DOLOR PAÍS
MEDIR UN DRAMA
Por Julieta Nardone
Los palos
del sufrimiento, sabemos, pueden provocar traumatismos con secuelas casi
opuestas: crecimiento o quebranto. El principal fracaso, la derrota del pensamiento, es anular toda utopía. Desesperación, advertía Silvia Bleichmar,
no equivale a desesperanza. Se trata
de no rehusarnos -aún en la espesura cotidiana de la crisis- a reconocer
nuestros orígenes y admitirnos como parte de un colectivo: “Quienes se jactan de no sufrir el dolor de la pérdida de esperanza por
un mundo distinto -porque nunca creyeron- dan cuenta de un razonamiento tan
lamentable como el de quien fuera al velatorio de la mujer de un amigo diciendo
‘qué suerte que nunca me enamoré, para no tener que sufrir lo perdido’. (…)
podemos defendernos de todas las ilusiones, pero estaremos muertos antes de dar
batalla si renunciamos a la esperanza”.
La
voz sólida de esta psicóloga y socióloga argentina (1944-2007) penetra despojada
de todo optimismo ramplón, como también de tintes sensacionalistas, para
articular este puñado de ensayos que habían sido publicados en distintos medios,
a lo largo de un año crucial para nuestro país como lo fue el 2001. Lleva un
título desconcertante. En Dolor país se
busca, pues, señalar la contracara de aquella otra medición instrumental y
frívola, tan repetida por aquellos tiempos con la frase “riesgo país”. La ecuación
para medir ese drama nacional deriva de una relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se les demanda a sus habitantes y la
insensibilidad profunda de quienes son responsables de buscar una salida menos
cruenta.
En
un lenguaje llano, conciso, próximo, se desmenuzan las causas que ponen en
riesgo las subjetividades cuando la clase dirigente termina por subordinar la
dignidad a la eficacia económica. La falta de compasión es un signo del
desmantelamiento ético que lleva a dejar de experimentar al otro como un
semejante. Un claro ejemplo de ello fueron los piqueteros que, como recuerda la
autora, alzaban una bandera irrebatible: “Tenemos
tres problemas: no tenemos trabajo, no nos jubilan, no nos morimos”. Habría
que agregar un problema: la indiferencia de muchos otros. La banalidad del mal,
como le llaman. Porque la perversidad podía llegar al límite de todos los
riesgos, y así, dejar de verse, naturalizarse.
Se
arremolinan en mi mente, mientras releo a Bleichmar, las tristes imágenes de la
masacre de Avellaneda. No morimos,
decía aquel cartel… pero nos pueden matar, y de tantas formas… Un cuerpo joven,
ensangrentado, yace en el suelo como un pedazo de nada. Y entre gestos de
desesperación, otro joven militante queriendo socorrerlo. Policías,
manifestantes, policías… Darío y Maxi terminarían siendo dos cifras más de la
gran cantidad de personas a quienes robaron su condición de humanidad. Y muchos
de nosotros, ¿todavía seguimos creyendo que la lucha es de “pobres ilusos”?
Fandermole,
nos responde con esta profunda canción: “Si
yo salí por mí, salí por todos / cómo es que ahora no hay nadie aquí a mi lado /
que me retenga la luz en los ojos, / que contenga este río colorado...”
LITERATURA INFANTIL
LOS TRES DEL MES
LA SILLA DE IMAGINAR,
Canela / Daniel Roldán.
Es
un libro-álbum muy singular. La historia se inicia y culmina con un pueblo
donde ya no pasaba el tren, pero sí la esperanza. Julián Lencina, un artesano
de la madera, despliega su creatividad en su silla de madera. Un buen día, de
muy mal tiempo, la lluvia cae copiosa y alcanza a la silla olvidada de Lencina.
El asiento echa raíces, florece, da frutos: más sillas de imaginar. Todos los
habitantes ahora tienen su asiento. Sin embargo, un hombre ve un potencial
negocio en esa maravilla… y desde aquel momento las cosas se complican.
EL CULETE INDEPENDIENTE, José Luis Cortés.
Los
chirlos se amontonan en el culete regordete de César Pompeyo, un niño muy
desobediente que es reprendido por los grandes e incluso por su colita
maltrecha que es quien más recibe los regaños paternos. Al ver que el pequeño
no desiste de su caprichosa conducta, llega un día en que el culete, harto de
sentir los ardores de los límites, se independiza y huye lejos del cuerpo de
César. El travieso niño ya no podrá montar en bicicleta, ni sentarse, ni… ¿Volverá
su culete al lugar de siempre?
EL ÁGUILA QUE NO QUERÍA VOLAR, James Aggrey / Wolf Erlbruch.
Un hombre posee un ave al que cría, durante largo tiempo, en
el corral de las gallinas. Después de unos años, se presenta un sabio y, al ver
al águila en ese extraño entorno, le señala al hombre que aquel pájaro no es
una gallina. El hombre le cuenta que está al tanto de su especie, y explica
que, como este animal ha sido criado en el corral, es imposible su
supervivencia en libertad. Su esencia ya es la de una gallina. El sabio le
propone poner a prueba al águila para demostrarle que está equivocado. Intento
que fracasa una y otra vez, hasta que, cierta mañana, en la montaña y frente al
sol, el águila se reconoce a sí misma, elevándose majestuosa en el cielo para
no regresar jamás.
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