La muerte de Peter Pan - Diciembre 1º



Por Mariano Fernández
marionoobservador@gmail.com

Pero jamás volvió a ver a Peter Pan... Y ahora yo les cuento sus cuentos a mis hijos, y ellos se los contarán a los suyos… y así a través de los tiempos... Porque todos los niños crecen... menos uno.

Svarog, dios eslavo del cielo, es el protector de los viajeros. Desde que la mujer me dio el prendedor, con la representación de la deidad surcando el cielo en un carro tirado por caballos, y me dijo en un castellano tan malo como simpático: “desde ahora te protegerá”, siempre lo llevé conmigo. Varios meses antes de viajar y de este episodio, hablé con un tipo que me dio muy buena información sobre los lugares que iba a visitar. Me apuntó la estatua de Peter Pan, el líder de los niños perdidos, el que nunca envejeció y podía volar con sólo pensar cosas agradables. A este tipo, me lo presentó el Viejo.
Unas horas antes de partir, caminé ese par de cuadras para contrabandear un atado de puchos y despedirme de él. “Que te pasen cosas”, me dijo. En eso resumía todo. La vida era eso. Lo bueno, lo malo. Mientras cosas sucedan, estás vivo.
Le decíamos así, Viejo o Jefe. Ambas en señal de respeto, que se había ganado. Eso es algo que nunca entendieron los demás adultos: por qué lo respetábamos y apreciábamos tanto. Es más simple de lo que algunos piensan. Para empezar, te daba la mano fuerte, apretando, mientras te miraba a los ojos y sonreía. Siempre. Cada vez que sacaba los Derby del bolsillo, sacudía el atado para bajar el tabaco, y con unos golpecitos, extendiéndotelo, sin decir nada, te invitaba. Repetía este ritual cada vez que iba a encender uno para él, que a decir verdad, era a cada rato. Tenía la habilidad de maldecir de una manera muy ingeniosa, y de cada blasfemia, lograr sonrisas. Amaba lo que amábamos los pibes. La música, la libertad, las motos, la bohemia. Y odiaba lo mismo también. Podía hablar de Marley, citar al Che, comentar el último disco de Pantera o la compresión de una Husqvarna. ¿Cómo pretender entonces, que no lo quisiéramos? Él era la prueba viviente de que la rebeldía no necesariamente tiene que terminar con la madurez. Nosotros lo queríamos porque de grandes, queríamos ser como él. No es que se llevara mal con las personas de su misma edad, pero la franqueza brutal del Viejo era y es, algo que no todos resisten. Sólo con un par, protagonizaba épicas partidas de ajedrez, con insultos a viva voz, y apelativos que pretendían intimidar al rival.
Algunos otros, que nunca lo conocieron, veían en el Viejo a una mala influencia. A esos, les deseo que tengan la mitad del corazón del Jefe. Y la virtud de decir la verdad, como él la tuvo. El joven que fui, jamás se molestaría en escribir un homenaje a alguno de esos fantoches. Él era uno de los pocos adultos a quien le podíamos creer cada palabra. Por eso podías verlo en  cualquier bar, en cualquier mesa, rodeado de la gente más dispar, de voz siempre disfónica y entrecanos dreadlocks, riendo y haciendo reír. Odiaba la violencia que rodeaba el fútbol y logró lo que nadie más pudo, reunir chicos de todos los colores. Me parece verlo, mil madrugadas, en algún vehículo exótico, dando vueltas y parando para llevarnos a casa, a mí y a mi novia.
Cuando enfermó y se recluyó, la tenía muy clara, tanto como para saber que se acababa el carretel. Estaba muriendo.
Se fumó los últimos Derby en el hospital mismo y creo que lo enviaron a su casa un poco por eso, y otro poco porque nada había para hacer. Pocos fueron a verlo, a sabiendas de que no quería ser visto. Se tomó muy en serio lo de vivir rápido y morir joven, y lo respetó a rajatablas. Siempre fue así de consecuente. Había montado la leyenda, había vivido como pensaba, había desafiado lo que había que desafiar, había cargado su corona de espinas, pero con la muerte es otra cosa.
El día del funeral, los pibes de todos los barrios, de todas las edades, de todas las tribus y de todos los clubes, fuimos en procesión a despedirlo y a presentarles nuestras condolencias a su compañera y a su hermano. Vi muchas lágrimas jóvenes. Le llevé el prendedor de Svarog y se lo dejé en el féretro. Ni se me cruzaba por la mente que el Viejo iba a necesitar protección divina, al contrario, si había un paraíso, allí iban a empezar las travesuras y los dioses deberían estar precavidos. Pero quería que él lo tenga. Para presentar credenciales, por si era necesario. Porque esa consigna, “que te pasen cosas”,  había marcado mi vida desde hacía casi 15 años y quería agradecerle.
Mil cosas me habían pasado, así viví. Y les voy a contar a mis hijos, las historias del Viejo. No creo en que la muerte redima, pero si así fuera, no sería necesario en este caso. Me avergüenzan aquellos que no se han atrevido a vivir su vida por ocuparla en juzgar la de los otros.
Una caravana de motos lo acompañó hasta el cementerio. Así despedimos los niños perdidos a nuestro Peter Pan, de la tierra de nunca jamás. El que nunca envejeció, que podía volar con sólo pensarlo, y a quien con cariño y respeto -dos enormes sentimientos muy difíciles de lograr-, le decíamos Jefe. 

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