¿A qué huele el fin de año?

Por Marina Moya / Lic. en Trabajo Social



El fin de año huele a compras, enhorabuenas y postales con votos de renovación, y yo que sé del otro mundo que pide a gritos en los portales, les voy a hacer una canción. La gente luce estar de acuerdo, maravillosamente en todo, parece afín al celebrar. Unos festejan sus millones, otros la camisita limpia y hay quien no sabe qué es brindar. (Silvio Rodríguez – Canción de Navidad)
De alguna manera el autor trata de contagiar la duda y la pregunta sobre las cosas. Busca incomodar al lector, al espectador, desde el lugar desde donde escucha. En estas fechas, parece atinado repreguntarse acerca del otro. En general uno considera “saberlo todo”. Los “otros” están demasiado prejuzgados. Se maneja la obviedad como pre-condición en el trato cotidiano. Y así planteada la cuestión, será difícil asombrarnos, sorprendernos de aquel que consideramos se encuentra en otra vereda.
Es muy común escuchar críticas sobre el sector social más desprotegido. Y es “natural” que en determinados grupos se reproduzcan esas críticas. Las mismas que usa la llamada “oposición” para menospreciar las políticas públicas, al tiempo que vuelve indigno a quien las recibe por su sola condición de ser sujeto beneficiario de las mismas.
Yo me pregunto cómo podemos comprender a quien husmea en nuestra basura para “reciclar” algo de la misma, o desde qué lugar es posible escuchar a quien vive en diferentes condiciones materiales –con piso de tierra y/o ausencia de calefacción o agua en el interior de la vivienda- sin “tildarlo” de tal o cual cosa. Lo que para nosotros resulta “normal”, no necesariamente es así para el resto. No sólo es diferente el punto de partida de una trayectoria de vida –de la otra- sino también todo lo que en ese grupo social y familiar se ha construido generacionalmente. Y si no, veamos lo que sucede en el mundo del trabajo. La formalidad es característica de un sector social, no de todos. Hay quienes vienen soportando la ilegalidad desde hace mucho tiempo, y por lo tanto no resultará sencillo incorporarlos al empleo formal. Es importante señalar que no se trata sólo de una cuestión de voluntad. Están tan instalados los estereotipos que separan/dividen a los seres humanos, que preguntarnos un poco acerca de los motivos últimos que hacen que una persona actúe de tal o cual manera, puede ser el punto de partida para ayudarnos a cuestionar nuestras convicciones.
Dice Eduardo Galeano “… sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba…”
Yo me pregunto entonces, ¿a qué huele el fin de año?
Huele a pérdidas, encuentros y desencuentros, fracasos, angustia… Huele a pan dulce, a sidra, a fuego artificial… Huele a miradas cómplices, a secretos, a estadía de algún familiar, a viaje y a recuerdo… Huele a familia, borrachera y música… Huele a festejos… Pero si hay algo a lo que huele principalmente el fin de año, es a esperanza. Esa que se cocina de a poquito cuando asoma diciembre. La esperanza de que el año que comienza, cancele las deudas del pasado. La esperanza de encontrar ese amor o de consolidarlo de una vez “para siempre”. La esperanza de ganar el quini, encontrar un mejor trabajo, que a los chicos les vaya mejor en la escuela, que suban las ventas. La esperanza de tener una vivienda, o de poder terminarla; o mejor aún, de ampliarla. De salir sorteado en el Procrear o adjudicado en el auto. De que aumenten las jubilaciones y lleguemos al 82% móvil. La esperanza de que cure esa enfermedad, de que podamos ser padres, de recuperar un amigo, de recibir y dar el perdón, de que todo mejore, haya paz y se terminen los problemas…
Para usted, el fin de año, ¿a qué huele?

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