Por Verónica Ojeda
veronicaojeda48@hotmail.com
Hace ya unos años,
un señor muy importante al que nunca conocimos, oriundo él de una ciudad
también importante, uno de esos señores que viajan lejos y pasan de plan a plan,
nos convocó a través de otra persona para trabajar en un proyecto que nos
pareció interesante. Un enorme terreno, con casa grande, pileta importante…
Todo era importante acá.
Corría por
entonces el invierno, estaba todo por planificarse, teníamos mucho tiempo, la
obra así lo demandaba.
Algunas reuniones
entre colegas, mates de por medio algunas veces y otras veces vía mail. Así iba
fluyendo nuestro trabajo. Esas charlas eran las mejores; como buenas
paisajistas nos íbamos por las ramas, pero siempre era lindo escuchar desde la
mirada del otro y aprender.
Lo cierto,
volviendo al tema, es que luego de algunas consultas -vía intermediario
siempre, ya les dije que este hombre era importante y tenía un trabajo
importante-, llegó el momento de la entrega de nuestro proyecto. Proyecto que
podríamos resumir como una bolsa llena de ilusiones que albergaba mano de obra
especializada, maquinaria, nuestro querido material verde, la infaltable flor
que ornamentaría la vista del dormitorio… En fin, no sé si era todo lo
importante que él hubiera querido, pero para nosotras sí lo fue; es que para
paisajistas como nosotras, tanto plantar un cactus en una vasija de barro
traída de las vacaciones, como diseñar el cantero de Doña Rosa, tiene su
importancia. Sabemos que los clientes son más que eso, y muchas veces (casi
siempre) lo pretendido tiene que ver con un estado de ánimo determinado.
El señor en
cuestión, tenía por supuesto el suyo.
Volviendo al
árbol, después de varios días -que traducidos en meses sumaban casi dos- desde
la entrega, tuvimos noticias. Ya saben que las cosas importantes siempre
relegan a otras que a veces pensamos que no lo son tanto y nos equivocamos…
La realidad tocó
nuestras puertas y las del buen señor también.
Sí, es lo que
piensan. Se terminó el amor, la casa, la pileta, el jardín y las flores. Hasta
el arquitecto voló por los aires, junto con él mi colega y también yo. Rapidito
y sin poder ni siquiera chistar por cobrar, fuimos todos despachados del lugar.
No está de más aclarar
que aunque la suma no era tan importante para él, para nosotras sí lo era. Y
hasta ya teníamos comprometido el dinero en sueños cotidianos. ¿Quién no hace
planes con el vil metal?
Nos quedamos
perplejas ante la noticia y con la desilusión de ni siquiera haber conocido a
nuestro cliente, que ya por estas horas debe ser paciente de algún diván, ya
que, haciendo alusión a mi profesión, lo dejaron colgado de la palmera…
Cada quien a sus
cosas.
Luego de un
tiempo, acordamos contactar al tal señor para reclamar por nuestro trabajo, que
aunque fue frustrado en la concreción, nuestra formación académica nos da el
permiso de llamarnos paisajistas o técnicas, algo por lo que sí cobramos,
señor.
Para mi asombro y
el de mi colega, nota de por medio con disculpas incluidas, el ahora pobre
señor de tristeza importante, nos enviaba el dinero acordado. En el mensaje
decía: Sepan disculpar, lo olvidé, tenía que resolver cosas importantes.
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