Cuando el río suena - Noviembre 2º



“EL LIMONERO REAL”

Por Julieta Nardone

Leer a Saer (1937-2005) no es recomendable si uno pretende simplemente ser “atrapado”, entretenido, es decir, hacerse una escapadita mediante un reconfortable transcurrir literario que nos corteje con palabras livianas, desenlaces apropiados. Si, en cambio, perseguimos que se nos inquiete –y a veces hasta la exasperación- nada mejor que este modesto santafesino.
El limonero real (1974) es la novela de la morosidad en la descripción de gestos triviales, recuerdos, sensaciones, percepciones. Se diluyen los sucesos y personajes portentosos, se entreveran las aguas de la descripción y la narración, como también las de la prosa y la poesía. Y así, las aguas bajan turbias, en una corriente caudalosa, lenta, circular. Como el ritmo de un río barroso. Pues, ante todo el libro es la estampa de un paisaje y el hombre que lo habita y lo transforma: la zona costera cercana a Santa Fe; la vida isleña, relativamente atrasada y semirrural de paisanos acostumbrados al trabajo duro, las pocas palabras, la intemperie.
La novela captura en zoom un día en la vida de Wenceslao, desde el amanecer del 31 de diciembre al amanecer siguiente. En el transcurso de las horas del último día del año, el personaje visita a sus parientes, comparten el almuerzo, enfila con otros hombres de la familia hacia el almacén (especie de pulpería) donde se oyen polémicas sobre temporales pasados, donde beben un poco, aflojan, resienten y vuelven a aflojar los lazos entre ellos. El sol calcinante, la siesta, el río. Más tarde, comenzará el ritual de la cena: carnear al cordero, encender el fuego, comer y tomar, bailar en alpargatas, la polvareda, tambalearse en la canoa que lo devuelve a su rancho. Ya clareando, la mujer a su costado, y así, todo se reinicia frente al acecho del silencio: “amanece/ y ya está con los ojos abiertos.”
Es interesante señalar que los pasajes de la jornada no son dispuestos de manera lineal, sucesiva. El movimiento textual en lugar de darnos una representación nítida del acontecer como podría hacernos pensar la anotación obsesiva, muy al contrario, borronea, rearma y pulveriza el orden temporal mediante la proliferación, la condensación y expansión, las repeticiones y variaciones de cada pormenor de la trama que se detiene, incesantemente, en los olores, sabores, colores, formas, texturas, sonidos. Y en el centro de este presente encallado, casi eterno, reverbera el recuerdo de un hijo muerto, la memoria de cuando pasaba corriendo por delante con el pantaloncito descolorido y se perdía por el caminito en dirección a la barranca y al rato se dejaba oír el golpe de la zambullida. Asimismo, se tiende un eje narrativo en otra ausencia, la de la mujer de Wenceslao, quien no acepta concurrir a la fiesta por un luto que se prolonga a 7años: “Por un año más, se ha quedado sola en la casa, escuchando, prometiendo, esperando”.
El limonero real, señala de esta manera, la dificultad del relato para dar cuenta de lo inagotable y escurridizo de los hechos. Se problematiza estéticamente -de forma subterránea, sin sacar a flote líneas ensayísticas ni lógicas- el punto de anclaje de la realidad, la manera de representarla; y en este orden de cosas, la memoria y la percepción son los puentes que posibilitan la narración, una historia. La desesperación por el relato como resultado de un descomunal esfuerzo de la conciencia que intenta someter a un diseño coherente el centelleo fragmentario y camaleónico de la experiencia.
“Ya le digo, no sé cómo le puedo decir. No sé como decirle ya le digo”, vacila el personaje...




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