La profecía de un maldito



                                                     LOS PICHICIEGOS”                                  

Por Julieta Nardone
julietanardone@gmail.com

En simultaneidad con la atroz realidad de la guerra, el polémico escritor y sociólogo Rodolfo Fogwill (1941-2010) escribe esta novela anticipándose al golpe fáctico de los acontecimientos sobre Malvinas. Si para escribir –como alguna vez sentenció el porteño- hace falta un 86 % de rabia y un 14 de emociones confusas, podemos percibir cómo ese estado vitalista se trasunta en la captura de oscuras relaciones de fuerza, pulsiones sueltas que desbordan o toman vertientes imprecisas, raras disonancias en el lenguaje de todos.
Relato casi fisiológico de la guerra. La palabra se atrinchera. En su lugar, una singular sintaxis y respiración roen las capas que envuelven la experiencia sensible. Y todo, todo, remite al cuerpo, materialidad inevitable; y a lo sumo, la experiencia del miedo como única dimensión subjetiva. Cada aliento, cada vibración humana, remite a la astucia de los personajes puesta al servicio de la supervivencia:
“Cavaban de mañana, para que el viento tapase el ruido de las rocas. Hablaban:
-¿Qué querrías vos?
-Culear.
-Dormir.
-Bañarme.
-Estar en casa.
-Dormir en cama blanca, limpio.
(...)
-Ver a mis viejos.
No lo podían creer. Verificaron:
-¿A tus viejos?
-Sí, y culear y bañarme –dijo el de los viejos, seguro que para no pasar vergüenza.
-¿Vos, Tano?
-Dormir en cama limpia.
-¿Y vos?
-Yo estar bien, lejos, con calor.
En el calor todos estuvieron de acuerdo. Uno dijo:
-Culear y ser brasilero.
-Qué: ¿negro?
-Cualquier cosa. ¡Pero brasilero!”
Porque si hay algo que no vamos a encontrar en este relato premonitorio de la derrota y el abandono, es una épica nacional. No hay lucha por altos ideales. No hay ideales. Es la historia de una colonia de desertores que se autodenominan “pichis” y viven bajo tierra, acumulan e intercambian comida, cigarrillos, armas, planes de espionaje, anécdotas y comentarios de la “verdadera vida” (antes de la guerra).  Asistimos, pues, a la reconfiguración de la ley de oferta y demanda que va minando la esencia de todo discurso ideológico, necesario para sostener una identidad cultural, o siquiera pertenecer a uno de los “bandos”. No hay enemigos, en efecto. Pero tampoco el factor colectivo: al grupo de “la pichicera” los aglutina la lucha uniforme por sobrevivir. Arriba, sobre tierra firme, se desarrolla la guerra que convoca a la patria de entonces. Bajo el mundo, el pichi guarda, agranda, aguanta. Su lugar no es de “combatientes”; sin embargo, en el desamparo y la irrealidad, quizás, se reconozcan.
Es cierto que se trata de una novela referencial (debido también a la inmediatez de los hechos en el momento de su escritura), pero cabe decir que no se sostiene en una representación realista. Según el propio Fogwill, se trata de “una alegoría del sistema cultural argentino”.
Malvinas, se sabe, significó para la última dictadura militar la oportunidad límite para restituir la unidad del país: maquillar de patriotismo al régimen ya en decadencia. Como aciertan muchos críticos de esta novela, la piedra de toque reside en mostrar que esa identidad nacional es lo primero que se disuelve en tiempos de guerra. La miseria simbólica en comercio constante con la miseria material, atraviesa la serenidad inquietante con que se expresa aquí la violencia y la injusticia. Así, el golpe de efecto, parece ser más vigoroso cuando el lenguaje imperturbable pretende narrar el terror:
"Los tipos llegan a oficiales y cambian la manera. Son algunas palabras las que cambian: quieren decir lo mismo –significan lo mismo- pero parecen más, como si el que las dice pensara más o fuese más.
Tiene que haber una guerra para darse cuenta de esto”.




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