Por Julieta Nardone
Hoy nos moveremos por la literatura para chicos, ya que
son los homenajeados en este mes con un domingo que, en el presente, va un poco
a la saga del sueldo de los padres. Muy comercial el festejo, para ser
sinceros. Pero, quizás regalar un libro divertido, fuera de las pautas
didácticas, e incluso de lo que dicta la escuela, podría ser una opción de
acercamiento a la lectura, al leer por leer... Porque lo más complicado
probablemente sea despertar el fuego de la curiosidad, la actitud voraz y absorta
que todos alguna vez experimentamos cuando apenas empezábamos a dominar las
primeras letras, deletreando lentos y eufóricos los carteles de la calle, los
graffitis en las paredes, la etiqueta del champú, los envoltorios de comida... los
mensajes sarcásticos –sin saber nada del sarcasmo todavía- de los baños
públicos (nunca voy a olvidar el siguiente: “Marcelo desde que te fuiste ya
nada es igual... todo es más divertido”).
Pero hay algo
esforzado, urgente en la conducta de los adultos frente a esta cuestión de inculcar la lectura, dice Ema Wolf,
escritora argentina que proponemos con sus cuentos pescadores del delirio y la risa
como búsqueda y viaje, sin garantías de llegar a puerto alguno, a destinos
prefijados con moralejas encubiertas. En otras palabras, la intervención de la mirada
adulta muchas veces devuelve alternativas descafeinadas, poco apasionantes y
liberadoras, aunque contradictoriamente se insista en la lectura para fines
“altos”, como la formación de un criterio propio y del pensamiento, cuestiones
no menores cuando de libertad se trata. El mismo Umberto Eco afirmó que la
literatura infantil debe tener como horizonte abrir el ejercicio a la
imaginación, sin objetivos pedagógicos específicos. O la contrapedagogía sería
una motivación al disfrute y empatía por el libro como un juego entre otros,
primero; y más tarde, si ese juego echa raíces, sin duda que permitirá
metabolizar valores, criterio, ideología. Pero entre tanto, lo mejor que
podemos hacer por los purretes es
naturalizar esta práctica no como “deber” (el dedo índice va mejor en la
escuela y en la instrucción diaria, que por supuesto tampoco puede faltar).
¡Silencio niños! (1997)
y Nabuco, etc. (1999) son dos de los libros más desopilantes de la Wolf. Podría abarcar a
lectores de 9 a 12 años, no obstante, también a los grandes nos deja asombrados
con imágenes y mini-crisis detonadas por el humor casi surrealista de sus
historias. Personajes de todo tipo, casi siempre aventureros a cielo abierto
como Artemio el mensajero entre dos reinos vecinos cuya memoria “goteaba por el
camino”, yendo de malentendido en malentendido hasta enfrentar a los reyes
respectivos. O Juanito
Tomasolo, el náufrago que se mensajea con
los náufragos de alrededores hasta que un día se queda sin botellas y hay que
ver cómo la palabra lo salva más que nada en el mundo. También hay personajes del
rubro del terror pero que aquí van a la escuela; como una momia que aprende a
traspasar las paredes de una forma muy peculiar. Pocas veces encontramos como
protagonista a un niño, un caso aparte es el de Pirulo, a quien le encanta jugar en la casa de su abuela porque allí hay un
estanque lleno de ranas, veremos cómo sus derechos chocan con los de la rana Aurelia, y a su vez, los de ambos con los de la anciana.
La autora desarticula los mitos apolillados sobre tantos prejuicios
y supuestos falsos que retardan el verdadero conocimiento, que ahogan antes de
tiempo un valor muy preciado como la curiosidad. Repetimos: no hay moralejas en
estos textos. No faltan, eso sí, el humor y la imaginación: antídotos
incuestionables para afrontar intrigas y complicaciones que nunca faltan en la
vida, tanto como en los libros.
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