“EL
CONJURO”
Por
Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Existen
personas que eligen un libro por la tapa, créase o no, las hay. Ahora bien,
también es evidente que, para alguien desinformado, el póster de una película
anuncia gráficamente el género de la misma. El afiche de “El conjuro” (The Conjuring) es sumamente elocuente en tanto
compone un preludio fantasmagórico, sobre un film de características
aterradoras. Una niebla espectral desdibuja un lacónico paisaje, en cuyo fondo
se distingue una solitaria vivienda, mientras que en primer plano una soga a
modo de horca pende de una lúgubre rama,
sin cuerpo humano a la vista. Aunque, recostada en la hojarasca, una silueta femenina
parece haber escapado del mundo de los muertos.
El
argumento de la película es muy simple y concreto, es el año 1971, una familia
numerosa, compuesta por un matrimonio con sus cinco hijas, se muda a una
retirada casa. Prontamente comienzan a sucederse una serie de hechos extraños e
inexplicables, algunos, incluso, de cierta violencia. Cuando la situación se
vuelve prácticamente incontrolable deciden recurrir a una pareja famosa de “demonólogos”,
Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson, Vera Farmiga), es decir, expertos
en cuestiones de índole paranormal. Esta historia, con matices fantásticos y
perturbadores, no surge de la
imaginación de ninguna mente creativa, se trata de la recreación de algo que
ocurrió realmente, las fotos finales en blanco y negro testimonian la veracidad
del caso. El director James Wan (iniciador de la saga “El juego del miedo”) lleva a la pantalla grande las desesperantes
experiencias de la familia Perron,
acosada inclementemente por entidades siniestras, satánicas. Para hacerlo Wan incorpora todos o casi todos los
elementos clásicos del cine de terror: muñecos sonrientes de aspectos
siniestros, aparecidos, exorcismos, amigos invisibles, brujas sedientas de
venganza. Los efectos aterradores, esos que nos hacen pegar un salto o tapar
los ojos con la mano, no son productos de imágenes sangrientas o artificiales,
para nada, son la consecuencia de un suspenso terrorífico, en un avanzar lento
y oscuro hacia inciertos desenlaces.
El
cine de terror prefiere como entorno dilecto a la noche, cuando se esconde el
sol sabemos que se avecinan las penurias y complicaciones para los personajes,
la falta de luz es compinche de lo tenebroso. Otro de los escenarios favoritos
por este género es el sótano, especie de tumba subterránea olvidada, trampa
mortal para incrédulos y corajudos. En esta oportunidad, los habitantes de la
casa, de casualidad, lo descubren. El pausado descenso del padre, a modo de catábasis, es iluminado por la débil
incandescencia de un fósforo, cuya duración fugaz lo deja solo en plena negrura
rápidamente, cuando una nueva cerilla se enciende tememos los peor, ¿hay
alguien más ahí abajo? Así el director juega con los nervios del espectador,
quien tiene muy en claro que está mirando “una de miedo”. Otro ingrediente
infaltable dentro del marco de lo aterrador es el sonido, puertas que se
golpean y abren sola, objetos que estallan misteriosamente en el silencio,
risas o voces macabras. La amenaza de lo maligno es poderosísima, traspasará
los límites edilicios de la casa, inquietando a los mismísimos Warren, especialistas en hacer frente a
las fuerzas diabólicas.
“El
conjuro”, arremete contra la pasividad del público, al proyectar un
espectáculo con pavorosos sobresaltos. Aterradora, estremecedora, alguno,
quizá, dormirá con la luz encendida después de verla.
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