Por Julieta
Nardone
ARDER SIN CONSUMIRSE
“EL
MIEDO A LA LIBERTAD”
Erich
Fromm (psicólogo social, psicoanalista, filósofo y humanista), publica este interesante
ensayo de casi 300 páginas durante la década del cuarenta. Un libro que,
lamentablemente, conserva vigencia: la batería de miedos que ensordece a
nuestra sociedad prueban que el temor a la soledad y al desvalimiento ha ganado
la partida (o al menos por ahora). Terrorismo, desastres naturales, miseria,
narcotráfico… Y ahí mejor paremos. Asuntos que reclaman sacrificio o una
competitividad brutal; pues al fin de cuentas, en los extremos nos encontramos
con la misma sumisión. La libertad siempre
en riesgo. Es ella misma un riesgo… pero que siempre valdría la pena tomar. La
tesis fuerte del libro estalla frente a nuestros ojos: “el hombre cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia
de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más
se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo
en la espontaneidad del amor y del trabajo creador o bien de buscar la forma de
seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad
de su yo individual”.
Vivimos
bajo presión de toda clase de inseguridades, mientras que cada vez se torna más
difícil darles lugar (o, como mínimo, creerles) a los felices que “se derrochan
y crean la virtud” a través del amor a su oficio, la labor social, el
despliegue genuino de potencialidades afectivas e intelectuales. En cambio, un número
cuantioso de personas se pierde en la desconfianza y la ira –debido a la
frustración que retorna de la falta de oportunidades, o en el otro polo, por
encaramarse en la codicia o el poder-; lo que en el fondo parece ser un
profundo “temor a la vida entera”.
Entonces,
el verdadero terror es colaborar con la mutilación de nuestra subjetividad y
autonomía a través de mecanismos de evasión, tales como el autoritarismo,
compulsiones con un alto grado de neurosis o tendencias destructivas
(sadomasoquismo), la auto anulación en sus remozadas máscaras o el conformismo
más autómata… El alemán examina estos procesos psíquicos para comprender la
base humana que cede a sistemas totalitarios, como también, a los estados de
democracia cuya máquina de dominio subyace en el formateo de la opinión pública
y el consumismo.
La
salida no es, de ningún modo, un egoísmo exacerbado. Como se ve, ese camino
sería otra variante que rehúye la genuina libertad. Recuerdo un personaje de
Salinger que decía que “la mitad de todo
lo desagradable que hay en este mundo está provocado por la gente que no usa su
verdadero ego”. Y por ahí, nos arrima Fromm al comprender la individuación como un proceso que
demanda superar vicios de la modernidad –y agreguemos, de la posmodernidad-
para desactivar los cortocircuitos que nos paralizan. Sólo así, sería esperable
potenciar las facultades naturales de expansión y felicidad que posee el hombre
libre… ¡y juremos con gloria morir!
LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
ADOLESCENCIA Y DESPUÉS
Esta novela (Ed. Norma, 2008) de la cordobesa Graciela
Bialet (1955) nos cuenta la historia de Cecilia,
una joven adoptada, de tan sólo 15 años, que convive con una familia
“ensamblada”. El divorcio de sus padres y las nuevas filiaciones que surgen a
partir de nuevas parejas y hermanastros, dinamizan rutinas que la protagonista
transita con la angustiosa sensación de ser el “jamón del sánguche”. Este incómodo lugar en el mundo alimenta un
espacio propio: el diario íntimo (registro que toma el relato). Entre nuevas
circunstancias y renovados dilemas, Cecilia
decide un camino propio a partir de asumir el rastreo de sus orígenes
sanguíneos. Recuperar esa zona de identidad no será nada fácil, pues deberá
atravesar conflictos diversos (de amistad, amor y traición) y conocer personas
de todo pelaje. Asimismo, las tramas familiares irán revelando una experiencia
mayor: los vínculos más fuertes son los que se construyen, y en ese caudal de
tensiones se pulsan firmes interrogantes sobre la propia subjetividad.
Cabe
notar el entretenido andamiaje de historias y aventuras, como también el riesgo
que supone tratar asuntos tan fuertes, y más aún, si el público es juvenil. No
hay dramatismo ni pegajoso sentimentalismo: la trinchera se asienta en la
posibilidad de representación de futuro que imprime candidez y esperanzas a
cada experiencia. Tal vez, sea oportuno reflexionar sobre un supuesto muy
arraigado que piensa la crueldad como producto de la pobreza. La violencia
mayor resulta del resentimiento que traen las promesas incumplidas y la falta
de proyección. Para crecer, para aprender, se necesita, claro está, de
condiciones materiales, pero son también elementales las ilusiones para no conducir
a los chicos a la inmediatez total o a
la evasión más cruel.
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