Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Desde España
Desde nuestro último encuentro vivimos por estos pagos
las idas y venidas del presidente del gobierno, Mariano Rajoy, y
del president de la
Generalitat, Artur Mas, para ver qué pasará el 9N. Mas ha aprovechado la coyuntura que
le daba el erigirse en libertador de la patria para esconder los problemas de su
mandato, de su propio partido y de sus cuentas bancarias. Pero ante la
prohibición del Tribunal Constitucional de llevar a cabo la consulta sobre la
independencia, comenzó una serie de reformas para cumplir con la legalidad que tiene a
toda la población en armas (metafóricamente hablando). Al final, el referendo
está cada vez más descafeinado. Por otro lado, el periódico Eldiario.es destapó
un nuevo escándalo de corrupción, el de las «tarjetas opacas» o las «Pacas»
como ya las han rebautizado (es una época dorada para los humoristas). Bankia, uno
de los bancos rescatados, «pagaba» en negro mediante dichas tarjetas a una
larga lista de políticos de todos los partidos. Eso sí, sobre el dinero que
deben por el rescate, ni rastro. Pero no acaban ahí las malas noticias sino que
además España tuvo el primer caso del ébola de Europa. Los desaguisados del
Ministerio de Sanidad, y su ministra Ana Mato, y de la Consejería de Sanidad de
Madrid, y su consejero Javier Rodríguez, recordaban al camarote de los hermanos
Marx; era imposible creer que alguien con el sentido común intacto pudiera hacer
declaraciones tan desatinadas y cometer tantos errores en tan solo unos días.
Suerte que aún no han acabado con la medicina pública por completo y que el
caso se produjo justo antes de desmantelar la sección de enfermedades
infecciosas del hospital Carlos III. Por un momento pensé que cuando mataron al
perro de Teresa Romero, la auxiliar de enfermería infectada, sin aparente motivo
y sin la protección necesaria para justificar ese sacrificio inútil, tendríamos
la suerte de que cayera el gobierno. Pero no fue así, en un mundo donde las
noticias duran lo que un tuit, todo pareció olvidarse con la misma rapidez con
que se extiende el virus, menos para Excalibur, que así se llamaba el perro, y
sus dueños quienes han prometido iniciar todas las acciones legales a su
alcance para hacer justicia, si es posible. La auxiliar continúa su
recuperación para alivio del consejero y de la ministra, y la privatización del
hospital sigue su curso. Y como telón de fondo a estas alegres noticias, parece
ser que la Unión Europea y Estados Unidos negocian bajo cierto secretismo el
Tratado Trasatlántico de Libre Comercio (conocido por las siglas inglesas TTIP)
que, aunque su nombre pudiera indicar que se trata de un acuerdo beneficioso, pretende
otorgar más poder a las multinacionales sobre los gobiernos. Historias para no
dormir.
Para no perder el equilibrio mental, pensé que
al final, y aunque el contexto histórico que nos toca vivir es clave para
entender nuestro presente y futuro, lo más importante de la vida está
relacionado con hechos más pequeños y el poder disfrutar de ellos es lo que da
un sentido a nuestro paso por el planeta. ¿O me estoy conformando? En cualquier
caso, nos ha tocado vivir un tiempo en el que parece que cuanto más grande es el
logro, mejor. Las personas se afanan en conseguirlos: correr una maratón,
coronar una cumbre, dar la vuelta al mundo, tener nueve titulaciones, saber
inglés, francés y ruso. Una carrera por alcanzar las metas; puede que motivada
por la pérdida de control de todo lo demás. Tengo la sensación, sin embargo, de
que buscando los grandes hitos perdemos el sabor de lo pequeño; aquello que es
fácil de conseguir y a la larga da más satisfacciones. Quizás, como dice Beckett, al final
todo es una excusa para pasar el tiempo mientras esperamos el desenlace inevitable. Cada
uno hace lo que puede, unos corriendo una maratón y otros charlando con un
amigo. Sin embargo, si nos desconectamos mucho de esas pequeñas cosas, algo
frecuente en la era digital, y no nos sentamos en una plaza a que nos dé el sol,
acabaremos todos en una loca carrera hacia ninguna parte.
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