Por Nico Raterbach
Dios
atiende en las oficinas de Sony Music o
Universal, que están más o menos en Puerto Madero. Pero Rosario, que dio tantos
talentos al fútbol, también los dio a la música. Para fines de los 80 los pibes
de la rivera estaban hartos de la somnolencia de la Trova Rosarina, ese amasijo
de talentosísimos músicos y aburridísimas canciones. Y en las antípodas,
surgieron alejados de los flashes que encandilaban a Fito Páez, muchas bandas
que podrían estar en el Olimpo del rock, el bar de Mendoza y Corrientes
atendido por el Turco, que danzaba entre las mesas. Para los que comprendían la
mística de la ciudad, la música era una decantación natural. Las nuevas
corrientes musicales llegaron a Rosario, estallando desde el río en los 90,
como en el resto del país. Lo tuvimos tan cerca, por allí desfilaron
agrupaciones que le dieron una cachetada al establishment sonoro. El Flaquito,
un mocoso de 18 años en ese entonces, me contó que el Victoria era el sumun del
rock rosarigasino y que una noche él y Eduard, una especie de prócer del rock rosarino,
se mofaban de Los Vándalos en la mesa
de los Scraps. En otra mesa Piturro y
Tato de Los Shocklenders, todavía no
se la creían por ser miembros Radio Bemba. El rock de Rosario era territorial y
nómade a la vez. Los Scraps, banda de
ska mascalzzone, hacían honor a la italianidad de la ciudad, era del centro,
pero de Córdoba hacia el río, plena Avarovia, esa zona que ellos mismos habían
definido entre los bulevares. Los Yerba
Bruja, un pedazo de banda que permanecerá oculta por haberse diluido en el
tiempo su material, eran de la zona de la terminal. Si bien no eran tan
originales en su propuesta (música sónica, grunge y distorsión de manual), su
puesta en escena era épica y sonaban muy bien. Bastaba mirar las paredes para
saber dónde uno estaba, en aerosol, como meada de perro, la marca del
territorio. Al norte, Los Vándalos,
una banda de rock con toques funk, metían hits en la radio y eran seguidos por
bastante público. Los Shocklenders,
Sumergidos, Hijos del Reyna, El regreso del Coelacanto, eran parte de esa
escena donde en general la música rosarina, desde el under, surgía con estilo
bastante propio. Dos factores para que esa identidad se consolidara, fueron de
peso: la gran cantidad de espacios para tocar, todos antros de la decadencia
rocker, en su mayoría sótanos céntricos, con algunos espacios más grandes donde
las locales taloneaban a alguna banda porteña. El Flaquito rememora haber visto
a casi todas esas bandas en Montoya, Reggae, Morrison, esa casa hecha bar en
calle Dorrego que se transformaba en aquelarre de dealers, skaters, punks y bohemios
vampiros. El otro factor era una movida cultural de soporte encabezada por la
FM TL, que difundía música local, algo que la FM Matambre
Mosca hizo más tarde. Rosario dio joyas, y tal vez la que más brilló fue una
banda que conquistaba a fuerza de su estilo original y sus letras, de una
poesía cruda y profunda a la vez, como el tango, pero rock: Los Buenos Modales, de lo mejor que he
visto en el país, que además de su música y su gira por Europa, tiene el mérito
de tener parte del ADN de otra banda suprema, Carmina Burana. Vi latir ese pulso del under. Entre camalotes, muy
cerca de donde los Yerba Bruja ensayaban, vi con esperanza cómo no todo está
perdido. La Rosario Smowing, Los
Peñaloza, Exonora Plosión, Mamita Peyote y otras bandas, mantienen vivo el
rock mestizo que se come las eses. Si a vos te pasa, deberías escucharlos:
“Toneladas
de Café” (Yerba Bruja)
“Rudamacho”
(Los Buenos Modales)
“Berrinche
Ska” (Scraps)
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