Ningún pibe nace chorro - Noviembre 2º



Por Guillermo E. Mermoz

Donde nacemos, es lo que seremos, así de determinante, en líneas generales. Pero deténgase y relea, dice “donde nacemos”. Encierra una cuestión de corte más profundo.  No es solo el lugar geográfico, ni  siquiera el pueblo. Podría ser la familia, pero tampoco.  Es el entorno lo que nos determina las posibilidades que tendremos en la vida.
Lo que es cierto, es que nacemos sin criterios morales, ni buenos ni malos. No sabemos lo que es lesivo para la sociedad, ni lo que es benéfico. La misma sociedad se ocupa de moldearnos. Justamente, una de las personas que determina la línea entre el bien y el mal, la jueza de instrucción Nº 2 Alejandra Rodenas, visitó a las mujeres detenidas en la Alcaidía de Jefatura de Rosario, y eso es lo que dispara esta introducción. Allí, se encontró con que, de treinta mujeres, sólo trece sabían leer y escribir. Un dato notable. En una muestra pequeña, es verdad, y que puede llevarnos a una trampa muy común, la de pensar que el delito va de la mano con la falta de educación y viceversa, o sea, que la falta de educación desemboca en la delincuencia. Esto lo escuchamos diariamente, en su versión más amplia de que la educación es la cura de todos los males de un país. Sólo ella nos hará libres, es el dicho.
Y sí, la educación es fundamental en una sociedad, claro está. Pero la falta de educación, es una consecuencia, no un motivo.
Sin perder el hilo, definamos educación. ¿Es la que se nos imparte formalmente en las escuelas y se continúa en las secundarias y universidades? ¿O es la que recibimos en nuestros hogares? Por otro lado, ¿estar alfabetizados es suficiente para decir que estamos educados? Cualquiera sea la respuesta, corremos el riesgo de perder de vista la cuestión principal. Lo mismo que nos lleva a la carencia o al acceso al estudio, es lo mismo que nos limita desde el vientre materno. La pobreza. La pobreza genera analfabetos, expulsa del sistema educativo a miles, y los envía como mano de obra de bajo coste. Es la misma pobreza que desde el vientre materno, sin nutrición adecuada de las mamás, ni controles médicos, afecta negativamente el desarrollo cognitivo, la capacidad de aprender. Entonces, no todos nacemos iguales, al menos en cuanto a posibilidades. Un niño nacido en una villa de emergencia tiene por delante miles de obstáculos. Todos los tenemos, pero se agudizan los problemas allí donde hay carencias.  Y suponiendo que eso no sea cierto, que todos nazcamos con las mismas chances de aprender: ¿qué es lo que limita el acceso a la educación formal? Otra vez, la misma respuesta. La pobreza. Aunque no es el único factor, es muy relevante en la deserción. Los jóvenes deben empezar a trabajar, para aportar en sus hogares o al menos  garantizarse el sustento propio, en lugar de ir a la escuela. La consecuencia del analfabetismo como forma extrema de la falta de acceso a la escuela, es la incapacidad de las personas, de las sociedades, de apropiarse parcialmente de los métodos de obtención del conocimiento, y de allí, al descubrimiento de la verdad. Digo parcialmente porque, observar la realidad, es un método también para acceder al saber. Pero el paso por las aulas, nos acorta muchos caminos, toda la experiencia de miles de años de observación de la realidad, desde los griegos hasta acá, nos es transmitida en las escuelas.
¿Por qué justamente, de 30 detenidas, 17 no saben ni leer ni escribir? Ese frio número nos grita, que la diferencia de posibilidades educativas entre ellas, tiene consecuencias nefastas. No nos explica la causa, pero lo sugiere.
Venimos a este mundo, todos, casi de la misma manera. Y nos vamos también sin tanto barullo, de una forma parecida. La diferencia, apenas puede ser, amigo, que usted puede leer esto, en un acto de total simpleza. Y otros, no. El sistema, las circunstancias, la pobreza, lo que fuera, los ha dejado afuera. No hubo además ni una sola persona en su derredor, que les diera una mano en ese aprendizaje indispensable. Dando un triple salto mortal, porque el espacio editorial se termina, concluyo sin vueltas: ningún pibe nace chorro.

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