Por Julieta
Nardone
ENSAYOS SOBRE LO
INGOBERNABLE
“CABEZAS
DE TORMENTA”
La
palabra utopía no goza de buena salud.
Acostumbramos a emplearla como atributo de lo iluso, lo imposible, y en
ocasiones hasta se vuelve sospechosa por cierto tufillo a excentricidad propia
de “inadaptados”. Vale la pena recordar al uruguayo Galeano, cuando planteaba
que la utopía es un horizonte que siempre está unos pasos más allá: por más que
avancemos, ella también se corre llevando siempre la delantera. Entonces, la
utopía serviría para que caminemos, florezcamos, hacia esos lugares impensables
en nuestro presente. Christian Ferrer (1960), sociólogo y docente argentino, sugiere
que la utopía es el humus del que se ha nutrido el ideario libertario: “…si bien los
anarquistas construyen cápsulas donde sólo prosperan su gramática, sus símbolos
y sus pasiones; esa cápsula, al igual que sucede con el tiempo que los niños
dedican al juego o los amantes a sus juegos, es en sí misma una realidad antípoda
que a veces logró conmover y fisurar a las instituciones y costumbres del mundo
jerárquico”.
En “Cabezas de tormenta” (2004),
Ferrer reúne ensayos en los que no deja de expresar su admiración hacia la supervivencia
de este movimiento, como tampoco soslaya una pasión auténtica por las biografías
de aquellos átomos sueltos… historias
insumisas de los primeros anarquistas, quienes agitaron un mundo cuyo soporte
principal era la tiranía y el sometimiento. La revolución que preconizaban,
insiste el ensayista, era esencialmente social, una subversión cultural, pues su
entrada a la escena política tenía el propósito de atentar contra toda
jerarquía que corrompa, vuelva mezquinos, infelices, a los hombres. Vale decir,
la matriz que los distinguió de otros itinerarios emancipatorios nace de una lucha
que no fue una lucha por la toma de poder: anhelaban su completa abolición. Cada
uno de los triunfos sociales que los anarquistas alcanzaron se cobró,
irremediablemente, su cuota de sangre: huelgas, leyes obreras, avances
culturales, derechos de la mujer, luchas por la igualdad, solidaridad...
Esta utopía
resulta de difícil digestión para nosotros, que heredamos de tiempos remotos la
necesidad de estar bajo la órbita de una autoridad estatal, religiosa,
familiar, en suma: institucional. La dignidad
anarquista, en cambio, era (¿es?) desobedecer.
Aunque tal convicción no tenía mucho que ver con salir en pandilla a patear tachos
y dar mazazos a ciegas (como fácilmente podríamos confundir); por el contrario,
este movimiento popular, desde sus inicios, amasó una ética vigorosa que tenía
como principio básico emprender una “educación de la voluntad” para la
anulación de las viejas fibras psíquicas y sociales del dominio. Entre tantas
estampas llamativas y humanas que narra Ferrer con gran destreza persuasiva,
vale la pena citar: “Un típico problema
lógico que se les proponía resolver a los alumnos se presentaba de este modo: Si
un trabajador fabrica diez sombreros en ocho horas, y si por hacerlo le pagan
cinco pesos la decena que la empresa envía al mercado a cincuenta pesos,
¿cuánto dinero robó el patrón al obrero?”
El libro se
encarga muy bien de separar la paja del trigo, en un intento de revivir las
páginas de ese saber antípoda, rebelde, que nada tiene que ver con posteriores poses
que vieron en el anarquismo la máscara pronta a disfrazar el desmoronamiento de
toda ideología: “El anarquismo sería entonces
una sustancia moral flotante que atrae intermitentemente a las energías
refractarias de la población. Opera como un fenómeno escaso, como un eclipse,
un atractor de las miradas que necesitan comprender la existencia del poder
separado de la comunidad. Cabría decir que el anarquismo no existe: es una
insistencia”.
LITERATURA PARA NIÑOS
Como dijo en alguna
oportunidad la escritora Cinetto, cuando nos acercamos a este género (mal
catalogado como “menor”) es preciso saber que estamos frente a algo muy grande y serio. En este mismo
rumbo, encontramos “El insoportable”
del escritor porteño Ricardo Mariño. Una historia que se bifurca en dos tramas
paralelas para luego hacer estallar las fronteras entre mundo posible y mundo
fantástico: el encuentro de Bruno y
un habitante de Krup, una aldea de
seres minúsculos, abre las compuertas de la imaginación y sacude al lector ante
lo inesperado.
Un grupo escolar de
niños se va de campamento. La intemperie, la naturaleza y la cercanía con otros
compañeros se convierten en un gran desafío para Bruno, apodado “el insoportable” a causa de actitudes y
preferencias que lo diferencian bastante del “común” de los chicos…
La comicidad y el
absurdo permiten poner en jaque viejos y rígidos conceptos ante las
expectativas y prejuicios sobre los otros y las formas concretas de
relacionarnos, en momentos claves de nuestro crecimiento. Asimismo,
entrelíneas, asoma como un géiser la simbología del cuento popular, pues Mariño
aprovecha muy bien ese material ineludible para interpelar y pensar los miedos
inconscientes de todos los niños, de todos los tiempos...
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