Siembra directa



Por Mariano Fernández

En las últimas semanas la Siembra Directa ha saltado a la palestra con motivo de declaraciones cruzadas entre ministros, periodistas, profesionales del campo, en relación con las inundaciones. Veamos en profundidad qué es la Siembra Directa, su relación con el entorno y quién está detrás de ella.

Definición, orígenes
La Siembra Directa fue una alternativa al sistema de labranza tradicional, para preservar el suelo. Es una técnica de cultivo sin arado previo, lo que evita remover el residuo de la cosecha anterior, mejorando las condiciones físicas, químicas y biológicas del suelo. Lo que al comienzo de la colonización de nuestras tierras para cultivo, a fines del siglo XIX, se quemaba -esto es el rastrojo- hoy se aprovecha, para proteger el suelo, agregarle nutrientes, aumentar la humedad de la tierra.
La técnica de Siembra Directa comenzó a experimentarse en nuestro país, como no podía ser de otra manera, de la mano del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) a mediados de los ochenta, como alternativa para paliar la erosión que venía mermando la tierra y fundamentalmente los rindes, después de casi cien años de agricultura.
En 1986 se firmó un convenio entre el INTA, universidades locales y algunas empresas para evaluar los resultados. La empresa que tomó la iniciativa, financió y fue la gran impulsora de esta técnica, era mucho menos conocida en ese entonces que ahora; se trata nada más y nada menos que de Monsanto.
En nuestro país, Monsanto pasó de un planta productora de plásticos a introducirse a fines de los 70 en el mercado de los agroinnumos, para ser su principal actividad en los 80, luego de patentar un producto para este rubro en 1978: el Round Up.
Morgan, Cargill, CIba Geigy, BASF y otras, participaron de este convenio, aportando semillas, agroquímicos o financiación directa al proyecto. Si bien el método ofrecía una ventaja apreciable en el cuidado del suelo, las dificultades iniciales tenían que ver con los problemas económicos para los productores, que implicaba tener que adquirir la nueva tecnología en maquinarias para implementarlo. 

Todo brilla
Las ventajas de la Siembra Directa parecen muchísimas frente a la labranza tradicional.  Fundamentalmente se produce una erosión 90 % menor. Además, se mejora el contenido orgánico del suelo, se mejora el aprovechamiento del agua del mismo, se prolonga el ciclo agrícola. Económicamente, al reducir el trabajo mecánico, ahorra combustible, mano de obra, prolonga la vida útil de los tractores, y reduce la contaminación por combustión, todos detalles no menores. 
Según el INTA, para el 2013 el 80 % de la superficie cultivada de Argentina, lo era por este método; y para referencia en el mundo, nuestro país es el tercero en hectáreas  trabajadas por detrás de EEUU y Brasil, aunque en porcentual lidera.
De la mano de la Siembra Directa, la producción per cápita de kilos de cultivos de Argentina, la ubican en el primer lugar, por encima de Canadá, por ejemplo.
Ahora bien, para que sea una técnica efectiva, la Siembra Directa debe tener algunas consideraciones: es una condición necesaria la rotación de cultivos, puesto que los nutrientes que consumen y fijan al suelo, son diferentes, entre el maíz y la soja por ejemplo, y la necesidad de fertilizar igualmente.
No todo es oro
Pareciera ser que la Siembra Directa ha puesto a nuestro país en la cima de la producción de granos, y en verdad lo es, pero existe un costado que queda fuera de los análisis oficiales. Si bien la reducción de la erosión del suelo se redujo drásticamente aun en estas zonas, la pérdida de materia orgánica luego de cien años de agricultura es de un 35–40 % desde el inicio.
Aun con Siembra Directa, el nivel de nutrientes se homologa con el que nuestros suelos  poseían en la década del 30 y se ha estancado la recuperación. ¿Cuál es el factor determinante entonces en la recuperación parcial? El monocultivo, que claramente tiene nombre y apellido: soja.
La Siembra Directa no es la panacea, debe ser aplicada técnicamente de manera apropiada en un marco integral que incluya políticas de estado.
Desde varias décadas, la soja viene desplazando a otros cultivos como el maíz y el trigo, por circunstancias que van desde la carencia de mercados, los altos costos de producción, o lisa y llanamente los precios superiores de la oleaginosa. Algunas circunstancias complejizan la ruptura de este ciclo, por ejemplo, los arriendos en nuestro país tienen dos factores que determinan el perfil de las explotaciones: por un lado, los contratos de alquileres son a corto plazo, una cosecha. Para obtener márgenes de rentabilidad, el arrendatario debe sembrar soja exclusivamente, año tras año, sin rotación. En Canadá, por ejemplo, los contratos de arrendamiento son por 7 años. El control de malezas que se hacía anteriormente de manera manual, requiere glifosato, polémico de por sí, patentado por… ¿adivine quién? Acertó: Monsanto, la misma empresa que impulsó a nivel mundial la Siembra Directa. Y para que el glifosato reconozca a la planta de soja y no la dañe, esta debe ser modificada genéticamente. La patente de esta semilla, la polémica soja transgénica RR (resistente a Round Up), también está en manos de... Monsanto. Pero para vendernos el santo y la religión, la empresa francesa tuvo que enfrentarse a otras gigantes, por ejemplo en EEUU contra las grandes productoras de maquinaria agrícola, John Deere, Case, New Holland, que perderían ingresos al disminuir el uso de sus herramientas. 
Para poner blanco sobre negro, hoy en día, en Europa, una tierra con miles de años de agricultura, que prohíbe el cultivo y consumo de productos transgénicos en algunos países, con políticas agrarias adecuadas y subsidios a todas las producciones, sumado a correctas técnicas de rotación, hacen que la superficie del viejo continente sembrada con esta técnica sea mínima.
Como verán, la técnica de Siembra Directa, así como concepto, no es ni infalible ni demonizable, sino que cuando se subordina a otros intereses, o cuando no se la practica integralmente, estamos arriesgando un recurso no renovable, nuestro futuro.

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