Por Carina
Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
“Vea, en todas partes el
tiempo transcurre rápidamente”,
afirma Manuel, personaje de Dolina en “Lo que me costó el amor de Laura”.
En
esto que solemos decir y afirmar con rigurosidad científica, que el hombre es
un ser social, es que vamos encontrándonos con otros seres en la vida, con los
que somos “tan distintos e iguales”
que nos permitimos ser con el otro.
Y
así, el tiempo va transcurriendo, con encuentros que quizás nunca puedan ser
desencuentros, porque el día que sucede, ya queda inscripto en la historia de,
por lo menos, dos.
“En
un día de estos en que suelo pensar, hoy
va a ser el día menos pensado, nos
hemos cruzado, has decidido mirar, a
los ojitos azules que ahora van a tu lado”…
Sin
ponernos a pensar siquiera en el concepto de tiempo ni de amor, nos animamos a
sentir y a creer, sin más que eso.
“Desde el momento en el que te conocí, resumiendo con prisas tiempo de silencio, te juro que a nadie le he vuelto a
decir que tenemos el récord del
mundo en querernos…”
Pero un
día, algo de ese paisaje armonioso parece desentonar. Una señal de alerta
empieza a sonar y el supuesto estado de reposo va quedando atrás: empezamos a
pensar.
Hasta
ahora estábamos muy seguros de los que veíamos y sentíamos, y sin embargo, los
cuestionamientos nos empujan e invaden sin pedir permiso: ¿y si lo que sentimos
es una apariencia y no es la realidad? ¿Cómo saber si el tiempo es sólo hoy, y
mañana ya no nos elegimos?
Dudamos.
Nada es lo que parece ser. Estamos rodeados de apariencias, y cuando algo nos
alerta, queremos conocer la verdad, lo que se oculta detrás de la apariencia.
Entonces se produce la fractura y entra
la crisis.
Se rompe
la aparente realidad que nos protegía y eso nos genera dolor, pero también la
fortaleza de querer encontrar la verdad, o al menos, nuestra verdad.
“Pasaron seis meses y me dijiste adiós, un placer coincidir en esta vida. Allí me quedé, en una mano el corazón, y en la otra excusas que ni tú
entendías…”
He aquí
el problema, cuando los tiempos de esos sujetos que se encontraron ese día en
que todo parecía posible, ya no coinciden en pararse juntos en la apariencia o
la verdad, cuando la certeza de uno no entiende la crisis del otro, y lo ve
alejarse hacia la luz de una verdad que le es ajena.
“Aún
me parece mentira que se escape mi vida, imaginando
que vuelves a pasarte por aquí, donde
los viernes cada tarde, como siempre, la
esperanza dice quieta, hoy quizás sí..."
Y un día
como cualquier otro, aquel que esperaba quieto, deja de mirar el horizonte por
el cual cree que se fue el ser amado, porque la duda de pensar “hoy quizás sí”,
se convierte en la certeza de no querer esperar más.
Dice
Barylko: “La crisis nos obliga a pensar.
La crisis del mundo, la de nuestras relaciones -que a veces están a punto de
naufragar- la crisis de la economía, de la política. Pensar es consecuencia de
alguna crisis. Si no, ¿para qué pensar?... La crisis produce análisis, reflexión…”
Solemos
pensar a la crisis como sinónimo de la ruptura, y a ésta como poseedora de lo
malo, cuando en realidad, es posibilitadora de la creación de nuevas
realidades, de nuevos encuentros, de nuevos amores… Creando y creyendo en
nuevas certezas… Eso se los aseguro.
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