¡AL COLÓN, AL COLÓN!


Por Enrique Medina

Melómano de los de antes, el Escriba ha invitado a su Dama de marcado mentón y mejores extremidades inferiores, al concierto de la filarmónica de Buenos Aires que, bajo la batuta del búlgaro Rossen Milanov, interpretará música de este tiempo en el restaurado Don Teatro Colón. El Escriba que de apuro apenas ha conseguido localidades en un palco pobre y colectivo, espera con indisimulable ansia en la escalinata de la calle Libertad. Ella se presenta esplendorosa, tal como la recuerda cuando hace un tiempo en la última reunión de despedida y final, él, muy sinceramente le dijo que, como prioridad, siempre había destacado en ella esas piernas tan largas, tan perfectas, que ni en las más rutilantes estrellas del cine pudo encontrar. Ofendida, la Dama, intelectual como esas que hay, en aquél momento le cruzó el rostro con el prolijo desdén que le cupo, reprochándole, sólo con la mirada, que él desconociera sus destacadas cualidades como eximia estudiante de derecho más otras amenidades al gusto, todo gracias a su brillante inteligencia. Inteligencia que ella fulguraba con el orgullo de las que se avergüenzan de ostentar valientes nalgas o briosas ubres que invitan al reposo del guerrero, sin aceptar con humildad lo que el buen Dios les ha regalado para alegría de admiradores y fanas extremistas. Hoy, la Dama funge como periodista de la televisión y, pasado el tiempo que todo lo puede, ha aceptado este reencuentro formal pretextando interés en el recobrado palacio del arte, pero en realidad, como cuando hay presupuesto todo puede ser restaurado, ella ha venido impulsada por las convulsiones y escalofríos que regocijaron pretéritos momentos. El hombre la ve llegar como el esquimal al verano, y entiende el error de pedirle a una mujer lo que excede en otra y no a ésta lo que le es propio. Se admiran, se besan la mejilla y yendo al palco él no puede con su genio y le susurra que sigue tan bella como siempre y que esas sueltas y altruistas piernas merecerían un monumento en la avenida 9 de Julio. Él se escucha tan estúpido, tan torpe por decir lo que dijo que no quiso decir pero sí quiso decir que debe apoyarse en la pared para no disolverse. Ella, en paz, sólo vibra con sobriedad y logra la sonrisa de La Gioconda, lo que permite que él se recupere ya entrando al palco. Como el palco es del que llega primero, la Dama y el Escriba deben quedar detrás de un plomero con campera de cuero y su familia, que se ufanan de venir al teatro por primera vez festejando el cumpleaños de uno de ellos. Empieza el concierto con una música algo débil y vulgar que los obliga a tomarse de la mano. Lo que al principio dio bronca: estar detrás sin poder ver el escenario, ahora resulta ventajoso y por eso es que ella cruza las piernas para que se compruebe que sí son únicas y ni hablar enfundadas en estas medias negras que él nunca ha resistido como buen fetichista que es. Ahora la música es dodecafónica, banal y vana como pavo real en el desierto, y por eso él se para detrás de ella y le acaricia el tapado en esta media estación que está para cualquier cosa. Ella se afloja, lo mismo que la estupenda pianista Liza Chung que arranca francos aplausos. Llega el intervalo y recorren el foyer y admiran luces y esplendidez y suben y bajan agarraditos como animales que saben lo que quieren. En la segunda parte ni idea de por dónde va el concierto de tan enhebrados que están, confundiendo a la familia del plomero que no sabe para dónde mirar porque no tenían ni idea de que estas cosas se dirimieran sin eufemismos en estos templos del arte lo mismo que en la carnicería de la otra esquina. Como todo debe terminar, se termina el concierto. Y se abre el telón para que el director salude. El buen Milanov se inclina para agradecer, pero, inesperadamente, ya toda la platea ha salido urgente como si alguien hubiera gritado ¡incendio!... El Escriba y la Dama se abstraen un instante porque no pueden creer lo que ven: desde el escenario el pobre director de la filarmónica saluda a las butacas vacías ¡qué por suerte están abulonadas al piso!... que si no también hubieran salido a los rajes como el supuesto culto público que se ha comportado, sin razón valedera y sin que el concierto mereciera tal deshonor, como la más ordinaria manada de fútbol de Villa Piolín, caramba. Como el dicho aconseja “donde fueres has lo que vieres”, el final disparatado de la función influye en nuestra historia que también cierra algo guaranga, ya que la Dama y el Escriba, últimos en el raje, pero muy a paso lerdo, realizan con apremiante salvajismo y  penetrante sinceridad lo que la Biblia manda santamente. Desfachatados sin maldad, sellan este reencuentro intempestivo dejando las huellas en el cortinado del palco alto 23, escenario ahora histórico debido a la bravura y pujanza de un impresionante par de largas y refinadas piernas dignas del pincel de Ingres, y de éste impar y, cómo no, entrañable coliseo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario