Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Actriz, modelo, cantante, pintora…
Alice Prin o Kiki luchó por convertir una vida llena de privaciones en una obra
de arte. A pesar de haber sido elegida como la Reina de Montparnasse, el barrio
artístico de los años 30 por excelencia, de ser prologada por el mismísimo
Ernest Hemingway, poco se dice de Kiki en los libros de historia. Me subí a la
máquina del tiempo para hablar con la modelo de una de las fotos más conocidas
de todos los tiempos El violín de Ingres
del fotógrafo norteamericano Man Ray.
Nace a principios de siglo en un pueblito borgoñés al sureste de París y la
cría su abuela a la que usted adoraba…
Sí, cuando nací, mi madre se fue a París a trabajar en una linotipia y me
dejó a cargo de mi abuela junto con mis cinco primos, también huérfanos o
abandonados. Mi abuela lavaba y cosía para darnos de comer y educarnos.
Malvivíamos, pero nunca nos dejó.
Su padre era rico y vivía en el mismo pueblo con su otra familia. ¿Lo veía?
Cuando nos encontrábamos, me decía que quería llevarme al bosque. Mi abuela
me decía que nunca le hiciera caso, que me mataría. De hecho, un día bebí un
vaso de leche que me había regalado y me sentí muy mal. Para salvarme, mi
abuela me obligó a vomitar.
En su biografía dice que las monjas la humillaban y que no aprendió nada en
el colegio, ¿qué le hacían?
No nos veían con buenos ojos porque estábamos sucios, nos vestíamos en
harapos, teníamos piojos. Nos hacían notar continuamente que éramos menos con
tal mezquindad…
A los doce años la envían a París.
Me fui a vivir con mi madre para ganarme la vida: trabajé en un taller de
encuadernación, vendí flores, fui criada en una panadería… la dueña era una
déspota que me maltrataba; un día me cansé y le di una paliza tremenda.
Gracias a eso inicia su primer contacto con la vida artística de la ciudad.
Empecé a posar desnuda, la primera vez gané cinco francos en tres horas. Me
pareció una fortuna ¡en la panadería ganaba veinte en todo el mes! Pero mi
madre lo descubrió, se puso furiosa y me echó de casa.
A partir de ese momento, con quince años, vive en la calle y empieza un
peregrinaje para perder la virginidad.
Eva, una amiga del pueblo, se empeñó en que tenía que espabilarme, a cambio
de sexo te podían dar algo de dinero o de comer. Tuve tres intentos fallidos
hasta que llegó mi novio ruso [el pintor Maurice Mendjizky]; nos fuimos a vivir
juntos a los tres días de conocernos.
Frecuentaba los cafés de Montparnasse y allí conoció a los artistas más
importantes del siglo XX; de muchos fue musa, modelo y amiga. ¿Encontró su
lugar en el mundo?
Conocí a Soutine, Modigliani, Foujita, Tristan Tzara, Gustav Gwozdecki,
Moïse Kisling, Per Krohg, Pablo Gargallo, los surrealistas y tantos otros…
Éramos una gran familia que vivía en la miseria, pero compartíamos una sopa,
una copa de vino, un café con una pasión creativa y una solidaridad
inagotables. Me sentí feliz por primera vez en mi vida.
Se convierte en la musa y pareja del fotógrafo Man Ray durante ocho años,
aunque he de confesarle que me sorprendió que hablara tan poco de él en su
biografía.
Tuvimos una relación muy creativa, hacíamos películas, fotos, pintábamos,
pero era una relación tempestuosa. Una tarde me confesó que se había enamorado
de Lee Miller, su aprendiz. No pude contenerme y le tiré el plato de comida por
la cabeza…
¿Fue su gran amor?
Fue un gran amor, como también lo fue Henri [el periodista Henri Broca que
acabó internado en un manicomio], pero André Laroque es a quien más he querido
y quien más me ha ayudado. Si no fuera por él, me habría muerto en algún
callejón.
Tuvo su propio cabaret, hizo giras por Europa, probó fortuna en Nueva York,
los diarios se hacían eco de sus exposiciones; sin embargo, ha dicho: ‹‹Lo
único que necesito es una cebolla, un poco de pan y una botella de vino tinto,
y siempre encontraré a alguien que esté dispuesto a dármelo».
Nunca he necesitado ni la fama ni el dinero, solo un poco de alegría y el
calor de la gente.
En 1953, Alice Prin se desplomó en
la calle Brea de Montparnasse, seguramente por una enfermedad derivada del
alcoholismo y la adicción a las drogas. Está enterrada en el cementerio de su
querido barrio, su epitafio dice: ‹‹Kiki, 1901–1953, cantante, actriz, pintora,
Reina de Montparnasse».
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