Pero el amor, es más fuerte…
Por Alejandra Tenaglia
La historia de amor que hoy nos ocupa, tuvo un comienzo nada sencillo por variados motivos.
La dama se encontraba en la etapa final de sus estudios secundarios, esto es, transitando la edad por la que los cuerpos padecen una fiebre natural que estimula las picardías del niño Cupido.
Todos los días la susodicha dama les comentaba a sus amigas el haber visto de pasadita, en su camino obligado rumbo a la escuela, a nuestro galán. Es decir, ella ya había sido alcanzada por la flecha del pequeño arquero.
Pero hete aquí que el muchacho en cuestión, estaba casado; por lo cual ella, sólo lo miraba a la distancia procurando no ser advertida.
El pesar de los millones de almas que lleva el planeta a cuestas, le es indiferente en su camino de días, en el cual va oprimiendo sueños y demás pretextos que el humano despliega, para encontrarle un sentido dotado de hermosura al esfuerzo de sobrevivir.
Sin embargo, es frecuente que el destino nos sorprenda, de tanto en tanto, favorablemente, convirtiendo lo que al principio se presentaba como un monótono desierto, en espléndido jardín florido. Para ello necesita simplemente ajustar las coordenadas que determinan los encuentros.
Así fue que la lluvia se convirtió en bendición, porque pasado algún tiempo, una amiga que estaba muy lejos de conocer la suerte de nuestra protagonista, le pidió que la acompañe a una cita con un muchacho, el cual a su vez llevaría un amigo. Y ella aceptó sin saber que ese amigo, con quien juntos operarían de actores de reparto en una historia de amor ajena, sería precisamente el hombre que tanto le gustaba, quien para ese entonces, había puesto punto final a su matrimonio.
En ese encuentro fatal y explosivo se halla el origen del romance que siguió forjándose en el legendario “Mi Tutú”, lugar de salida de los viernes; y en “Maranaho”, sitio obligado de los sábados.
Esta historia se dio en los ’70. Ella se fue a estudiar a Rosario y él continuó con su comercio en el pueblo. Pero el chusmerío llevó a que la familia de ella le prohibiera terminantemente verlo, dada la condición civil de nuestro enamorado, y sus ideas políticas peligrosamente adversas al gobierno militar que se imponía.
No obstante, a escondidas, los encuentros siguieron sucediendo. Siempre alguien los veía y eso arrastraba problemas y peleas de la dama con los suyos. Por lo cual un día ella decidió cortar por lo sano, y no verlo más. Pero no pudo cumplir con su decisión por más de dos meses. El amor pudo más. Tanto pudo su amor que la apuntaló con la firmeza de la Torre Eiffel, para lograr convencer a sus padres de que volvería a salir con él, aunque se acarreara la maldición de todos los cielos. Con esa misma seguridad, al terminar su segundo año en la Facultad, volvió al pueblo y sin importarle el qué dirán, se fue a vivir con él. El acontecimiento se caratuló como escandaloso, porque ella era una chica de 20 “juntada” con un “separado”.
No obstante, y a pesar de los malos augurios de las venenosas lenguas, tuvieron tres hijos maravillosos que supieron conseguir, venciendo los contratiempos de variados colores que los azotaron sin piedad.
Hoy la contundencia del vínculo que han forjado, ha dejado atrás la charlatanería general; y hasta hay quienes comentan que la postergada ceremonia de campanas y arroz, puede llegar de un momento a otro, para bendecir este amor que en lugar de hacerse rutinario con los años, crece como el mar junto a la costa que la luna alumbra.
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