Por Ana
Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
No ando
muy errada si digo que todos, en América y Europa, sabemos quién fue Simón
Bolívar, pero pocos, y me incluyo en este grupo selecto, sabemos quién fue
Manuela Sáenz. Una mujer clave en la gesta libertadora no solo por ser amante
de Bolívar, sino por un derecho ganado, con creces, en la contienda. Hoy, en
nuestra máquina del tiempo, viajamos a Paita, Perú, en 1854 para que ella nos
hable de su vida.
Me
parece, desde que escribo esta columna, que el hecho de ser hija ilegítima
ayuda a algunas mujeres a ser más libres. ¿Me equivoco?
Yo crecí siendo la
diferente, y eso ya te acostumbra a serlo siempre y a luchar contra la
injusticia. Mi madre, Joaquina Aizpuru, pertenecía a una familia bien de
Ecuador que la rechazó al saber de su embarazo y, a mí, me mandaron al convento
de la Concepción. Sabía que Simón Sáenz de Vergara era mi padre, pero viví con
él más tarde, ya muerta mi madre. Entonces, me presentó a su familia legítima y
se aseguró de que yo tuviera una buena educación.
Su padre
la casa con un comerciante inglés, James Thorne, 27 años mayor que usted.
Sí, yo tenía 19. Mi padre
me lo propuso y me sedujo la idea de ser una aristócrata en Lima, pero James
era formal, rígido, dejaba poco a la improvisación.
¿Por eso
abraza la causa libertadora?
No, yo leía mucho y me
interesé por los ideales libertarios, por la conciencia americana. Fue un
momento de lucha, difícil, pero también inspirador. Además, gran parte de la
sociedad limeña apoyaba a los rebeldes. Me hice muy amiga de Rosa Campuzano
[informadora y amante de San Martín] y convencí a mi hermano militar, José
María Sáenz, para cambiar de bando. Me involucré por completo.
Y San
Martín las condecora con la Orden del Sol, pero ¿cómo conoce a Simón Bolívar?
Volví a Quito para reclamar
parte de mi herencia materna, ya formaba parte del círculo independentista, y
coincidí con la entrada triunfal del General. Cuando pasó bajo nuestro balcón,
arrojé una corona de laurel que le dio de lleno. Entonces, sorprendido, miró al
balcón y me saludó. Más tarde, nos vimos en el baile en su honor y no nos
separamos más.
Nunca vuelve con Thorne, aunque él se lo pide, y sigue con Bolívar
durante ocho años.
Perseguía mis ideales y
Simón luchaba por ellos. No estaba dispuesta a dejar la causa libertadora o al
General por una convención social. Muchos pensaron que yo sería una más en la
larga lista de amantes. No me conocían.
Hasta le
salva la vida.
Yo participé activamente en
la contienda, conservé el archivo de Simón, lideré tropas, atendí a los
enfermos. Alcancé el grado de Coronela por mi contribución en la batalla de
Ayacucho. Y, además, le salvé la vida varias veces. La más significativa fue
cuando me enteré de que querían matarlo en Bogotá; entonces, me fui al palacio,
lo desperté, le di un arma y le obligué a saltar por la ventana, mientras yo me
quedé para hacer frente a los conspiradores hasta que se reagrupó el ejército y
pasó el peligro.
Bolívar
cae en desgracia y de camino al exilio, muere.
Su sueño de crear una única
república americana se complica por intereses locales de una minoría poderosa.
Su influencia menguó tanto que renunció y se marchó. Estaba, además, enfermo.
Después, también yo tengo que huir por ser fiel a su ideología. Intenté volver
a Quito, pero lo más cerca que he llegado es aquí.
¿Y a qué
se dedica ahora?
Vendo tabaco y dulces. Le
va a hacer gracia, pero ahora la educación que me dio mi padre y mi matrimonio
con James, me ayudan. En este puerto ballenero, utilizo el francés y el inglés
como intérprete, y recibo a muchas personas que me visitan para saber más sobre
la independencia y el Libertador.
Cuando
murió su marido inglés, Manuela sólo cobró la parte de la herencia que
correspondía a su dote, renunció al resto por ser coherente con sus ideas. Se
dice que Manuela Sáenz murió a los 59 años durante una epidemia de difteria.
Nunca volvió a Ecuador.
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