Mirta
Granero, fundadora y directiva de la Asociación Rosarina de Educación Sexual y
Sexología (ARESS-1976); y vicepresidente de la Federación Sexológica Argentina
(FESEA), expone a continuación el lazo que, desde su punto de vista, une a
educación, bienestar y sexualidad; tres temas insoslayables de la sociedad y la
individualidad.
Por
Mirta Granero
Sexualidad
Si usted es una persona “normal”
(normal así entre comillas, que no está muy definido lo que significa pero que
para usted está bien porque no se siente mal con lo que hace, y le pasan cosas
que le pasan más o menos a todo el mundo), seguro que habrá empezado a tener
relaciones sexuales genitales (porque ¡cuidado!, besos, abrazos y caricias en
pareja también son relaciones sexuales, aunque la gente lo olvide), a los 16,
los 20, los 30 ó los 40 años. Después de todo no hay una edad fija para
iniciarlas. Cada uno empieza cuando lo siente, cuando puede, cuando se anima y
ojalá empezara también cuando es responsable, cuando se sabe cuidar, respetar;
y cuidar y respetar a los otros.
Y si sigue siendo “normal” y tuvo la
suerte de encontrarse con una o varias parejas con las que verdaderamente se
sintió bien, y le duraron, es probable que usted haya seguido manteniendo esas
relaciones o las siga manteniendo hasta muy avanzada edad. En última instancia
uno puede tener relaciones sexuales toda la vida de la manera que mejor le
plazca o se acomode su edad, su circunstancia, su estado de salud, con la única
advertencia de no dañarse ni dañar, de no imponer al otro lo que el otro no
quiere hacer, en fin, de entenderse sin autoritarismo.
Si hacemos un cálculo de relaciones
sexuales a una vez por semana a lo largo de la vida desde los 20 a los 70 años
(usted me dirá que de joven se suelen tener más y de mayor menos, yo estoy de
acuerdo pero hagamos un promedio), estamos hablando más o menos de 50 años de
relaciones a casi 50 semanas por año. Ayúdeme a multiplicar (a mí me gustan los
números): 50 por 50 dan como resultado 2.500. Lógico que algunas personas
tendrán 6.000 relaciones sexuales genitales en su vida y otras 100, ó 200, o
ninguna (porque también es un derecho no sentir la imposición de tener
relaciones sexuales), pero sigamos con el promedio: ¿se ha preguntado alguna
vez cuántas de esas relaciones sexuales fueron realizadas con la intención de
procrear, de tener hijos? Saque la cuenta en su propia vida, pregúntele a los
amigos, investigue. Es bueno no quedarse
sólo con una impresión.
Hace años hice una encuesta sobre el
tema. Algunas personas nunca tuvieron una relación sexual genital con intención
de procrear, los hijos le vinieron sin haberlo programado. Otras sólo algunas
temporadas, para tener los pocos hijos que se tienen por estas épocas. Las
parejas que tuvieron dificultades para quedar embarazadas (¿sabe que a mí me
gusta decir que los dos miembros de la pareja están embarazados?, porque es
lindo pensar que ambos están comprometidos de la misma manera ¿no?) tal vez
estuvieron años buscando ese embarazo (entre otras cosas) cuando se vinculaban
sexualmente, pero esas parejas son las menos frecuentes.
Bien. ¿Para qué tiene la gente tantas
relaciones sexuales si no es para procrear? Para amarse, para sentir que están
juntos, que se comunican, para darse afecto, “para pasarla bien” como dicen los
adolescentes, para sentirse vivos, para calmar ansiedades, para sentir placer.
De hecho, en las parejas homosexuales no está la intención de procreación en
sus relaciones sexuales genitales.
Placer
y cuidados
Creo que el placer es muy importante.
Este placer del que tan poco se habla, pero que está presente aunque sea sólo
como búsqueda (porque a veces no se logra) en casi todas las relaciones de
pareja.
El placer sexual ha tenido mala
prensa, pero es tan lícito como cualquier otro placer (ir al cine, escuchar
música, saborear determinada comida, juntarse con amigos, etc.). Uno debe
buscarlo en el momento en que siente deseos, tiene tiempo para eso, y se dan
las circunstancias adecuadas. Y si las relaciones que usted tiene son
heterosexuales y no quiere tener hijos, es lógico que deba tomar medidas para
que esto no ocurra. Una de las tantas medidas eficaces para impedir el embarazo
es que la mujer tome anticonceptivos orales (que como su nombre lo indica viene
de anticoncebir, o sea no permitir la concepción). También la mujer
puede colocarse un dispositivo intrauterino (DIU), o el hombre usar condón, o
cuidarse con el método de los días, etc. Cada pareja debe buscar el método que
más le convenga, con el que esté de acuerdo, o que el médico le indique como el
más conveniente. Los anticonceptivos orales hace más de medio siglo que están
permitiendo relaciones más libres (en el sentido de no condicionadas solamente
por un almanaque a determinados días del mes y sí a lo que se siente), y más
seguras, en cuanto a no tener un embarazo si no se quiere. Están por lo tanto
permitiendo encuentros más placenteros y evitando embarazos no deseados.
Embarazos
no deseados
Los embarazos no deseados son muchas
veces un hecho bastante perjudicial. Tanto si se tiene al hijo que no se quería
tener, como si la pareja se casa “de apuro” sin estar preparada; o queda la madre
“soltera”, sola con su hijo; o si se aborta. Sin entrar a discutir la ideología
respecto al aborto (porque este no es el lugar) pensemos en la cantidad de muertes
maternas en Argentina que se dan por abortos mal realizados. Los abortos se dan
en todas las clases sociales pero los más riesgosos (aquellos que producen más
muertes) se dan frecuentemente entre las personas pobres, porque no pueden
acceder, por su costo, a buenos lugares para realizarlos.
Según datos de junio del 2012, más de
100 mujeres mueren en nuestro país anualmente por interrupciones de embarazos.
Y en el mundo mueren 80.000 mujeres al año por este motivo...
Analicemos las cifras del país: es
como si la catástrofe de calle Salta en la ciudad de Rosario ocurriera 5 veces
al año, habría allí poco más de 100 muertes; o las muertes de la AMIA, una vez
al año, en nuestro país. O si los muertos por la destrucción de las Torres
Gemelas en Estados Unidos (3000), ocurriera
26 veces por año en el mundo.
Creo que no tenemos real dimensión de
las consecuencias de abortos mal realizados y de las pérdidas humanas que
producen.
Si pensamos seriamente la problemática
llegaremos a la conclusión de que ninguna mujer aborta por hobby. El aborto deja
marcas emocionales muy fuertes, con hondas cicatrices a lo largo de la vida.
Lo realizan las mujeres que se sienten
solas, desprotegidas, sin medios económicos para criar a su hijo y que no han
tenido una educación que las llevara a cuidarse para no quedar embarazadas. También
las que no han tenido una buena información, las que no son acompañadas por el
hombre para cuidar no embarazarse y entran en una relación descuidando su salud
y no protegiéndose sólo por sentirse acompañadas y por el afecto que necesitan
en una sociedad que no les brinda otras posibilidades de sentirse bien.
No podemos culpar a ninguna mujer
porque aborte, igual que no podemos culpar a los chicos por drogarse, robar o
ser delincuentes. Nadie nace queriendo sacarse un hijo de su vientre, como
ningún chico nace con la perspectiva de matar, robar y drogarse, morir o ir a
la cárcel.
Educación
Mientras sigamos dando una educación
sexual y escolar igual para todos, estamos dando una educación sexual y escolar
para pocos. Y con la educación general pasa lo mismo.
¿De qué sirve darle a un chico de una
villa miseria, información sobre países americanos o europeos que nunca va a
conocer, aportarle clases sobre otras culturas o enseñarle ecuaciones
aritméticas que nunca va a usar, si no va a poder salir jamás del lugar en que
está: vivir en la miseria y no conocer mucho más allá de su barrio? Hay
investigaciones muy serias que
explican cómo determinados tipos de educación no permiten que la persona salga
del lugar y la condición en que nació y tenga movilidad social.
La movilidad social es un concepto
sociológico que se define como la posibilidad que tienen las personas para
subir o bajar en la escala de bienestar social. Los chicos de nuestras villas
no están teniendo una educación que les permita subir y por lo tanto la manera
que encuentran de estar un poco mejor económicamente es robando, delinquiendo.
Total, si sienten que su vida no vale (por la forma como se los trata y tienen que
vivir), no temen perderla. Cuando les deja de importar sus vidas, tampoco les
importa las de los demás.
Estamos cercenando, al educar de la
manera que educamos (programas escolares iguales para todos), las posibilidades
de que muchos chicos reciban lo que verdaderamente necesitan para mejorar su
autoestima, para sentirse valiosos, para quererse y saber cuidarse, para hacer
respetar sus derechos y poder manifestarse asertivamente de acuerdo a lo que
piensan y sienten. Y para salir en la búsqueda de otras opciones de vida.
Tendríamos que plantearnos seriamente
qué estamos haciendo y qué estamos brindando a los educandos más vulnerables. Y
la educación sexual tiene mucho que aportar en esta problemática. Siempre que
sea una educación sexual libre, contestataria, científica, formadora de valores
y de posibilidades de una mejor calidad de vida. Siempre que forme en los
factores psicológicos de protección que son los que ayudarán a que tengamos
hombres y mujeres mejores preparados para afrontar lo que les toque vivir.
Siempre que esté basada en el amor y no en el miedo y que lleve a que puedan
reflexionar racional y emocionalmente acerca de qué conductas le permitirán vivir mejor.
Muchos de nuestros chicos hijos de
familias de bajos recursos están deprimidos (una investigación de la Psic. Graciela
Bragagnolo –ARESS- demuestra ésto en la ciudad de Rosario). Y con depresión es
difícil que puedan aprender lo que se les enseña. Tal vez sería bueno hacer un
relevo diagnóstico psicológico de esos chicos y reemplazar algunas clases que
ni siquiera aprovechan por horas de terapia, que podrían ser grupales y dadas
en los colegios.
Lógico que para apoyar estos cambios
es necesaria una familia a la que también se eduque, y sobre todo un Estado que
apoye un proyecto realista para lo que quiere lograr. Un Estado que en vez de
gastar el dinero del pueblo en subsidios y proyectos no necesarios, que en vez
de permitir la corrupción y seguir emitiendo moneda que aumenta la inflación
desenfrenada que tenemos, investigue seriamente lo que está pasando, se haga
asesorar por buenos investigadores, y se haga cargo de lo que sucede. Que saque
conclusiones certeras y no sólo que
ponga parches a lo que está ocurriendo.
Un
Estado que no mienta y siga diciendo que estamos bien cuando en realidad
estamos mal.
Porque mientras nos manejemos con
utopías o con teorías que poco tienen que ver con la realidad, será imposible
cambiar la sociedad y las posibilidades de sus individuos. Lo social y
económico tiene mucho que ver en la vida de las personas, pero también tiene
mucho que ver la valoración que se les haga sentir, la reflexión que puedan
realizar, la educación que reciban y las posibilidades que tengan de una
capacitación adecuada más la oportunidad de trabajo genuino donde puedan
desarrollarse.
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