Por Mariano Fernández
marianoobservador@gmail.com
El
blog literario del diario El País, de España, propuso en el marco del Congreso
de la Lengua realizado en Panamá durante octubre, la creación del “Atlas sonoro
de las palabras más autóctonas del Español”. Se consultaron a escritores para
que escojan un vocablo que defina a los habitantes de un país. Para el nuestro,
el poeta Juan Gelman, propuso “boludo”. Justificó la elección aduciendo que es
una palabra muy popular, de una gran ambigüedad, que puede usarse como un
insulto o como una muestra cariñosa de complicidad.
En
verdad es una palabra que ha perdido el carácter insultante desde un tiempo a
esta parte. Es una palabra de uso cotidiano, también esto es veraz. Pero, la
pregunta es, ¿realmente es esta la palabra que nos representa? ¿Es posible
aglutinar en un vocablo todos los
modismos de un país? La palabra “boludo” ni siquiera es exclusiva del
castellano que hablamos en Argentina. El dato me lo pasó un amigo, que me indicó
que en Marsella, “boludo”, tiene su equivalente “couillon”, que se usa en esa
ciudad de manera idéntica a la nuestra, despojado ya de su carácter insultante.
Ese
desapego de la agresividad, es, tal vez, un indicativo de una sociedad que
celebra cotidianamente la amistad, tanto así que permite a alguien insultar
como demostración de que los límites para esa persona son más permisivos.
La
misma palabra, dicha en Paris, desataría una pelea. Esto me hace reflexionar nuevamente,
esta vez sobre la representatividad de una palabra para definir el habla de un
país. ¿Es eso posible? ¿Quién dice “boludo”, qué grupo etario, con qué
significado, en dónde? Resumir a un vocablo, el habla de un país, es un tanto
limitante. Independientemente de sus significados y sus acepciones, y sin
pretender que se hable como en la Castilla monárquica de hace 500 años, me
parece que la palabra “boludo” no es representativa de la totalidad de los
argentinos. En Córdoba, el término “culeado”, lo reemplaza casi absolutamente. También
el “huevón” en Cuyo, Santiago del Estero y otros. Los pueblos originarios del
Noroeste, de un habla más castiza que la nuestra, no lo utilizan. En las clases
más pobres del conurbano bonaerense, otros modismos lo reemplazan también.
Es
innegable que el idioma es maleable. Que evoluciona, y se producen y reproducen
palabras, con significados o acepciones nuevas. De hecho esa es la fuente de
riqueza de un idioma. Pero esa misma dinámica, con componentes sociales e
históricos, hace que sea imposible resumir un país en una palabra. Los modismos
varían entre clases sociales, provincias, regiones.
Como
lo habrá notado, en una región imprecisa del departamento Caseros, se utiliza
con mucha frecuencia el “pero” al final de una frase. Me lo marcaron en
Rosario, y desde entonces empecé a prestar atención a los límites geográficos
de este giro. Incluso podría decirse que “che” es más abarcativo y de un uso más
extendido que “boludo”. Y en verdad me cae más simpático este monosílabo
introductorio de una conversación, y hasta –a pesar de la confianza que
entraña- me resulta más elegante para que nos represente. Usted, ¿cuál
elegiría?
El
idioma es lo que hacemos, lo que somos, con quienes hablamos. Por ejemplo, Modesto
y Covi, de España, me han pegado el “tío” y el “vale”. Ellos han salido
contaminados también, y usan el “pibe” cotidianamente. Andrey, de Caracas,
habla con un acento más rosarino que el mío, cuando me dice “boludo”. Y Richard
e Irving me regalaron la palabra “pana”. Mi pana, mi hermano, mi amigo. Vaya si
es valioso su regalo. Alguna palabra de otro idioma se me ha contagiado de
tanto compartir vinos con una amigo que no nació hablando castellano. “Pura
vida”, como dice Neca de Costa Rica, en una fantástica metáfora de deseo de que
te pasen cosas lindas. Pura vida, boludo.
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