ESPUMA DE MAR
Por Alejandra Tenaglia y Sebastián
Muape
01
Un
grillo solitario, puntea el silencio del que pronto, nada quedará.
El
rocío, vestigio de la noche, moja las zapatillas de un niño que presuroso por
no llegar tarde a la escuela, acorta camino cruzando en diagonal el campito de
la esquina.
Una
madre despide a su hija en la puerta de su casa, dándole indicaciones de último
momento mientras se cierra la campera como si el aire fresco de la mañana la
sorprendiera con su inminencia.
Pasa
una combi cargada de escolares. Cachito, el perro callejero que deambula por el
barrio, bosteza ancho y largo.
Todo
parece seguir su ritmo inmanente y natural. Sin embargo, a la realidad le basta
un minúsculo segundo, para virar hacia allí donde nadie puede imaginar.
02
El
arqueo de la madrugada registra soñolencias ambidiextras. Un haz de luz gris,
sigue dibujando espirales de humo.
El
cuerpo de Juana recupera la memoria y se hiela sin pausa bajo el estruendo de
un trueno gutural. La ventana estalla en polvo de vidrio y limpia el salón con
partículas que refractan y le hieren la mano.
El
mes de mayo se presenta ladrando hostil. Hay un vaso sobre la mesa debajo del
cual se adivinan unas notas de despedida, trazadas con la puntualidad de la duda
y la falta de respuestas.
03
¿Cuántos
rostros tiene el espanto? Allí se compone tan solo de rutina por enfrentar, con
los brazos casi rozando el suelo; más aquí se manifiesta en desgracia con
azaroso andar; y ahí, en el centro de la escena de una vida cualquiera, lastima
con palabras que no permiten la réplica, cavando un hondo y oscuro pozo del que
quizás, sólo será posible salir braceando con desesperación y el cachito de
hidalguía que todos guardamos incluso sin saber, en el rincón más escondido de nuestra
axila. Mientras tanto, en ese intersticio indescriptible donde las
explicaciones y reflexiones no existen ni importan, la mujer, reponiéndose del
estupor del estruendo, no ahorra lágrimas ni asombro preguntándose sin cesar:
por qué, por qué, por qué… Y limpia, acomoda, se pasa la mano por la frente
deteniéndose un instante para continuar luego.
El
vaso, que había salvado su pescuezo en el revuelo general, ya es ahora un poco
más de vidrio desperdigado en el suelo, habiendo dejado antes su cicatriz mojada
en la pared.
Nada
queda sino continuar, piensa Juana, mientras llora, llora, llora, con dos
bollitos de papel en el bolsillo de su raída bata.
04
Parada
frente a la ventana que da al jardín, escucha el aguacero y entibia sus manos
con una taza de café mientras se exorciza de las imágenes de la noche, que
llegan como descargas difusas. A medida que sus labios recuperan calor, asume
el fracaso del intento final y se regocija mínimamente en la salud de su
voluntad maltratada.
Desde
la puerta de la habitación, ve las sábanas serpentear en el suelo y huele los
restos de fragancia e histeria, se propone deshacer ese teatro dejando que el
aire fresco haga lo suyo. Reordena los ambientes con detalle, guarda fotos ¿o
las esconde? La planta de sus pies sobre el parqué le provoca placer, se sienta
en el sillón grande, prende un cigarrillo y escribe.
05
-
- ¿Está
más tranquila, señora?
Era
un hombre quien interceptaba su camino.
Todavía
era mucha la gente reunida en la esquina, policías, vecinos, chusmas, bomberos,
justamente uno de ellos es quien se acercó a Juana. El mismo que por la mañana,
minutos después del siniestro, había tocado su puerta, la había visto llorar
desesperada con la mano lastimada, había revisado su casa llegando a su cuarto
alcanzado por la onda expansiva, le había ofrecido ayuda, vendarla, revisarla,
y la había escuchado gritarle sin pausa: que se vaya, que nada necesitaba, que
sola podía arreglárselas con su herida, que todos los hombres del planeta se
podían ir a la reputísima-madre-que-los-re-mil-parió. Fue entonces que el
bombero decidió marcharse, asumiendo que sólo era calma lo que la mujer
necesitaba.
Ahora,
al reconocerla en la calle, se acercó presuroso.
- - Sí,
gracias –contestó ella intentando una media sonrisa, y después de un mínimo
titubeo, agregó- ¿Usted es quien vino a mi casa esta mañana, no? –él asintió
cómplice, bajando la mirada, como para evitar avergonzarla- Le pido disculpas,
estaba… muy nerviosa.
06
- - La
entiendo, no se preocupe, convivo con situaciones de estrés y en este caso sus
nervios se justifican, le cuento: hubo un viento de más de ciento treinta
kilómetros por hora, estamos muy cerca del mar y como su casa está en una
esquina alta, es un frente tentador contra el que chocar…
- - Ah,
claro, entiendo; si el invierno empieza así, qué me espera, ¿no?... -intentando
ser amable, agrega- Menos mal que están ustedes para socorrernos…
- - Le
respondo con una frase hecha, pero en realidad es nuestro trabajo. Mi nombre es
Blas –dijo el muchacho extendiéndole la mano- y si no le molesta quisiera pasar
en algún momento a ver si hay algo mal en la estructura, sobre todo en el techo
y los tirantes internos.
- - Por
supuesto, no hay problema, trabajo en mi casa así que me encuentra durante todo
el día, soy Juana- cerró la conversación reprochándose el haberle dado
demasiada información a un desconocido.
Sin
embargo, mientras caminaba pensó en la solidaria mirada del bombero, en el
tamaño de su mano y en el tono de voz. -Todos parecen segurísimos cuando se
hacen los galanes, después son cachorros en serie- concluyó mordiéndose el
labio inferior.
Blas
terminó de conversar con algunos vecinos y caminó hacia la camioneta. No se
había acomodado delante del volante y ya estaba Lauría sentado a su lado:
- - Me
matan las pelirrojas, siempre tuve la sensación de que son todas igual de “fogosas”…
-y entregándole los registros municipales, le preguntó a Blas- Nene, ¿sabés
quién es, no?
07
La ciudad parecía abrazarse al mar como un niño a su
almohada, una vez pasada la temporada estival. Las calles se hacían nuevamente
transitables, el centro podía recorrerse sin empujones ni tampoco demasiadas
pretensiones en cuanto a la oferta comercial, y los colegios reunían aquí y
allí puñaditos de estudiantes, convirtiendo a la perla del atlántico en una
urbe más.
A
esa urbe se había mudado Juana, apenas comenzado el verano y en principio por
el término de un año, para conocer más el lugar que había elegido como uno de
los escenarios de la novela que estaba escribiendo.
Además,
le había encantado la idea de vivir allí un tiempo. A los dos, en realidad, los
había cautivado esa posibilidad que ella concretó sin mucho rodeo, como lo
hacía siempre. Fue durante esa maldita estación vacacional -al menos para los
demás-, que sobrevino el desmoronamiento. Y esa crueldad inherente que lleva el
amor en su seno, para derramarla sin más razón que su sin razón, se hizo nota de despedida. Y partida.
- - Alfonsina
querida, cómo me estarás puteando desde allá arriba… Va a pasar, ya lo sé. Va a
pasar, ya lo sé. Va a pasar, ya lo sé. Pero mientras tanto, te juro, iría al
puerto desnuda, para que todos los pescadores me violen hasta degradarme el
último poro de entendimiento, y después me tiren a los lobos marinos… Y ahí me
deprimiría de nuevo porque los pobrecitos son buenos y capaz que me cuidan, me
hacen cosquillas con sus largos bigotes, ¡y mirá si encima me aplauden y…!
Juana
advierte la presencia de gente cerca del monumento de la poetisa:
- - Le
estoy recitando sus poemas –les dice-, para que sepa que todo no ha sido en
vano...
Los
visitantes asienten con una sonrisa forzada, y se retiran; no saben ni quién es
la mujer esculpida en la piedra.
(Continuará…)
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