En cualquier tiempo que sea - Septiembre 1º



Por Alejandra Tenaglia

A ella, muchos hombres la recuerdan con nitidez por sus esculpidas prominencias. Supe en algún momento, que sus amigas dejaban una silla vacía en su honor, cada 20 de julio. Supe también no sin sorpresa, de gente que le lleva flores, le acerca su presencia, pasa a saludarla, como consecuencia de nexos que ignoraba, pero que indefectiblemente se han armado tensamente, en lontananza.
A él, suelen encontrarlo aún hoy, que ya lo he pasado tanto en años, en mis rasgos. Ha dejado anécdotas diseminadas en cientos de lugares, compartidas con grupos dispares, alojadas en vértices impensados. Suelo escapar a esos relatos, me anudan el alma.
Ni una sola de las palabras que escribí, desde que empecé a escribir, ha estado lejos de ellos. Todas los llevan como velas. A veces sopla el viento, y palabras y velas emprenden recorridos inesperados, exploran nuevas tierras, se enfangan hasta las orejas sin importarles nada más que la búsqueda de un decir certero. Otras veces no. Velas y viento parecen de cemento, quietos, pesados, impenetrables, capaces de hundir al abecedario completo y todas sus variantes hasta el mismísimo centro del planeta. Algunas palabras se animan y se sueltan, quedando náufragas en medio del mar, asustadas y rezando para que la luna ejerza su imperio de calendario y les agite el paso. Sin embargo, y aún sabiendo de maremotos y tsunamis, he fundado un pequeñito y modesto océano de tinta, donde braceamos unos cuantos sin parar. ¿Qué pensarán ellos? Lindo sería poder esperarlos una tarde, como se hace con las visitas, con picada y vermut para ponerlos al día de lo hecho hasta aquí. Pedirles opinión. Volver a ocupar el lugar de “la menor” y escuchar sus sermones, esos que en la infancia intentaban reencauzar mi andar algo rebelde y libertino.
“Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea”, dice el Martín Fierro entre sus versos. El tiempo, ese sanguinario que avanza decapitando días, se detuvo para ellos hace 15 años. Se llevó así mi sueño de ser tía, la distribución de las responsabilidades, la posibilidad de mirarlos de reojo ante cada decisión a tomar, el avanzar seguro sabiéndome custodiada, mi desconocimiento de lo profundo y dañino que puede ser el dolor, mi creencia de que nada ni nadie podía detener a humano alguno, si la determinación lo guiaba. “¡Cuidado! ¡Cuidado!... ¡Te vas a chocar el mundo!”, me decía burlonamente mi hermana; se divertía con mi modo de caminar. Según ella, parecía que me llevaba todo por delante. Tan siniestro es el destino que, cuesta ponerle palabras. Ellos fueron los que chocaron, aquel 22 de febrero de 1998. Hasta los pájaros dejaron de trinar aquella madrugada. Las flores se estremecieron de espanto. El sol se ocultó avergonzado. La llovizna intentó calmar el ardor que comenzó en el pecho y que afiebraría luego hasta el entendimiento.
Así quedó mucho tiempo mi universo, brutalmente enmudecido.
Hoy quiero despertarlo. Mi tesoro es la infancia compartida. Mi recurso el acomodar vocablos unos detrás de otros forjando un sentido. Mi lugar estas páginas. Mis lectores, ustedes.
Y en estas líneas que a los míos les dedico, después de haber descubierto por casualidad que además del 4 de marzo que es la celebración nacional, el 5 de septiembre es el día internacional del hermano, va mi saludo a quienes tienen la maravillosa gracia de disfrutar ese vínculo entrañable e impar, que puede sufrir tormentas bravas, distancias acarreadas por las circunstancias, rupturas causadas por intereses que deberían ser de otro calibre, traiciones malsanas y hasta por simple desidia; pero que, siempre puede reverdecer con un chorrito de agua fresca mientras el tallito de la vida siga existiendo.
Casi como pastor de iglesia, me siento impelida a decirles: quiéranse, cuídense, no pierdan la oportunidad de abrazar cada vez que lo necesiten, a ese hermano que sus padres –y ya que está les agradecemos también a ellos-, les han sabido procurar.
Mami (y papi, que seguro arriba seguís leyendo el diario los domingos), gracias por Sergio y Rosana, fueron mis laderos hasta aquel final. Desde entonces, los llevo dentro de mí.

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