado se sienta agraviado por un bife a la plancha con ensalada…
Pero
a la vez, la sociedad exige figuras cuya estética corresponde a esbeltas formas
de curvas perfectas, que nada tienen que ver con la alimentación que se
promueve. Choque frontal: el placer de comer lo que quiero o lo que “debo”. La
exigencia de comer pero no engordar. Cadenas de dietas que comienzan los lunes
y terminan al día siguiente, infinidad de intentos infructuosos que culminan en
la angustia de lo no logrado: ni disfrutan de la comida, ni el espejo del
devuelve la imagen que añoran.
Deber
y placer enfrentados. Deseo lo que no tengo, quiero lo que no debo, soy lo que
no quiero ser, estoy donde o como no quiero estar: “venganza de un mundo taimado y traidor”, como dice el tango. “Los gimnasios no están hechos para los
gordos”, afirma dolorosamente una paciente, si ni siquiera la ropa
deportiva viene con un talle real XXL…
La
mirada desaprobadora de los compañeros de asiento en los micros, de las
vendedoras de ropa, de muchos profesionales cuya visión sobre el sobrepeso no
deja lugar a la escucha sobre el dolor…
Es
que, como una vez escuché de una sabia voz, desde que nacemos parece que
empezamos a pertenecer al bando de los ganadores o perdedores… Quisiera saber
qué características correspondan a cada uno y quién se juega a trazar esa cruel
línea imaginaria…
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