Por Carina Sicardi / Psicóloga / casicardi@hotmail.com
MI PRINCIPITO
Esa
mañana, cuando llegué a mi lugar de trabajo, la Asistente Social de la Comuna local
me esperaba en el pasillo, con gesto preocupado. Necesitaba un turno para un chiquito
que consideraba en riesgo. Y así fue que nos conocimos. Ese mismo día.
Con
los piernas colgando de la silla, sin tocar el suelo, y sentado sobre sus
manos, respondió al sonido de la puerta de mi consultorio que se abría para
despedir a una paciente, acurrucándose contra la Asistente Social, como
buscando protección ante lo desconocido.
Me
arrodillé hasta quedar a la altura de su carita asustada. Me presenté: “Hola,
yo soy Carina, ¿vos cómo te llamás?” Levantó la carita y una sonrisa de dientes
descuidados se asomó debajo de esa cabeza llena de rulos rubios. “Santiago”, me
respondió.
Le
ofrecí mi mano, invitándolo a pasar al consultorio; dudó, pero tímidamente la
tomó y juntos entramos.
Aquí
me detengo un momentito. A la terapia con niños la antecede siempre, una o
varias entrevistas con los padres, en el mejor de los casos; o con alguno de
ellos si no fuese posible lo anterior. Esto se debe a que es necesario empezar
a indagar por el lugar de ese niño en la historia familiar, cómo se inscribe y
qué están diciendo los síntomas. La presencia de la Asistente Social era parte
de la historia de Santiago. Hijo mayor de una familia constituida por un padre
alcohólico y una madre esquizofrénica, estaba dotado de una inteligencia y una
sensibilidad que dolía. “Hijo de 9 lunas y sin ninguna luna”, leí alguna vez.
“Los
niños acostumbran a hacer síntomas en aquellos lugares que resultan
insoportables para sus padres. Frecuentemente los síntomas están dirigidos a
ellos, porque es la manera de hacerse oír”, escribe Ana María Sigal de
Rosenberg.
Pero,
¿qué podían oír los padres de Santiago desde sus mundos transversalizados por
patologías que alienan?
A
sus 8 años, la propuesta de jugar a lo que él decidiera, le iluminó la cara. La
oferta de diferentes juegos y el tiempo dedicados, lo llevó a la pregunta: “¿son
todos para mí?”
El
juego es la forma natural de aprender y comunicarse del niño. Conocer y saber
interpretar el significado del juego en él, permite conocer lo que verbalmente
le es difícil comunicar. De la misma manera que un adulto puede verbalizar sus
dificultades por medio de las palabras, los niños se expresan y comunican
libremente a través del juego.
De
todas maneras, Santiago también hablaba mucho, parecía que siempre le faltaba
tiempo en la terapia. Una mañana ya fresca de mediados de otoño, llegó con una
remera de mangas cortas. Me preocupé y le pregunté si tenía frío: “Sí, pero no
importa; mi mamá no se da cuenta, ella no se da cuenta”.
Hubiese
querido abrazarlo, darle mi calor, secarle las lágrimas que casi nunca se
permitía derramar. Le hubiese regalado ropa que sea sólo para él, no siempre
ropa con historias de otros, como ese primer día que necesitó saber si los
juguetes eran “todos para él”, pero…
Llegaba
siempre sonriendo y corría a abrazarme. En una sesión se olvidó un guante. Los
olvidos son formaciones del inconsciente. Al rato fue a buscarlo, y me dijo: “No
importa si tuve que volver”. Eso era, él necesitaba la seguridad de que podía
volver a un lugar en que todo era sólo para él, los juegos, la escucha, la
mirada, la habilitación a ser sí mismo sin sentirse juzgado por ser “el hijo de
la loca y el borracho” en las palabras de un pueblo que habla sin saber.
Santiago
llegó a la consulta no por sus síntomas, sino por no presentarlos aún, como me
dijo la Asistente. Con sus 8 años, fue quien descubrió que su mamá tuvo dos
días a su hermanito bebé muerto en brazos sin que nadie lo registrara. Y su
miedo era no poder cuidar bien a su otro hermanito…
Recordarán
al libro “El principito” y a su protagonista: ese niño inteligente de rulos
rubios, que salió de su mundo conocido en búsqueda de la verdad.
No
sé qué habrá sido de tu vida, mi principito, deseo que hayas encontrado la
tuya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario