VICTOR HUGO
Por Ana Guerberof / ana.guerberof@gmail.com
Llego
a la Place des Vosges en Le Marais, una de las plazas más bonitas de París, y tengo
la impresión de estar en el sur: el parque con las fuentes que orquestan la
banda sonora de esta tarde de calor, los árboles de un verde intenso y los
arcos que jalonan la manzana. Se respira tranquilidad y, aunque increíble, veo
a franceses, y no solo a turistas, de picnic. Quizás en el s. XIX y desde el
número 6 se tuviera una vista similar. Victor Hugo, junto a su familia, vivió en
esa casa durante dieciséis años, antes de su exilio, y más tarde, en 1902, se
convirtió en museo. Fue el primero de tema literario en Francia; no podía ser
de otra manera cuando se trata del que se considera padre de las letras
francesas.
El
escritor se trasladó al segundo piso en 1932 con treinta años, ya casado con
Adèle Foucher y con cuatro hijos. Aquí escribió sus piezas teatrales más conocidas
como El rey se divierte; Lucrecia Borgia; María Tudor; Angelo, tirano
de Padua; Ruy Blas y Los burgraves. También aquí comienza a
fraguarse la novela que se convertiría en Los
miserables.
Llego
al museo por una escalera amplia decorada con fotos de los actores que han
interpretado sus obras. El departamento no se ha conservado tal y como estaba
con la familia Hugo, sino que se ha remodelado con muebles, escritos, dibujos,
cuadros que formaron parte de su vida. Se ha dividido en tres partes: antes del
exilio -antecámara y salón rojo-, durante el exilio -el salón chino y el
comedor de Hauteville Fairy- y después del exilio -el salón de la calle de
Clichy, la habitación de la avenida de Eylau-. No es un viaje literario, sino
un viaje a aspectos desconocidos, al menos para mí, del escritor.
La
antecámara se centra en la primera etapa de su vida. Su padre, Léopold, era
militar y la familia viajaba constantemente según su destino. Se instalan en
Madrid cuando José Bonaparte se convierte en rey de España. En el centro de la
sala, un cuadro grande de toque imperial recuerda a los cuadros de reyes.
Léopold, su hijo Abel y sus hermanos vestidos de militares miran al espectador
seguros de su gran proyecto. Victor Hugo siempre recuerda su infancia en España
con especial cariño, “Me considero uno de
sus hijos”, dice. La relación de su madre, Sophie Trébuchet, con su padre
es tormentosa. Después de peleas y reconciliaciones, finalmente se separan en
1812 y ella regresa con sus hijos a París. Victor se reencuentra con su amiga
de la niñez, Adèle, y se enamoran. Su madre no aprueba la relación, pero esta
se mantiene por carta hasta la muerte de Sophie cuando, por fin, se casan.
La
siguiente habitación, el salón tapizado de rojo, es la representación del éxito
del escritor. Aquí recibió a la intelectualidad del momento: Balzac, Lamartine,
Berlioz, Liszt, Paul Meurice (quien fundaría el museo en el centenario del
nacimiento de Hugo). Las paredes están decoradas con los cuadros de las obras
del dramaturgo y de la familia. Llama la atención el de Léopoldine, la hija
mayor y dicen que preferida del autor, por Louis Boulanger. Sorprendida en su
lectura, mira al espectador de una forma grave y triste que parece presagiar su
trágica muerte. Léopoldine murió ahogada en el Sena con su marido cuando tenía
diecinueve años. El dolor de su padre es tan profundo que deja de escribir
durante ocho años. Como contraposición, el retrato de Juliette Drouet, que
pinta Champmartin, rezuma tranquilidad y exotismo. Se han conservado miles de
cartas que atestiguan esta historia de amor que comienza en París tras la
representación de Lucrecia Borgia y
que se prolonga hasta la muerte de ella.
Aunque
Victor Hugo se había criado en un ambiente monárquico pronto se adscribe a las
ideas revolucionarias y es elegido diputado de la Asamblea. Siempre lucharía
por los derechos humanos y contra la pena de muerte. El tenso clima político de
1848 obliga a la familia a dejar esta casa a la que no volverían nunca. En
1851, tras el golpe de Estado de Luis Bonaparte, el poeta se exilia primero en
Bruselas, después en la isla de Jersey y, finalmente, se instala en Guernsey.
Los años de exilio parecen mitigar el duelo y lo devuelven a la lectura y la
escritura.
En
la tercera y cuarta salas se han reconstruido el salón chino y el comedor de la
casa de Juliette en Guernsey que decoró Victor Hugo. El escritor desarrolla dos
pasiones nuevas: el diseño de mobiliario y la fotografía. No solo colecciona
antigüedades, sino que idea muebles, como la mesa plegable que puede verse en
el museo o la mesa para escribir de pie. Aquí también se encuentra el
escritorio construido con cuatro tinteros de las plumas más importantes de la
época: George Sand, Alexandre Dumas, Lamartine y el propio Victor Hugo. La idea
era subastarlo para donar el dinero a los niños sin recursos de la isla, pero sin
comprador, lo adquiere el propio Hugo por una cantidad considerable. También se
ven las fotografías, con cierto toque surrealista daliniano, que su hijo
Charles le ha tomado en la isla.
En
una de las salas admiro los dibujos originales del escritor en tinta china y a
lápiz que realizaba durante sus viajes. Unos dibujos que se adelantan, sin
duda, a su época: en blanco y negro, de paisajes oníricos, y de una gran
belleza. De no haber sido un escritor consagrado, seguramente se lo conocería
por estos dibujos.
Finalmente,
llego a la última sala que reproduce la habitación en la avenida Eylau de París,
donde regresó tras diecinueve años de exilio y donde murió el 22 de mayo de
1825. La sala oscura y con un retrato de Victor Hugo en su lecho de muerte me
entristece, así que decido volver a la plaza soleada y escribir esta crónica
para ustedes.
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