Cronistas de a pie


Un Mundial en Barcelona
Por Ana Guerberof *
ana.guerberof@gmail.com
Es un evento peculiar. En general, la selección española no gusta y, por tanto, el Mundial se vive sin pasión. Algunos preferirían incluso que ganase el equipo contrario, caso similar a la animosidad existente entre equipos rivales dentro de un mismo país. De hecho, este equipo ya ganó la Eurocopa en el 2008 y mientras muchos celebrábamos el éxito vitoreando por el balcón, pocos festejos hubo en la capital catalana. Algún petardo solitario, algún que otro lánguido claxon pero ni banderas, ni camisetas, ni celebraciones callejeras… nada. Y es que gusta más el Barça que la selección española. Numerosos amigos y compañeros me comentaban durante el Mundial que a ellos no les importaba quién ganara, que para ellos acabada la Liga, acabado el fútbol. Sorprendente, para cualquier argentino, que la Liga pudiera contar con más adeptos que una Copa del Mundo, pero así estaban las cosas.
La historia de Cataluña abunda en enfrentamientos con el poder central y es difícil que sus habitantes se identifiquen con cualquier evento que lleve la bandera española como símbolo. Muchos de ellos sencillamente no se sienten españoles. Justamente el día anterior a la victoria se celebró una manifestación de protesta ya que el Tribunal Constitucional español había recortado severamente el Estatut de Catalunya, la norma institucional básica del gobierno autonómico aprobada por el Parlament de Catalunya. Creo que, y para simplificar un tema demasiado complejo, no existe, en general, un sentimiento español; y sin sentimiento no existe la identificación con la selección, y sin identificación no existe la hinchada, y sin hinchada no hay banderas, ni camisetas, ni celebraciones callejeras ni nada que se le parezca.
Cuando la selección ganó el Mundial se produjo cierta algarabía: más petardos, más cláxones, más banderas e incluso reuniones “multitudinarias” en la Plaza España, aunque ni de lejos la cantidad de personas que vimos en Madrid congregadas para celebrar el triunfo y, más tarde, para recibir a los flamantes campeones. Lo cierto es que después de ver el partido en un bar de la playa de la Barceloneta, una pareja de escoceses nos preguntaron que dónde les aconsejábamos acudir para celebrar tan magno triunfo y todos respondimos al unísono ante la mirada un tanto atónita de los visitantes: “¡A Madrid!”. Es cierto que este Mundial por su singularidad -era la primera vez que España ganaba uno-, hizo que muchos sentimientos salieran del armario y que personas se vieran legitimadas a salir con la bandera española y festejarlo (más que en la Eurocopa al menos), sin por ello sentirse culpables. Los medios de comunicación catalanes se apresuraron en resaltar que se trataba del triunfo del juego del Barça, ya que siete de los jugadores pertenecen a este equipo (Villa fichó por el Barça justo antes del Mundial y eso ya cuenta). Nadie lo dudaba, ni siquiera Del Bosque, pero no deja de ser verdad que varios de estos jugadores no son catalanes.
Aquellos amigos y compañeros que antes no se habían mostrado muy aficionados al Mundial, me comentaban ahora que en realidad el triunfo era del Barça. Curiosamente aquello parecía justificar cualquier sentimiento de alegría final.
Llevo mucho tiempo en Barcelona y estas reacciones no dejan de sorprenderme; pero pienso que un sentimiento no se puede forzar, ni discutir, ni negar. Nos sentimos de un lugar por haber nacido o vivido ahí, porque nuestras familias son de ahí o simplemente porque es el lugar por el que “sentimos” apego. Si mis amigos y compañeros no se identifican con la selección, perfecto, no podemos forzar ese sentimiento (como parece empeñarse cierto sector de este país). No sé, ahora me ha dado por pensar que, como España se ha proclamado campeona del mundo, ciertos triunfos españoles comenzarán a normalizarse en Barcelona. Quizás me equivoque. De momento, disfrutaremos del Barça y, sin lugar a dudas, del increíble juego de Lio (o Leo) Messi.

* Argentina residente en España.

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