Antro musical / Réquiem para Cobain

COMIENZO DEL 2000

Por Nico Raterbach

Definir a la historia como ciclos que se repiten, es una salida filosófica fácil además de un reduccionismo extremo, a veces intencional. Contrariamente, la historia de la humanidad, y de la música que es lo que nos atañe, es un proceso que avanza inexorablemente, como siguiendo una espiral ascendente. En ocasiones parece detenerse, retroceder, para luego seguir su curso vertiginoso e inevitable. ¿Por qué este desvarío intelectualoide? Porque la música de la primera mitad de los 2000 (y les adelanto, del resto de toda esa década y de la siguiente) tiene ese sentido del revival y de explotar viejas fórmulas otrora exitosas, apenas maquilladas algunas y en los mejores casos, con destellos de creatividad. Siendo llanos, advertiríamos el ciclo, la vuelta a lo que alguna vez funcionó; desde la misma óptica pero con una pizca de malevolencia, diríamos que la oscuridad, el eclipse total de los talentos volvió a suceder. Que no. Que no hay ciclo, es sólo la historia pareciendo retroceder, pero los procesos que la construyen aun avanzan. En el 2000, el rock de paladar negro, hablaba en inglés con acento británico para preciarse de tal, y explotaban mil “garaje Bands”, bandas con más ganas que conocimientos musicales, una formula bien punk, tanto, que al estilo se lo llamó también “post Punk”. Así era todavía el hueco que había dejado Nirvana y algunos más. En algunos casos, esta estética de dejadez y desprolijidad, fue cuidadosamente premeditada y alevosa, porque los cánones del éxito lo imponían. La vanguardia estaba en Inglaterra, no podía ser de otra manera,  se destacan bandas como The Libertines, Babyshambles, los suecos The Hives, y algo en EEUU, The Strokes y The White Stripes. Estas muy buenas bandas, con melodías desagradablemente agradables, daban la sensación al escucharlas mezcladas, de ser un solo disco ininterrumpido de la misma agrupación. Uno, sin embargo, que podía escucharse por horas. Los Red Hot editan “Californication”, aclamado por el público, que sin embargo y a título personal, no llena. Por el lado comercial del escenario, los Coldplay le daban profundidad lírica y escénica a los lamentos de una generación apática. Una joven Amy Whinehouse, con una voz que controlaba a su antojo y sometía a sus caprichos, nos deleitó con canciones propias y covers clásicos, de los Specials por ejemplo. ¡La maldita heroína nos debe tanto talento! Del comienzo de la década, dos perlas inadvertidas valen la pena: Babacools, de Alemania, se afianzan y editan algunos discos; y los P-18, el experimento franco-cubano de Tom Darnal, mestizaje musical maravilloso. El rock, dando trompadas al aire, tomando cosas del pasado, fundamentalmente de la década anterior, hace lo que puede en los 2000. La vara estaba demasiado alta y ser originales era una figurita difícil, cuasi imposible. Para destacar, es la aparición de una discográfica a fines de los ’90: Hellcats Records, una división de Epitaph, el conocido sello que editaba punk gringo. Durante el decenio siguiente, Hellcat atrincheró bandas que no encontraban otros espacios, destacándose The Aggrolites y su reggae “sucio”. Esperamos el sacudón, la patada en el culo, pero esta vez no llegó. El primer lustro transcurrió aún con el luto por Cobain, bañándonos en el mismo rio, una y otra vez, sumidos en la resaca y el mono de la década anterior. Afortunadamente, Radio Bemba, ese conjuro de músicos sólo en vivo, grababa su álbum, un shock adrenérgico políglota que nos advirtió, que tal vez, la espiral de la música estuviera avanzando lentamente. Fukuyama, el del fin de la historia, estaba equivocado una vez más.




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