Por
Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
Demasiados pensamientos se despiertan
entrecruzándose entre recuerdos y proyectos. No puedo precisar el momento en que, desde el deseo, ya eras parte
de mi vida. Pero tenía la certeza de que mi mundo iba a ser mejor con vos…
Y así fue. Cuando con papi decidimos
crear un camino juntos, creímos también que teníamos la fuerza suficiente para
tomarte cada uno de una manito y ayudarte a dar los primeros pasos en la vida
que habíamos soñado para vos.
Esa manito que sentí crecer entre las
mías, que me apretaban fuerte cuando no te sentías seguro, y que me acariciaban
después de un largo día en que las obligaciones y las pasiones nos separaban…
Caricias inigualables, producto de la ternura más pura, de la infinita
incondicionalidad del amor verdadero.
Manos que aún hoy se olvidan por
momentos que el tiempo pasó, que creciste, que ya casi tienen el tamaño de las
mías y volvés a buscarlas fugazmente, hasta que un golpe de conciencia o el
peligro inminente de la presencia de algún amigo te hace soltarla con rapidez, preparándolas
enseguida para el saludo “con onda” del circunstancial compañero.
Ahora ya sos vos quien apoya tu mano
en mi hombro; se hace difícil caminar a la par sin tocarnos, mi pequeño gran
compañero. Hasta llegar al supermercado sin vos, genera la pregunta de la
cajera: ¿y el compañero? Así transitamos la vida… Nada como estar juntos a la
par… Aunque hace años tengo prohibido decirte en público ninguno de los
cariñosos apodos de entrecasa bajo riesgo de…, y el movimiento rápido y casi
imperceptible por lo bajo de tu mano, cuando voy a verte jugar algún deporte,
me indica que no me acerque demasiado…
No importa, así debe ser. Estás
creciendo y siempre quise para vos que te sientas acompañado, aceptado y
querido por tus amigos, como lo sos.
Yo te miro desde lejos, pensando en lo
bella persona que fuiste siempre. Feliz
de saber que todos los días suena el teléfono (que en general era
alguien que quería comunicarse conmigo) y es alguien que quiere compartir algún
“plan copado” con vos.
Son tus primeros pasos en el mundo sin
mi mano, pero sé que, como sucedió ahora que estoy escribiendo, me comunicás
dónde estás y a qué hora debo pasar a buscarte. Eso es “para no preocuparte,
ma”.
Saberte bien acompañado, confiada en
tu criterio de correrte cuando no conviene arriesgarse tanto, me deja
tranquila. La vida nos dejó la opción de tenerte sólo a vos para mirarte,
quizás por eso estás atento a devolvernos tu mirada sin rezongar (o sólo un
poco).
Un día me dijiste: “Sos la mejor
mamá”, y mi respuesta fue y es, que es fácil ser tu mamá, y placentero.
Hoy debería haber hablado de la
palabra tragedia. La cercanía de la ciudad de Rosario, segundo hogar de muchos
de nosotros, las historias que nos tocan las más profundas emociones, el tener
de una u otra manera contacto con los protagonistas, lo ameritaba. Hablar del
dolor, de lo imprevisto, de la muerte. De la solidaridad, del orgullo metido en
el alma por el trabajo de los bomberos y rescatistas… Particularmente de
quienes confiaron en mí sus historias de vida cuando estuve con ellos, mis
rescatistas de Firmat… Del síndrome de estrés postraumático, y más…
Pero no, quizás la próxima. Hoy quería
hablar de la vida sobre la muerte, del amor sobre el dolor, de las pérdidas
como posibilidad de construir algo diferente.
Por eso decidí escribir sobre un niño,
mi niño, y desde él hacia todos, los que conozco y los que no, los que fuimos,
los que encontramos en los recuerdos, y los que aún extrañamos la seguridad de
que nos lleven de la mano… Aún siento la tuya, callosa y morena, pero mía,
papá…
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