JUANA
BIGNOZZI
Por Julieta Nardone
Poeta y traductora
argentina (nacida en 1937), lleva una cantidad de creaciones tan bien como
lleva su edad: "Los límites" (1960),
"Tierra de nadie" (1962), "Mujer de cierto orden" (1967),
"Regreso a la patria" (1989), "Interior con poeta" (1994),
"Partida de las grandes líneas" (1996), "La ley tu ley"
(obra reunida, 2000), "Quién hubiera sido pintada" (2001) y
"Antología personal" (2009). Entre 1974 y 2004 vivió en Barcelona.
Publicó, también, “Si alguien tiene que ser después” (2010) con el aplomo e
irreverencia propias de la madurez.
Esta señora en la luz
de la edad nos ofrece su poesía como
amparo, una experiencia de la intimidad, de la proximidad y, a la vez, de la
historia. Saltando de verso en verso, su experiencia personal se anuda a la circunstancia
externa; así logra dejar de hablarle todo a alguien e intenta decirles algo a
todos: “…y esto no es un cuadro de
miseria ni soledad / sino una descripción un poco ácida de esta vida / que
perdió la distancia velada que tenían sus poemas / a veces más desvalida que
los pajaritos en los cables de la luz /
contra el invierno / y mucho menos invencible que los hombres que
levantan / una casa / frente a mi ventana”.
De un
ingenio con fuertes anticuerpos, entre irónica y melanco: “…mucho de lo que
amé ha caído en el vértigo de lo ridículo”. Su visión libertaria y estricta
(herencia segura de padres anarquistas), su conciencia de clase popular por
pertenencia simbólica y, en el fondo de todo, el amor a la palabra, son los
elementos fundantes de una naturaleza que empuja hacia la trascendencia
ideológica. Juana sabe que una mirada y un cierto espíritu, bien pueden
transformar el horror, la decepción, el destierro: todo llega a ser parte de
uno, sin devastar la propia interioridad. Si todavía hay algo para expresar en
el medio de las censuras del poder o la indiferencia, todavía hay vida
auténtica; hay batalla por delante: “ir en busca del / más cerrado corazón de la cultura / sobre
el sueño de las ciudades amadas / una mujer sigue buscando / la piedra mágica
de la felicidad por el saber”.
El estilo en apariencia llano, simple, de Bignozzi, toma por
asalto la cultura para lograr una apropiación natural y sanguínea, donde la
claridad es el máximo brillo de esta labor con la imagen y la prosodia. La discreción,
la música distendida de cada uno de sus trazos, distribuyen con frescura toda
la rabia del mundo mitigada en la ligereza del humor inteligente. Abundan
remates como "comprar una lechuga se
ha convertido para mí / en una representación histórica"; o matices irónicos
del tipo “ser el mundo
entero en una vida es demasiado trabajo”. La nostalgia en esta poética
tiene doble fuerza: pujante hasta alcanzar los fueguitos cálidos de la ternura
y tolerancia; pujante hasta la consciencia más plena… y siempre sopesada al
límite de la demolición. Se trata de saber cómo son o fueron los
acontecimientos, en qué contexto, estar lúcidos siempre; y aun así no permitir
dejarse devorar por el cinismo sin retorno: los versos de Juana son como
tremendos pedazos de ira mojados en ternura
y melancolía (parafraseando un poco a otro poeta enorme de la misma generación,
Gelman).
Afortunadamente,
la poeta nunca es solemne; por el contrario, su mirada corrosiva atenta contra
la seriedad superficial, la seriedad adulterada: “Rodeada de gente que espera cosas de la vida / o practica la tragedia,
/ mis explosiones de júbilo son bastante frecuentes, / y como me regalo
horizontes, cucharas que vacían mi corazón, / casi siempre estoy triste, / por
eso mi alegría es digna de verse”.
Como ya tantos señalaron, Bignozzi escribe desde una fractura
histórica. Así y todo, si bien la poesía no consuela ni salva, quizás, sea el
gesto de mayor inutilidad que exista. Y eso mismo la pone a salvo, la hace
insobornable: arenal de resistencia.
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