¿De Parranda? - Septiembre 2º



OBRA GRUESA

Por Julieta Nardone

En septiembre de 1914 nacía en Chile uno de los escritores más venerados y desacreditados de los últimos tiempos. Con su copiosa obra asoma a estirones un yo poético payasesco que buscar ser tomado en serio. Nicanor Parra, un contador de lo terrible con la ligereza del humor y la picaresca popular; un buscador de verdades últimas en una lengua directa y fibrosa: “Ni muy listo ni tonto de remate / fui lo que fui: una mezcla de vinagre y aceite de comer / ¡un embutido de ángel y bestia!”
La potencia del creyente y el sarcasmo de la rebelión se dan al unísono a través de la fluidez sintáctica y la regularidad rítmica que no refrenan la lectura. Por el contrario, nos empujan hacia adelante sin darnos respiro para reflexionar la lógica (o antilógica) de lo que se nos manifiesta. Es más, en esa misma anti-lógica terminamos por reconocer “la normalidad” de nuestro entorno: “Recuerdos de infancia: / los árboles aún no tenían forma de muebles / y los pollos circulaban crudos x el paisaje”.  
Se trata de andadas verbales, concisas y sentenciosas que abren fuego hacia todos los flancos, dejando al descubierto la estupidez humana: “Buenas Noticias: / la tierra se recupera en un millón / de años / Somos nosotros los que desaparecemos”.
En muchos versos el truco reside en tomar frases hechas o tonalidades del habla común y silvestre, a fin de sustituir algún término o crear una imagen inusitada en ese contexto; y así dar con las tinieblas y el caos de lo oblicuo tras las máscaras de la aparente familiaridad. De modo que el poeta es de todo... persona no grata, boxeador vencido por su sombra, confabulador, danzarín al borde del abismo... menos visionario.
No obstante, estas fórmulas parreanas de dramaturgo histriónico presentan el contrapeso de lo lírico, pues abundan también imágenes cargadas de poesía que se manifiestan como destellos de belleza inesperada. La escritura acerca flores artificiales y sangrientos boxeadores que pelean a la luz de la luna... Podríamos decir que el chileno destempla la cuerda lírica allí donde no esperábamos despertar a la sensibilidad, pues si de algo está muy seguro es que “los resplandores de la poesía / deben llegar a todos por igual / la poesía alcanza para todos”.
Parra busca cuajar la partícula y la antipartícula de la realidad explorando los vasos comunicantes entre antipoesía y poesía; y en ese proceso se entrevé una revelación que no llega a producirse jamás, pero que se anuncia de manera original. En esa vislumbre, la rebelión contra conceptos desvitalizados y contra la esclerosis del lenguaje hasta puede llegar a ser el mismo blanco: “En la realidad no hay adjetivos / ni conjunciones ni preposiciones... en la realidad hay sólo acciones y cosas / un hombre bailando con una mujer / y una mujer amamantando a su nene / un funeral-un árbol-una vaca / la intelección la pone el sujeto / el adverbio lo pone el profesor / y el verbo ser es una alucinación del filósofo”.
De modo que, creer simplemente que Parra es un urdidor de chistes es desfigurar su obra. Así como tampoco la elección por el imaginario popular representa sólo un marco de referencia literaria: es la fuente de energía espiritual que el autoproclamado antipoeta nunca abandona. Por último, a pesar de que puede llegar a lindar con el mal gusto, siempre deja la sensación de peligro superado, que agrada o enternece más allá del sarcasmo cruel o la ironía más distante.
El viejo zorro y sabio, aconseja: Tratemos de ser felices, recomiendo yo, chupando la miserable costilla humana. (...) De sus axilas extrae el hombre la cera necesaria para forjar el rostro de sus ídolos. Y del sexo de la mujer, la paja y el barro de sus templos...

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