Lo que se habla, lo que se calla...




Salen de una caverna
colgada en la montaña.

Son enjambres de topos
que llegan a morir
sin miedo a la metralla.

Morir, tal la palabra
que es norte de sus días;

morir despedazado,
morir de silicosis,
morir lenta agonía
en la cueva derrumbada…

Ernesto Guevara

Mineros chilenos

Por Mariano Fernández
 
Estar ahí
Imagínense por un solo momento, si no lo hicieron todavía, estar ahí. Que su hábitat estuviera limitado por encima, por setecientos metros de rocas. Y que compartieran la oscuridad de su encierro con otros treinta y dos sudorosos condenados. Los primeros pensamientos que sobrevienen son desesperantes, cuanto menos. Podríamos agregarle condimentos a la historia, como que estén esperando un hijo, que desearan haber dejado ese trabajo hace tiempo, que su salud esté deteriorada, pero estos no son necesarios para llevarnos a la locura directamente. Y que después de  sesenta y nueve días, fueran liberados de la prisión, casi milagrosamente.
La historia de los mineros encerrados en la mina San José  en Chile, es mínimamente, épica. Más de un productor de Hollywood debió estar relamiéndose porque este rescate sea exitoso. O no, los finales felices a veces no son tan buenos compañeros de taquilla.

El Montaje
Apenas se conoció la noticia de que los mineros estaban con vida, comenzó un montaje político mediático de proporciones también hollywoodescas. El reality, esta vez bien real, estaba en marcha. Todos los medios del mundo enviaron corresponsales. Entrevistas a los familiares, a ingenieros, a técnicos. Había especialistas y profesionales con incumbencia en el tema, para cada minúsculo fragmento de la historia que pudiera ser explotado a través de los medios. Hablaban con propiedad fisiólogos, psicólogos, geólogos, mi vecina, el cura, el kiosquero y cuándo no, el taxista.  Empezamos a saber más de cada uno de los pobres diablos atrapados en la mina que de nuestros amigos.  Los medios les impusieron características a cada uno de ellos: el showman, el camarógrafo, el enfermo,  el guía espiritual, el bígamo. Párrafo aparte para este último. ¿Quién no comentó o bromeó al respecto? ¿Quién no pensó cómo podía un tipo tener tanta mala suerte, como para que se descubran sus correrías amorosas por quedar atrapado setecientos metros bajo tierra? Pero un reality se diploma de tal cuando empiezan a contarse los días en una pantallita o un sobreimpreso en televisión. Obviamente que empezó el conteo y el montaje estuvo casi listo.

La foto
Cuando se vislumbró la posibilidad del rescate, todos quisieron salir en la foto. Para el presidente de Chile, era la oportunidad de su carrera. Expertos de todas las ramas de la medicina, fueron consultados. Rápidamente, la clase política chilena (y la de todo el mundo), se dio cuenta de que un rescate exitoso  sería algo que nada podría opacar.  El Ministro de Minería  dio conferencias de prensa en inglés. La NASA diciéndoles a “los 33”, como ellos mismos se llamaban, qué hacer con sus desechos. Los mineros empezaron a ser mimados. Comida, artículos de esparcimiento, catres, cámaras, proyectores de video y otras cosas que esos hombres no podían comprar con su sueldo, les empezaron a llegar a través del túnel que los mostraba al mundo. Nunca nadie desde que Chile provee de minerales al mundo, se había preocupado tanto por el bienestar de los mineros.  Cuando el rescate estuvo listo, la prensa comenzó a especular sobre el orden de salida. Todos fueron consultados, y todos opinaron, menos un lacónico y siempre tajante Marcelo Bielsa, que respondió con un seco: “Lo mío es el futbol”.
Para terminar de redondear un cuadro tan emotivo, se necesitaba un poco de nacionalismo. Un mundial de fútbol ganado, una disputa territorial o un atentado sufrido, son algunas alternativas. Pero 33 mineros atrapados en una mina, con un rescate mediatizado, es casi perfecto para estimular el sentimiento nacional. Ese sentido de pertenencia no es malo, pero usado como narcotizante por las clases dominantes, es peligrosísimo. Unos días después del 11 de septiembre,  Bush hijo y Rudolf Giuliani, por entonces alcalde de Nueva York, se paseaban por las ruinas de las torres gemelas con casco de rigor, en un marco de omnipresentes banderas estadounidenses. Abrigo sport, prendedor con escarapela, diciéndole al mundo “God Bless América” (Dios bendiga América,  se referían a América del río Bravo para el norte, nosotros no estamos en sus plegarias). Lo mismo, exactamente, sucedió en Copiapó, cambiando a Bush por Piñera y a Giuliani por el Ministro de Minería Laurence Golborne. Un minero boliviano empañaba la fiesta completa porque permitía a Evo Morales robar un poco de cámara. Incluso parece que hubo una disputa interna entre los mineros por ver quién sería el último en salir y así poder entrar en los record Guiness. Todos, absolutamente todos, incluyendo a la amante del bígamo, querían estar en la foto cuando las posibilidades del rescate exitoso fueron reales. Afortunadamente, el rescate sucedió.

El negocio
El argentino que construyó la camisa del tramo inicial del túnel, la NASA, la empresa estadounidense que proveyó las gafas “especialmente diseñadas para los mineros”, la televisión, los diarios, los políticos chilenos, todos ganaron. Los mineros seguramente serán indemnizados generosamente, abogados mediante. Hollywood compró los derechos para continuar el morbo en la pantalla grande. Como siempre algún gobernante se sintió aliviado de que el tema central fueran los mineros. También esto fue usado por la oposición al gobierno. Nadie quiso  dejar de especular con la tragedia transformada en milagro. Es posible que en un tiempo veamos a alguno de los supervivientes en televisión, en algún culebrón o promocionando algún producto; y a Piñera recurriendo a algún slogan relacionado al rescate en las próximas elecciones. El negocio tiene márgenes amplios.

Lo que nadie dijo
Todo muy lindo. Los mineros rescatados y felices. Familias reunidas otra vez. La cápsula de rescate al museo, la historia al celuloide y los medios a otra cosa. Menos la mina, que iba ser monumento pero en la operación de rescate se descubrieron vetas de minerales valiosísimos así que nada de sentimentalismos. Pero, tímidamente, uno de los mineros cuando salió de su calvario dijo que habían reportado que la mina crujía más de lo habitual en los días previos al derrumbe. Otro dijo que  antes de que el siniestro ocurra, pidieron la evacuación preventiva pero el gerente de la mina no se los permitió. Todos hablan de la millonaria operación de rescate pero nadie dice qué poco hubiera costado una inspección a la mina, o de lo económicas que resultan las coimas a los inspectores de seguridad. Los mineros serán indemnizados, un juez le pondrá valor al calvario y tal vez al silencio que siempre es más caro. ¿De quién era la mina? ¿Alguien sabe? ¿Cuántos son los mineros de Chile que no lo lograron? ¿Cuántos muertos les costaron a las familias chilenas proveer de cobre al mundo? Hablemos de números. La minería en Chile es la actividad que más dinero genera, doblando en esto a la banca. En el año 2005, las ganancias de las empresas mineras extranjeras en Chile fueron de 10.000 millones de dólares.  Representaron el 47% del presupuesto nacional, superando al de educación y salud juntos. Usted dirá, pagan impuestos. Sí, las utilidades del 2006 alcanzaban para pagar 100 años, 100 veces, esos impuestos, por expoliar al patrimonio chileno.
Los números hablan.  Y nos dicen lo que otros quieren callar.

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