Usted, ¿cuál elegiría? - Noviembre 1º



Por Mariano Fernández
marianoobservador@gmail.com

El blog literario del diario El País, de España, propuso en el marco del Congreso de la Lengua realizado en Panamá durante octubre, la creación del “Atlas sonoro de las palabras más autóctonas del Español”. Se consultaron a escritores para que escojan un vocablo que defina a los habitantes de un país. Para el nuestro, el poeta Juan Gelman, propuso “boludo”. Justificó la elección aduciendo que es una palabra muy popular, de una gran ambigüedad, que puede usarse como un insulto o como una muestra cariñosa de complicidad.
En verdad es una palabra que ha perdido el carácter insultante desde un tiempo a esta parte. Es una palabra de uso cotidiano, también esto es veraz. Pero, la pregunta es, ¿realmente es esta la palabra que nos representa? ¿Es posible aglutinar en un vocablo  todos los modismos de un país? La palabra “boludo” ni siquiera es exclusiva del castellano que hablamos en Argentina. El dato me lo pasó un amigo, que me indicó que en Marsella, “boludo”, tiene su equivalente “couillon”, que se usa en esa ciudad de manera idéntica a la nuestra, despojado ya de su carácter insultante.
Ese desapego de la agresividad, es, tal vez, un indicativo de una sociedad que celebra cotidianamente la amistad, tanto así que permite a alguien insultar como demostración de que los límites para esa persona son más permisivos.
La misma palabra, dicha en Paris, desataría una pelea. Esto me hace reflexionar nuevamente, esta vez sobre la representatividad de una palabra para definir el habla de un país. ¿Es eso posible? ¿Quién dice “boludo”, qué grupo etario, con qué significado, en dónde? Resumir a un vocablo, el habla de un país, es un tanto limitante. Independientemente de sus significados y sus acepciones, y sin pretender que se hable como en la Castilla monárquica de hace 500 años, me parece que la palabra “boludo” no es representativa de la totalidad de los argentinos. En Córdoba, el término “culeado”, lo reemplaza casi absolutamente. También el “huevón” en Cuyo, Santiago del Estero y otros. Los pueblos originarios del Noroeste, de un habla más castiza que la nuestra, no lo utilizan. En las clases más pobres del conurbano bonaerense, otros modismos lo reemplazan también.
Es innegable que el idioma es maleable. Que evoluciona, y se producen y reproducen palabras, con significados o acepciones nuevas. De hecho esa es la fuente de riqueza de un idioma. Pero esa misma dinámica, con componentes sociales e históricos, hace que sea imposible resumir un país en una palabra. Los modismos varían entre clases sociales, provincias, regiones.
Como lo habrá notado, en una región imprecisa del departamento Caseros, se utiliza con mucha frecuencia el “pero” al final de una frase. Me lo marcaron en Rosario, y desde entonces empecé a prestar atención a los límites geográficos de este giro. Incluso podría decirse que “che” es más abarcativo y de un uso más extendido que “boludo”. Y en verdad me cae más simpático este monosílabo introductorio de una conversación, y hasta –a pesar de la confianza que entraña- me resulta más elegante para que nos represente. Usted, ¿cuál elegiría?  
El idioma es lo que hacemos, lo que somos, con quienes hablamos. Por ejemplo, Modesto y Covi, de España, me han pegado el “tío” y el “vale”. Ellos han salido contaminados también, y usan el “pibe” cotidianamente. Andrey, de Caracas, habla con un acento más rosarino que el mío, cuando me dice “boludo”. Y Richard e Irving me regalaron la palabra “pana”. Mi pana, mi hermano, mi amigo. Vaya si es valioso su regalo. Alguna palabra de otro idioma se me ha contagiado de tanto compartir vinos con una amigo que no nació hablando castellano. “Pura vida”, como dice Neca de Costa Rica, en una fantástica metáfora de deseo de que te pasen cosas lindas. Pura vida, boludo. 

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